Buscar este blog

Cuando los dioses se cruzan

En esta nueva publicación sobre religión os traemos un curioso ejemplo de sincretismo religioso del mundo romano, la Fonte do Idolo de Braga. Bracara Augusta fue fundada por el legado Paulo Fabio Máximo en torno al 16 a.C. sobre un poblado indígena anterior, en el antiguo territorio de los brácaros (bracari), pero pasando bajo el control administrativo de la provincia Transduriana, y después la Tarraconense. 
La primera vez que tenemos noticias documentadas de la fuente es cuando el cartógrafo Georg Braun la incluyó en su mapa de Braga de 1594; casi cien años después, en 1695, el terreno donde se ubica la fuente era propiedad de Santos Rodrigues, vicario de São João de Castelões (Guimarães), pasando después a manos de su sobrina, Angélica de Barros, y de ella a su cuñado, Vicente Gomes do Couto. En el siglo XVIII contamos con la descripción de Jerónimo Contador de Argote: 
 
“…detrás de la iglesia de São João Marcos hay un jardín, que se llama ‘Ídolo’, en el cual se ubica un manantial profundo, que tiene una roca que parece ser [una roca] viva, con una figura con túnica larga, de cinco palmas [de tamaño]: parece que [la figura] tiene un oso largo, y le falta parte del cuerpo; su mano derecha está rota y a la izquierda la forma de un envoltorio, y encima de la cabeza hay letras”.
 
Pero los momentos más interesantes comienzan a partir del siglo XIX. El 6 de agosto de 1861 Emilio Hübner visitó el monumento e informó que el nombre de la divinidad estaba oscurecido por la cal, intentando corregir la inscripción en base a las notas de investigaciones previas. Después, en 1862, Pedro V y el marqués de Sousa son los primeros personajes de renombre que visitan la fuente; hasta su propietario, João de Abreu Guedes do Couto, se la ofreció al rey como regalo, quien deseó trasladar el monumento a los terrenos de Quinta dos Falcões para crear allí un museo lapidario. Pero la voluntad real solo quedó en deseo, pues la fuente nunca fue movida. En 1936 la propiedad es adquirida por el municipio de Braga, quien a su vez la transfiere al Estado portugués, encargándose de las primeras reparaciones del monumento en 1952. Hoy la fuente se conserva en el interior de una estructura modernista construida entre 2001 y 2004, creada para proteger el monumento y actuar como centro de interpretación, junto al Palacio de Raio.
 
 
Fotografía frontal de los restos de la fuente (imagen de https://www.cm-braga.pt/archive/img/Fonte_do_Idolo_0.jpg)
 
Según la información que poseemos, esta fuente habría sido construida a finales del s. I a.C., durante el gobierno de Augusto, junto a una necrópolis al este de la ciudad, sobre una gran superficie de granito de 3 metros de ancho por 1,20 metros de alto encima de un manantial, y por iniciativa del celtíbero Célico Frontón, residente no ciudadano en Bracara, para servir como un santuario de culto al agua y espacio de disfrute en las afueras de la ciudad, concretamente al sur de la vía XVII con dirección a Asturica Augusta. Es decir, nos encontramos ante la convencional obra de evergetismo por parte de un individuo que, sin duda, debió de ser afortunado en los negocios para permitirse costear este monumento.
Tradicionalmente este espacio había sido un locus sacratus en honor a la diosa Nabia, de ahí algunas teorías que sugieren a Frontón como un adorador de esta divinidad, a la que pidió un favor, ofreciendo como voto la promesa de construir un monumento para el dios Tongonabiago (es decir, Tongo de Nabia).
A la izquierda de la roca se talló una figura humana de 1,10 metros de altura, hoy muy deteriorada, pero posiblemente representando a un varón barbado, envuelto en toga y sosteniendo un objeto voluminoso con su brazo izquierdo (quizás una cornucopia)[1]. En su lado izquierdo, a la altura de su cabeza, se conserva una inscripción parcialmente perdida:
 
[CAEL]ICVS FRONTO / ARCOBRIGENSIS / AMBIMOGIDVS / FECIT (“Célico Frontón, del clan Ambimogido y natural de Arcobriga, hizo este monumento”).
 
Detalle de la figura togada del monumento (fotografía propia)

A la derecha se talló un edículo con forma de edificio rectangular, de 0,7 metros de alto por 0,6 metros de ancho y 0,12 metros de profundidad, con un desgastado busto en su centro[2] y coronado por un frontón triangular con un pájaro y un mazo grabados en su interior[3]. Es justo debajo de esta estructura de donde mana el agua de la fuente. En torno a este relieve se conservan las siguientes inscripciones:
  • Dentro del edículo: CELICVS (o CELIS) FECIT (“Celico lo hizo”)[4].
  • Izquierda del edículo: TONGOE/NABIAGO (nombre de la divinidad).
  • Base del edículo: FRON[TO]
  • Inscripción superior: ABAVIS AMOR (“Afecto de los bisabuelos”).

 

Detalle del edículo del monumento con el busto desgastado (fotografía propia)

Esta última inscripción es muy interesante, porque el oferente se convertía en deudor de la divinidad desde que le pedía el favor hasta el momento en que le era concedido, y desde ese instante estaba obligado a cumplir el voto; si no lo conseguía en vida, sus herederos debían respetarlo y continuarlo hasta consumarlo. Así, el voto de Célico Frontón pasó a sus nietos y bisnietos, ciudadanos romanos que restauraron el monumento. Esto queda definitivamente confirmado por la inscripción en un sillar de piedra (137 x 49 x 28) descubierto en el siglo XVI y que reza:

T(itvs) CAELICVS VOTOR(vm) SIPIPES / FRONTO ET M(arcvs) ET LVCIVS / TITI F(ilii) / PRONEPOTES CAELICI / FRONTONIS RENOVARVNT (“Tito Célico Frontón, heredero de votos, con Mario y Lucio, hijos de Tito y bisnietos de Célico Frontón, renovaron el voto”).

 

Inscripción de Tito Célico Frontón (CIL II 2420 [p XLIV, 900] = HEp 5, 1995, 967), perteneciente al municipium de Bracara Augusta, en el conventus Bracaraugustanus, y conservado en el Museu Regional de Arqueologia D. Diogo de Sousa, Braga (imagen de http://oestrymnio.blogspot.com/2016/10/fonte-do-idolo.html)

Sin duda el elemento más interesante de este monumento tallado en granito estriba en haber sido realizado al estilo romano; las excavaciones realizadas han descubierto hasta basas y fustes de columnas, así como tégulas y otras aras con inscripciones de un posible templo asociado al santuario rupestre. Sabemos que el monumento pasó por tres fases:
  1. Santuario indígena prerromano, con la fuente de agua como principal elemento.
  2. El monumento de época augustea, financiado por Célico Frontón, consistente en el alisado de la roca, el grabado de las figuras y la inscripción de los epígrafes.
  3. El monumento de época Flavia, en el que se completa el conjunto con una piscina de 6 x 4 metros y un templete del que aún se conservan los escalones labrados en la piedra, sumado a la inscripción de los herederos de Frontón.

 

Reconstrucción esquemática del posible aspecto del monumento (imagen de http://oestrymnio.blogspot.com/2016/10/fonte-do-idolo.html)

Resulta así un interesantísimo ejemplo del proceso de romanización en el noroeste peninsular, pues un monumento clásico se levanta en homenaje a dos divinidades indígenas, siguiendo el postulado de António Rodríguez Colmenero, quien definió a la fuente como un santuario plural en honor a:

  • Tongoenabiagus, un dios de posible carácter fluvial y asociado a los juramentos, información extraída en base al significado que D’Arbois de Jubainville dio a su nombre: “dios del río por el que jura”. Respecto a la etimología de Tongo[5], algunos lo consideran teónimo y otros un topónimo, mientras que Nabiago es un apelativo que lo relaciona con el culto a Nabia.
  • Nabia, una diosa galaico-lusitana con un culto extenso al norte del Duero, de la que se han encontrado muchas inscripciones en altares votivos situados en elevaciones montañosas, castros y fuentes. Hasta se ha encontrado una inscripción suya en El Castillo (Extremadura)[6], debido seguramente al desplazamiento de un grupo de personas desde Braga. En cuanto a su etimología, el punto de vista mayoritario es que procede de la raíz indoeuropea Naus (monte, colina); así, para Melena Jiménez es una diosa de los valles y los montes boscosos, asimilable a la latina Diana, mientras que para otros sería una diosa de la abundancia. Resulta también interesante el punto de vista de Olivares Pedreño, quien da a la diosa un triple carácter: como protectora de la comunidad, como guerrera y como dadora de riqueza, salud y fertilidad.

 

Reconstrucción ideal de la Fonte do Idolo con su aspecto de época flavia (imagen de http://oestrymnio.blogspot.com/2016/10/fonte-do-idolo.html)

Fuentes:

L'Année Épigraphique (AE 1986, 386).

Corpus Inscriptionum Latinarum (CIL II, 2419).

Ephemerú Epigraphica (EE VIII, 2, 115).

Hispania Epigraphica (HEp 1, 666; HEp. 5, 966; HEp 7, 1160).

Bibliografía:

Bermejo Barrera, J. C. (1986, 1994, 1999): Mitología y mitos de la Hispania prerromana, vols. I, II y III, Madrid, Akal.

Cortez, F. R. (1952): A Fonte do Ídolo e o culto de Asklépius em Bracara, Braga, Braca Augusta.

Melena Jiménez, J. L. (1984): "Un ara votiva en el Gaitán, Cáceres", Veleia, 1, 233-259.

Olivares Pedreño, J. C. (2006): "Cultos romanos e indigenismo: elementos para el análisis del proceso de romanización religiosa en la Hispania céltica", Lucentum, 25, 139-158.

(1998-1999): "El culto a Nabia en Hispania y las diosas polifuncionales indoeuropeas", Lucentum, 17-18, 229-241.

Rodríguez Colmenero, A. (1987): Aquae Flaviae, I, Fontes Epigráficas, Chaves, Cámara Municipal.

Tranoy, A. (1981): La Galice Romaine, Paris, Diffusion de Boccard.

VV.AA. (2012): A Fonte do Ídolo, os demais ídolos da fonte e-- non só. Bracara Augusta romana, Santiago de Compostela, Conselleria de Cultura, Educación e Ordenación Universitaria.



[1] Algunos autores han sugerido que podría estar representando al dios Esculapio, deidad romana de la medicina y la curación, al dios Tongoenabiago (Leite de Vasconcelos, Toutain y Blázquez) o a la diosa Nabia.

[2] Para Leite de Vasconcelos se está representando a Celico Frontón, mientras que para otros autores se trata del dios Tongoenabiago, pues las representaciones de deidades dentro de hornacinas son un motivo frecuente en el mundo romano.

[3] Para Tranoy el mazo es símbolo de Sucellus, dios celta de los bosques asimilado a Tongoenabiago, mientras que la paloma se asocia a Nantosvelta, diosa de la naturaleza, la caz ay la fertilidad.

[4] Información de las dos inscripciones en CIL II, 2419 = EE VIII, 2, 115 = HEp 1, 666 = HEp 5, 966 = HEp 7, 1160 = AE 1986, 386.

[5] A 55 km de Braga, en Marco de Can, Freixo (Porto), se encontró una inscripción al dios genio Tongo: [G]ENIO / [T]ON[G]OBRI / CENSIVM / [FL]AVIVS / V(otvm) S(olvit) A(nimo) L(ibens) M(erito).

[6] A(vgvstae) NABIAE / VICTOR / SEMPR(oni) S(ervvs) / A(nimo) L(ibens) V(otvm) S(olvit).

Anicia "ad portas"

 

Se suele asociar el final del Imperio Romano de Occidente con decadencia, corrupción y la consabida invasión de los pueblos bárbaros en la cultura popular, y los que han leído un mínimo de historia romana saben de los diversos saqueos que sufrió la ciudad de Roma en el s. V, siendo especialmente famoso el protagonizado por los visigodos de Alarico en el año 410. Cuando se utiliza la palabra saqueo, en nuestras mentes se visualizan escenas de asedio, hambruna, destrucción premeditada, incendios, violaciones, expolio de botín y muerte. Pero de entre toda esta cortina de humo, y aportando luz a los posibles hechos ocurridos, Salve, Qvirites rescata la casi olvidada figura de Anicia Faltonia Proba, mujer que abrió las puertas de Roma a los visigodos.

 

"Alarico en Roma" (1888), de Wilhelm Lindenschmit. Ilustración del catálogo de la III Exposición Internacional de Arte celebrada en el Palacio de Cristal de Munich (imagen de https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Glaspalast_1888_081.jpg)

¿Quién era esta mujer nacida en torno al año 370? No son muchos los datos que abundan de ella, así que intentaremos exprimirlos al máximo. Echemos un vistazo a su familia:

  • Abuela: Faltonia Betitia Proba, una afamada poeta cristiana de la que solo conocemos una obra, el Cento Virgilianus de laudibus Christi, dirigido al emperador Honorio hacia el 393 y con mucha popularidad en la Alta Edad Media[1]. Se casó con Clodio Celsino Adelfio.
  • Padre: Quinto Clodio Hermogeniano Olibrio (ca. 330-384)[2].
  • Madre: Turrania Anicia Juliana (nacida después del 340).
  • Esposo: Sexto Claudio Petronio Probo (ca. 328-388)[3].
  • Hijos:
    • Flavio Anicio Hermogeniano Olibrio, casado con Anicia Juliana, con quien tuvo una hija, Demetria[4].
    • Flavio Anicio Probino[5].
    • Flavio Anicio Petronio Probo[6] (cónsul del 406).
    • Anicia Proba.

De todo esto se concluye que nuestra protagonista estaba relacionada con tres importantes familias aristocráticas (Petronios, Olibrios y Anicios), corroborado por dos inscripciones del 395 en las que fue descrita como hija, esposa y madre de cónsules. Sus dos abuelos (de rango senatorial), pertenecían a la gens Petronia[7] (de origen sabino), pero su padre se casó con Turrania, de la gens Anicia, con origen plebeyo; esta familia, aunque de sangre menos azul, había conseguido codearse con los más poderosos gracias a convenientes matrimonios que la emparentaron con los ilustres Annios, Olibrios o Petronios, lo que le permitió acumular riqueza y acceder con frecuencia al consulado. Los Anicios supieron moverse tan bien que hasta fue el primer linaje del Senado en convertirse al Cristianismo.

 

Dibujo de uno de los epígrafes de Faltonia Proba (CIL VI, 01755), datado en el 395, con la inscripción: Aniciae Faltoniae / Probae, fidei nobilita-/-tis antiquae orna-/-mento Anicianae / familiae servandae ac / docendae castitatis / exemplo, consulum / proli, consulum ma-/-tri Anicius Hermoge-/-nianus Olybrius v̅(ir) c̅(larissimus) / consul ordinarius / et Anicia Iuliana c̅(larissima) f̅(emina) / eius devotissimi filii / dedicarunt. El dibujo se conserva en la Biblioteca Nacional Vittorio Emanuele III de Nápoles, y el epígrafe en el museo Lapidario Cristiano ex Lateranense de los Museos Vaticanos, Roma (imagen de http://www.edr-edr.it/foto_epigrafi/immagini_uso/127/127595.jpg?dummy=1708942715)

Después se casó con su primo Sexto Claudio Petronio Probo, también de la gens Anicia (de la rama veronesa) por ser hijo de Petronio Probino[8], y así alcanzó el culmen de su prestigio social. Resultan interesantes las palabras de Amiano Marcelino (XXVII, 11, 1-2) sobre Probo:

Este Probo era un hombre conocido en todo el imperio por la nobleza de su estirpe y por la riqueza de su patrimonio, un patrimonio que le permitía tener posesiones casi en todo el mundo, sin que me corresponda a mí juzgar si lo había conseguido por medios lícitos o ilícitos. A este Probo parecía guiarle una doble fortuna con sus rápidas alas – pues así es como la representan los poetas –. Y es que, a veces, se mostraba generoso y propicio para el ascenso de sus amigos. Pero en cambio otras veces parecía un cruel acusador y una persona malvada, que se dejaba llevar por una cólera sangrienta. Y aunque tuvo mucho poder mientras vivió, ya que hizo donaciones y alcanzó numerosas magistraturas, sin embargo, en ocasiones, se comportaba como una persona timorata ante los audaces creciéndose sólo frente a los pacatos. No en vano parecía que, cuando tenía confianza en sí mismo, actuaba con el trágico coturno y, en cambio, cuando sentía temor, era como el más humilde de todos los actores de comedia”.

Viuda desde el año 388-389[9], Anicia no perdió su estatus; desde su villa del Pincio mantuvo una activa vida cultural, que, como cristiana, se focalizó en rodearse de los intelectuales cristianos más destacados de su tiempo; aquí tendríamos que destacar a tres celebridades:

  1. Agustín de Hipona, de la región de Numidia: un pagano convertido al cristianismo en 385 y que, diez años después, alcanzó el obispado en la colonia de Calama (Argelia). Llegó a escribir para Anicia sus cartas 130 y 131, y la citó en su obra De Bono Viduitatis (24).
  2. Juan Crisóstomo, nacido en Antioquía: alcanzó el obispado de Constantinopla, denunciando los excesos del emperador Arcadio y Eudoxia, siendo por ello desterrado a Armenia. Escribió para Anicia Proba su carta 169.
  3. Jerónimo de Estridón: aunque no la conoció, describió a Anicia como “la persona más ilustre entre todos los grados de nobleza existentes en el mundo romano”.

Si alguien no se ha dado cuenta todavía, tan solo nos faltaría Ambrosio de Milán para que Anicia formase un póker con los Cuatro Padres de la Iglesia Occidental. Si eso no es ser famosa, no sé qué más lo puede ser, y a pesar de ello ha caído en el olvido.

 

Sarcófago de Sexto Claudio Petronio Probo, pagado por su viuda Anicia, conservado en los Museos Vaticanos (imagen de https://i.pinimg.com/originals/b3/b8/bf/b3b8bf515c5864601cd78720422295ef.jpg)

Y llegamos al suceso cumbre de esta publicación y de la vida de nuestra protagonista: el verano del 410; dos años antes los visigodos de Alarico habían conseguido entrar en Italia y comenzaron su saqueo. Roma estaba completamente desvalida, pues el emperador Honorio andaba demasiado ocupado en Rávena rechazando otro ataque visigodo. Pero teniendo en cuenta su tamaño y defensas, la ciudad todavía era capaz de resistir durante un tiempo el asedio, a pesar de que su prefecto, Prisco Átalo, se había unido a Alarico con el propósito de usurpar el trono de Honorio. El caudillo visigodo estaba dispuesto a esperar el tiempo que fuese necesario para tomar la antigua capital, y muy inteligentemente estranguló los acueductos para forzar la rendición por hambre y sed.

Sin embargo, el enemigo no entró en la ciudad por la fuerza, pues un 24 de agosto alguien abrió desde dentro la Puerta Salaria[10], permitiendo el inicio del saqueo. Las versiones sobre la mano responsable varían: para unos fueron esclavos godos que Alarico regaló a algunos patricios, como un caballo de Troya, para que luego abriesen las puertas de la ciudad. Pero es un autor cristiano, Procopio de Cesarea (BV, I, 2, 27), quien atribuyó el mérito de lo ocurrido a Anicia Faltonia Proba, quien no pudo soportar por más tiempo el sufrimiento de la población por culpa de la carestía, y por ello se lanzó a abrir las puertas a los visigodos. Es muy posible que este rumor fuese propagado por enemigos o desafectos de Anicia, a quien considerarían poco menos que una traidora; sin embargo, ha terminado por calar la perspectiva cristiana, que contempló lo ocurrido como un acto de caridad para aliviar la penosa situación de la población romana sitiada. 

 

Aguafuerte, 1747. Aspecto de la Puerta Salaria según nos describe Giuseppe Vasi; hoy la estructura no existe, demolida en 1921 para permitir el tráfico moderno (imagen de https://asset.museum-digital.org/san/images/76/34422-wg-b-205/porta_salaria_-_das_salar/porta-salaria--das-salaria-tor-34422-289231.jpg)

Después de estos sucesos solo sabemos que Faltonia Proba consiguió huir a su África natal junto con su nuera, Anicia Juliana, y su nieta, Demetria, encontrando refugio en Cartago. Pero allí fueron apresadas por Heracliano, comes Africae, bajo la sospecha de haber apoyado la insurrección de Prisco Átalo; la libertad solo les llegó gracias a la fortuna familiar, pues vendieron el resto de sus posesiones, y con ello pagaron un soborno a Heracliano, quien, gracias a esa fortuna, pudo ser nombrado cónsul en 413 y rebelarse contra Honorio.

Ahora sí, viuda y sin riqueza, Anicia pudo llevar una vida plenamente cristiana, consagrándose a Dios a través de la venta de unas propiedades que había heredado del Próximo Oriente para regalar el dinero a la Iglesia y a los pobres. Tras su fallecimiento en 432 con unos 62 años, supuestamente su cuerpo fue trasladado a Roma para ser enterrado junto al de su esposo Probo en la basílica de San Pedro.

 

Fuentes:

L'Année Épigraphique (AE): 1997, 0166.

Agustín de Hipona: Cartas / De bono viduitatis.

Amiano Marcelino: Historia.

Corpus Inscriptionum Latinarum (CIL): CIL VI, 01755.

Carmina Latina Epigraphica (CLE).

Epigraphik-Datenbank Clauss/Slaby (EDCS).

Epigraphic Database Roma (EDR): EDR127594, 127595 y 127599. 

Juan Crisóstomo: Cartas.

Jerónimo: Epistolario.

Last Statues of Antiquity (LSA): 1462.

Procopio de Cesarea: Guerra Vándala.

Bibliografía:

Jones, A. H. M. et al. (1975): The Prosopography of the Later Roman Empire. Vol. I 260-395, 732-733 (Proba 3), 734-735 (Probinus 1), 736-740 (Probus 5), Cambridge, Cambridge University Press.

Laurence, P. (2002): “Proba, Juliana et Démétrias. Le christianisme des femmes de la ‘gens Anicia’ dan la première moitié du Ve siècle”, REAug, 48, 142-144.

Machado, C. (2011): “Roman Aristocrats and the Christianization of Rome”, en Brown, P. y Lizzi Testa, R. (eds.), Pagans and Christians in the Roman Empire: the Breaking of a Dialogue (Christianity and History, vol. 9), Berlin, LIT Verlag Münster, 493-516.

Martindale, J. R. (1980): The Prosopography of the Later Roman Empire. Vol. II A.D. 395-527, 913-914 (Probus 11), Cambridge, Cambridge University Press.

Pedregal Rodríguez, M. A. (2005): “Faltonia Betitia Proba, Anicia Faltonia Proba y Demetríade, ‘adorno’ de los ‘Anicii’”, en González González, M. y Pedregal Rodríguez, M. A. (coords.), Venus sin espejo: imágenes de mujeres en la Antigüedad clásica y el cristianismo primitivo, Oviedo, KRK, 285-300.

Plant, I. M. (2004): Women writers of Ancient Greece and Rome. An Anthology, Norman, University of Oklahoma Press.

Rodríguez López, R. (2022): Mujeres en los difíciles tiempos del Imperio Romano de Occidente. Nov. Mai. 5, 6, 7 y 9 (458-459 d.C.), ¿, Dyckinson S.L.

Stevenson, J. (2005): Poetas Latinas, Oxford University Press.



[1] De ella dijo San Isidoro: Proba uxor Adelfii Proconsulis y Proba uxor Adolphi mater Olibrii et Aliepii cum Constantii bellum adversus Magnentium conscripsisset, conscripsit et hunc librum. Incluso es citada por Boccaccio en su obra De mulieribus claris de 1361.

[2] Procónsul de África en 361-362, prefecto de Roma en 369-370, prefecto del pretorio de Iliria (376-378), cónsul (379) y prefecto del pretorio de Oriente (379-380).

[3] Procónsul de África en 358, prefecto del pretorio en cuatro ocasiones (de Iliria en 364, de Galia en 366-367 y 380-382, de Italia en 368-375 y de África en 383-384), y cónsul en 371 junto a Graciano, futuro emperador.

[4] Amiga de San Jerónimo, quien la describió como bien educada.

[5] Los dos primeros hijos compartieron consulado en 395 (fecha de la muerte del emperador Teodosio), a petición del Senado, cuando solo eran unos niños, algo insólito.

[6] Cónsul del 406 junto al emperador Arcadio.

[7] En el 455 uno de sus miembros se convertiría en emperador, Petronio Máximo.

[8] Hermano de la escritora Betitia Proba.

[9] Su marido fue enterrado en la basílica de San Pedro, en una tumba que también iba a ocupar ella hasta los sucesos del 410. Cabe destacar el elegante sarcófago que pagó para su esposo y que fue usado durante siglos en la basílica como fuente bautismal.

[10] En el tramo noreste de las Murallas Aurelianas, cerca de las Termas de Diocleciano y el campamento de los pretorianos.

En las fauces de Licaón

El lobo era, en la mentalidad romana, un animal símbolo de ferocidad y fuerza, con el que los romanos deseaban identificarse, pues sus atributos eran necesarios en la guerra, y ello explica su vinculación como animal de Marte. Así, Rómulo y Remo no solo eran hijos del dios, sino que habían bebido y asimilado la ferocidad que caracterizaba al ejército romano directamente de las mamas de la famosa Loba, enviada por Marte para ayudar a su descendencia. Esta conexión nos la demuestran autores como Tito Livio, quien describió una estatua de Marte rodeado de lobos en la vía Apia, o Virgilio en la Eneida refiriéndose al lobo con el nombre martius[1].

 

Fotografía de un lobo italiano o canis lupus italicus con un abundante pelaje invernal (imagen de http://www.grandvoyageitaly.com/uploads/3/7/2/7/37277491/60-1iberian-wolf-c_orig.jpg)

De igual modo, para los romanos el lobo estuvo asociado al Inframundo; en el mundo funerario etrusco se han hallado urnas cinerarias esculpidas como demonios con forma de lobo. Todo ello se debía al carácter depredador de un animal que podía llegar a hacer estragos entre una sociedad de profundas costumbres pastoriles y veía amenazados sus rebaños. En su capítulo dedicado al lobo, Plinio el Viejo nos recuerda una leyenda itálica en la que, al mirar directamente los ojos de un lobo, se pierde la voz; por ello, cuando alguien se quedaba sin palabras, era común decirle lupus est tibi visus[2]. En sus Geórgicas, Virgilio describe el gran temor que despertaban los aullidos del lobo, un mal que, según Columela, solo se podía combatir con perros fuertes y sanos.

 

Caliza, s. III d.C. Relieve con escena de ofrenda en la que se representa a un dios híbrido con cabeza de lobo o perro coronada con gavillas de trigo, sosteniendo una llave en su mano derecha y un caduceo y gavillas de trigo en su izquierda y con piernas en forma de serpientes (imagen de https://ralphhaussler.weebly.com/uploads/2/1/6/9/21696158/9718391_2.jpg)

Los hombres lobo siempre han sido seres que han fascinado a la imaginación humana a lo largo de la historia, y los romanos no fueron una excepción. Plinio el Viejo fue uno de los autores que lo mencionaron en profundidad dentro de su Historia Natural (VIII, 81); el término latino más correcto para referirse a estas criaturas era versipellis o cambiapieles, más que el término lykos procedente del griego. En sentido estricto, el término latino viene a significar “con la piel del revés” o “el que muda la piel”, es decir, una transformación reversible.

En ningún caso las fuentes antiguas especifican que las transformaciones ocurriesen por efecto de la luna llena[3], sino por vía de una serie de rituales concretos, pócimas mágicas, la voluntad divina, el contacto con la naturaleza o con lugares asociados a la muerte. En ese sentido, si exceptuamos la intervención de los dioses, en todos los casos el individuo es libre de decidir cuándo quiere transformarse, a diferencia de las versiones modernas del licántropo, en las que su transformación es involuntaria o forzada.

 

Cerámica, s. VI a.C. Vaso póntico con escena de hombre lobo, atribuido al pintor de Tityos y hallado en Vulci. Conservado en el Museo Etrusco de Villa Giulia, Roma (imagen de https://www.archeotravelers.com/en/2022/10/31/lycanthropy-between-myth-and-archaeology/)

Los autores latinos, más que hablar de relatos de terror, trataron estos episodios de licantropía como meras fantasías propias de la simpleza del vulgo; Galeno en particular incluso llegó a considerarla más como una enfermedad en su obra Ars Medica, como un tipo de melancolía que se podía tratar[4]. Vamos a conocer las principales menciones a la licantropía en las fuentes literarias latinas.

 

Virgilio (70-19 a.C.; Églogas, VIII, 95-99)

En su octava égloga, Virgilio nos ofrece un relato inspirado en el “Idilio de las hechiceras” de Teócrito[5]:

“Estas hierbas, estos venenos recogidos en el Ponto – pues en el Ponto nacen sin tasa –, me las dio el propio Meris. Gracias a ellas, muchas veces vi a Meris convertirse en lobo y guarecerse en los bosques, y muchas veces arranca las ánimas de sus hondos sepulcros y traslada las mieses sembradas a otro lugar”.

Nos encontramos al pastor Meris, quien consigue transformarse gracias a unas hierbas de carácter mágico, tras lo cual se mueve entre los entornos salvajes del bosque y funerarios de la necrópolis. Sirve como ejemplo en el relato que una bruja hace al pastor Alfesibeo, quien le pide ayuda para obtener el favor de su querida Dafnis.

 

Tíbulo (54-19 a.C.; Elegías, I, 5, 37-60)

En un pasaje de sus elegías de contexto amatorio, Tíbulo nos ofrece el único y excepcional ejemplo de licantropía en el género femenino; concretamente se trata de una alcahueta, aunque en realidad se descubre que es una hechicera con ese poder de transformación:

“A menudo traté de alejar mis penas con el vino, mas el dolor supo transformar todo aquel vino puro en lágrimas. A menudo me busqué otra dueña, mas, al ir a probar sus goces, Venus me recordaba a la mía, y, encima, la otra me plantaba. Entonces, cuando me dejaba, la mujer aquella me decía que la habían hechizado y que le daba vergüenza, y me contaba que mi Delia[6] estaba al tanto de mis infamias. Mas no lo logra con ensalmos: mi niña me embruja con su rostro, con sus tiernos abrazos, con sus rubios cabellos. Y yo, como Tetis, la azulada hija de Nereo, otrora llevada al hemonio Peleo a lomos de un dócil pez. Esto es lo que me hace daño: que le han puesto delante un amante rico, y una astuta alcahueta ha venido para acabar conmigo. Que coma ella manjares llenos de sangre y con boca ensangrentada apure sus copas funestas, llenas de hiel. Que las ánimas que buscan su destino vuelen a su alrededor, y cante siempre desde lo alto de su techo la torva estrige. Que ella, azuzada por el hambre, fuera de sí, rebusque entre tumbas las hierbas y huesos que dejaron atrás los lobos feroces. Que corra y con el vientre desnudo aúlle por las ciudades, y vaya tras ella la fiera jauría de los perros de las encrucijadas. Así será. Un dios me da su señal. Tienen sus dioses los enamorados. Y, si por malas razones abandonan a Venus, ella se enfurece. Mas tú olvida cuanto antes los consejos de las brujas rapaces, que puede cualquier amor ser forzado con regalos”.

Una vez más, encontramos un contexto de tumbas, donde estas criaturas encontraban su sustento, al igual que el gusto por la sangre de sus víctimas. Resulta necesaria la ayuda de los perros para alejar semejante mal de las ciudades.

 

Ovidio (43 a.C. – 17 d.C.; Metamorfosis, I, 205-239)

Sin dudar, el siguiente pasaje de Ovidio es uno de los más importantes que se han conservado, no solo por lo completo en detalles, sino por ese trascendental compendio de mitología que representan las Metamorfosis. Se nos describe nada menos que el origen de la licantropía, en la persona del rey arcadio Licaón[7]:

“Después de que Júpiter acallara los murmullos con su voz, hizo un ademán, y todos guardaron silencio. Y, en cuanto cesó el clamor, frenado por la majestad del rey, él rompió el silencio de nuevo con este relato: «Aquel – no tengáis cuidado – ha pagado su castigo. Con todo, os explicaré lo que hizo y la pena que ha sufrido. Habían llegado a mis oídos los crímenes de aquellos tiempos. Deseando, y mucho, que fueran falsos, bajé de lo alto del Olimpo y, aun siendo un dios, lustré las tierras bajo apariencia humana. Mucho me demoraría si pormenorizase los muchos delitos cometidos y dónde los hallé. Lo que pregonaban los rumores era menos terrible que la propia realidad. Había atravesado yo el Ménalo, horrenda guarida de fieras, y tras él el Cilene y los pinares del helado Liceo[8]. Por ahí penetré en la patria y en la inhóspita morada del tirano arcadio. Cuando los últimos rayos del crepúsculo trajeron la noche, di la señal de que un dios se aproximaba, y el pueblo empezó a suplicar. Licaón, de entrada, se burló de los píos votos y luego dijo: “Voy a probar de forma indubitable si este es un dios o un mortal. Y la verdad no será puesta en cuestión”. Decide darme una muerte aleve cuando esa noche caiga rendido por el sueño. Oportuna le parece esta prueba de la verdad. Y, no contento con ello, con su espada degolló a un rehén del pueblo moloso. Y, así, por un lado, ablanda en agua hirviendo los miembros semimuertos y, por otro, los asa al fuego. Y, en cuanto dispuso aquello en las mesas, yo, con mi llama vengadora, hice caer sobre él la casa, unos penates dignos de tal dueño, el cual huyó aterrorizado y alcanzó el silencio de los campos, en donde aullaba y en vano intentaba hablar. Y sus fauces recogieron la rabia que tenía en su ser. Y, en su afán de tornar a sus crímenes acostumbrados, se volvió contra los ganados, y aún ahora también se goza en su sangre. Sus ropas mudáronse en pelo; sus brazos, en patas, y él, en lobo, mas guardaba todavía algún vestigio de su antigua apariencia. Su canicie es la misma, la misma es la violencia de su semblante. Sus ojos brillan de la misma forma. Es la propia imagen de una bestia”.

El nacimiento de esta raza de criaturas fue, pues voluntad divina del mismo Zeus; en el culto arcadio, el dios principal del Olimpo recibía el nombre de Zeús Lýkaios o “Zeus lobuno”, en conexión directa con este mito. Licaón fue castigado con la transformación forzosa de su ser por haber cometido el gravísimo delito de realizar sacrificios humanos y vulnerar las leyes de la hospitalidad griega al desear matar a Zeus, que era su huésped, y ofrecerle además carne de un esclavo muerto para cenar.

 

Óleo sobre lienzo, 1636-1638. "Júpiter y Licaón", obra diseñada con boceto sobre tabla por Rubens como encargo de la Torre de la Parada, y pintado por su ayudante Jan Cossiers. Conservado en el Museo del Prado, Madrid (imagen de https://commons.wikimedia.org/wiki/File:J%C3%BApiter_y_Lica%C3%B3n_(jan_Cossiers).jpg)
 

Petronio (14/27-65 d.C.; Satiricón, 61-62)

Durante la narración de su obra, Petronio solo hace hablar a sus personajes sobre relatos de monstruos y fantasmas con el único propósito de tildarlos de meras patrañas, cuentos del vulgo ignorante que servían para distraer y entretener a la gente culta y de mejor rango social. Es por esta razón que, en el mundo romano, jamás surgió un género literario de terror:

“Era yo a la sazón esclavo, y vivíamos en el callejón estrecho, en donde ahora está la casa de Gavila. Allí – así lo decidieron los dioses – me hice amante de la esposa del tabernero Terencio. Si hubierais conocido a Melisa, la tarentina… Una preciosidad que emborrachaba. Ahora bien: yo, por Hércules, no iba por sus carnes o por motivos lúbricos, sino más bien porque era mujer de buenas prendas. Si le pedía algo, jamás me lo negaba. ¿Que ella conseguía un as? Tenía yo medio. Y yo, a mi vez, le metía todo en su faltriquera, y nunca me engañó. Su marido pasó su último trance en una villa. Y, así, “por escudos y grebas” hice y deshice para ver cómo podía ir junto a ella, pues, como dicen, los amigos se presentan en las situaciones difíciles.

Y resulta que mi señor había salido para Capua con el fin de liquidar unos bienes de fácil venta. Habiendo hallado una oportunidad, persuadí a nuestro huésped para que me acompañara hasta el quinto miliario. Era un soldado fuerte como un ogro. Y a eso que cantó el gallo movimos el culo. La luna iluminaba la noche como si fuera mediodía. Íbamos entre mausoleos, y el individuo se puso a aliviarse junto a unos sepulcros. Yo me senté y me puse a canturrear y a contar las lápidas. Luego, cuando me volví hacia mi acompañante, él se desvistió y puso todas sus ropas junto al camino. Creí que el alma se me subía a la nariz: estaba como un cadáver. Él, por su parte, orinó en círculo alrededor de sus ropas y, de repente, se transformó en lobo. No penséis que me burlo de vosotros. No hay dinero en el mundo que me pueda inducir a mentir. Pero lo que empezaba a deciros: después de transformarse en lobo, comenzó a aullar y huyó hacia el bosque. Al principio, yo no sabía ni dónde me hallaba. Luego me acerqué para llevarme sus ropas, pero se habían vuelto de piedra. Si hay alguien en el mundo que podía morirse de miedo, ese era yo. Desenvainé mi espada y fui acuchillando las sombras por todo el camino hasta que llegué a la villa de mi amada. Entré como un alma en pena y más muerto que vivo, el sudor se me escapaba de la espina dorsal y mis ojos estaban muertos. Apenas me repuse, mi Melisa empezó a preguntarme por qué andaba tan tarde y me dijo: “Si hubieras venido antes, al menos nos podrías haber ayudado, pues un lobo ha entrado en la villa y ha desangrado a todo el rebaño como un matarife. Sin embargo, aunque ha huido, no se ha burlado de nosotros, pues uno de nuestros esclavos le ha atravesado el cuello con una lanza”. Al oír su relato, no pude abrir más los ojos y, como ya era de día, hui a casa de nuestro Cayo como el tabernero desplumado. Y, cuando acudí al lugar en donde había transformado sus ropas en piedra, no encontré nada, mi amigo el soldado yacía en cama como un buey, y un médico le estaba curando el cuello. Me di cuenta de que él era un hombre lobo y, en adelante, ya no pude compartir el pan con él; ni aunque me hubieran matado. Ya sabrán los demás lo que piensan de esto. Mas, si miento, que tenga airados a vuestros genios”.

Petronio es el único autor latino, y puede que sea uno de los escasos ejemplos en la Antigüedad, en la que se menciona la presencia de la luna en el momento de la transformación, aunque por su descripción, no parece que en el relato el satélite sea el agente causante de la transformación del soldado, pues en todo momento mantiene control de su propio ser y elige desvestirse para realizar la transformación, tras lo cual parece perder todo control  y raciocinio, actuando como un lobo salvaje más. A nuestro juicio no es así, pues de nuevo, y una vez herido, decide volver a convertirse en humano para buscar la atención médica que no recibiría como bestia.

 

Plinio el Viejo (23-79 d.C.; Historia Natural, VIII, 22, 34)

Aunque ya existían en Italia leyendas arraigadas sobre los hombres lobo (como demuestra el uso de la palabra latina versipellis), Plinio se limita a recoger en su obra enciclopédica leyendas de origen griego, con un punto de vista escéptico y descreido; concretamente alude a un episodio que ya trató Evantes de Samos[9], en el que un muchacho arcadio fue elegido por sorteo para ser conducido a un lago de la región y cruzar a nado el lago tras dejar sus ropas en un roble. Tras llegar a la otra orilla, caminó hasta llegar a un desierto, y allí se transformó en lobo, forma que mantuvo durante nueve años, conviviendo con los demás animales salvajes y evitando en todo momento entrar en contacto con otro ser humano; transcurrido ese tiempo, y volviendo a cruzar el mismo largo, retomaría su forma humana, pero siendo nueve años más viejo.

En otra mención, Plinio nos habla de Agríopas, un autor de una historia de los Juegos Olímpicos que relata cómo el parrasio[10] Deméneto probó las entrañas de un niño inmolado durante un sacrificio humano que los arcadios ofrecían a Júpiter Liceo, tras lo cual se convirtió en lobo; sin embargo, a los diez años recuperó su forma original y su actividad deportiva.

Puede que lo más interesante de Plinio sea el primer pasaje, que nos conecta directamente con las experiencias de iniciación juvenil, más conocidas como “ritos de paso”; en este caso particular, los jóvenes eran obligados a abandonar su comunidad y vivir en la naturaleza como bestias. Solo así podían acceder a la condición de adultos integrados en la sociedad y la civilización cuando regresasen. Resulta inevitable encontrar una conexión con la famosa fiesta romana de las Lupercalia, desarrollada en torno al mito del lobo y el dios Fauno (llamado Luperco) como agente de fertilidad sexual y/o protector de las manadas de lobos, y en la que se sacrificaba un perro (enemigo del lobo) al dios.

 

Agustín de Hipona (354-430 d.C.; La ciudad de Dios, XVIII, 17)

Ya en el Bajo Imperio tenemos como último autor a San Agustín, quien recopiló algunos episodios sobrenatulares sobre el origen de la licantropía, teóricamente extraídos de Varrón. Viene a ser un “copia y pega” de lo relatado por Plinio el Viejo, con la única diferencia de que el licántropo recuperaba su forma humana solo si había estado nueve años sin probar la carne humana. La innovación, pues, consiste en crear el motivo del hombre lobo como bestia hambrienta de carne humana:

“Y, para confirmarlo, Varrón da cuenta de otras cosas no menos increíbles de aquella famosísima hechicera, Circe, la cual transformó a los compañeros de Ulises en animales; y también de los arcadios que, tras ser sorteados, atravesaban una laguna y allí se convertían en lobos y vivían en los desiertos de aquella región con otras fieras de esa misma especie. Por otra parte, si lograban privarse de la carne humana, a los nueve años podían recobrar su aspecto humano tras volver a cruzar la misma laguna. Finalmente, menciona también a un tal Deméneto, quien, tras probar la carne de un niño sacrificado por los arcadios a su dios Liceo, se transformó en lobo y a los diez años recuperó su aspecto, actuó en las competiciones pugilísticas de los Juegos Olímpicos y venció en ellos. Y el historiador considera que los arcadios denominaron a Pan y  Júpiter con el epíteto de liceo precisamente por la transformación de los seres humanos en lobos, cosa que consideraban no podía hacerse sino por la intervención divina. Porque, en griego, “lobo” se dice lýkos, de donde parece derivarse el nombre de liceo”.

 

Ilustración con interpretación moderna de la transformación del rey Licaón (imagen de https://pbs.twimg.com/media/F5VvSi9XEAARBS6.jpg)

Fuentes[11]:

Agustín de Hipona: La ciudad de Dios.

Ovidio: Metamorfosis.

Petronio: Satiricón.

Plinio el Viejo: Historia Natural.

Tíbulo: Elegías.

Virgilio: Églogas.

Bibliografía:

Alfayé Villa, S. (2014): “Fraudes sobrenaturales: embaucadores, crédulos y potencias divinas en la antigua Roma”, en Marco, F., Pina, F. y Remesal, J. (coords.), Fraude, mentiras y engaños en el Mundo Antiguo, Barcelona, Universidad Autónoma de Barcelona, 65-96.

Baring-Gould, S. (2004): El libro de los hombres lobo. Información sobre una superstición terrible, Madrid, ¿

Blanco Mayor, J. M. (2020): “Heterodoxia ideológica e hibridismo literario en Aullio de licántropo de Carlos Álvarez”, Hesperia, 23.1, 45-68.

Buxton, R. (2013): “Wolves and Werewolfes in Greek Thought”, en Buxton, R. (ed.), Myths and Tragedies in their Ancient Greek Contexts, Oxford, ¿, 60-79.

Fontana Elboj, G. (2021): ‘Sub luce maligna’. Antología de textos de la antigua Roma sobre criaturas y hechos sobrenaturales, Zaragoza, Contraseña.

Freán Campo, A. (2019): “El mito del hombre lobo en la antigüedad”, Florentia Iliberritana, 30, 47-68.

Rodríguez Morales, J. E. (1992): “Petronio, Satiricón 61, 5-62 y la licantropía en las fuentes latinas”, en Artigas, E. (ed.), Actes del Xè Simposi de la Secciò Catalana de la SEEC, Diputació de Tarragona, 221-228.

Sconduto, L. (2008): Metamorphoses of the Werewolf. A Literary Study from Antiquity through the Renaissance, Jefferson, ¿, 2008.

Wagner, C. G. (1989): “El rol de la licantropía en el contexto de la hechicería clásica”, Anejos de Gerión, 2, Madrid, Universidad Complutense, 83-98.



[1] Incluso Horacio utilizó la expresión martialis lupus.

[2] “Has visto un lobo”.

[3] Fue el cronista medieval Gervase de Tilbury quien asoció la licantropía con la aparición de la luna llena.

[4] “Sí es oportuno saber que esta enfermedad es parecida a la melancolía: que se puede curar abriendo la vena durante el período de acceso y evacuando la sangre hasta la pérdida del conocimiento, y el paciente será alimentado de alimentos muy jugosos. También se puede hacer uso de baños de agua dulce: posteriormente el suero durante un período de tres días; también se purgará con el coloquín de Rufo, de Arquígenes o de Justo, tomado con varios intervalos. Después de la purgación, también se puede usar la triaca extraída de las víboras y los demás tratamientos de la melancolía ya mencionada anteriormente”.

[5] Autor griego del s. III a.C.

[6] Amada literaria de Tíbulo.

[7] Nombre derivado del griego λύκος o lýkos (lobo), que sumado a άνθρωπος o ánthrōpos (hombre), forma nuestra palabra “licántropo”.

[8] Ménalo, Ciilene y Liceo, tres montes de Arcadia, en el Peloponeso.

[9] Autor griego del s. IV a.C.

[10] Parrasio fue un hijo de Licaón, y por su nombre la región de Arcadia también era llamada Parrasia.

[11] Los textos aquí citados corresponden a la traducción realizada por Fontana Elboj (2021).

PRIMVS INTER PARES

Cuando los dioses se cruzan

En esta nueva publicación sobre religión os traemos un curioso ejemplo de sincretismo religioso del mundo romano, la Fonte do Idolo de Braga...

POPVLARES