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Yeshúa ben Yosef

Para conocer la figura histórica de Jesús, resulta imprescindible conocer a fondo el contexto previo a su tiempo vital, comprendiendo así la realidad que vivió. 

 

CONTEXTO PREVIO

Antes de la llegada de los romanos en el 63 a.C., cuya presencia perduraría en Israel durante 700 años, la conocida como "Tierra Prometida" de los judíos se encontraba en plena disputa entre dos hermanos de la dinastía Asmonea que regía en Judea, ambos hijos de Alejandro Janeo y Salomé Alejandra:  

  • Juan Hircano II, quien se convirtió en Sumo Sacerdote de Judea en el 67 a.C. 
  • Aristóbulo II, quien depuso a su hermano unos pocos meses después de su nombramiento.

El ejército de Pompeyo acudió a Siria en el 63, y previa petición de Juan, el general romano mandó encarcelar a Aristóbulo II y a sus hijos, erigiendo a Hircano II nuevamente como Sumo Sacerdote y Ethnarcos (líder del pueblo). Pero su poder fue menor del deseado, pues a cambio del favor de Pompeyo, Judea pasó a convertirse en reino cliente de Roma, supervisado desde la provincia de Siria.

Mientras ocurrían estos sucesos, un nuevo jugador, el idumeo Antípatro, que había sido gobernador de Judea con Alejandro Janeo y se había convertido en cliente de Pompeyo mientras luchaba contra Aristóbulo II, ascendió en la escalera de poder haciéndose amigo de Julio César. Tras la derrota de Pompeyo en el 47 a.C., César nombrará a Antípatro Epitropos (administrador) de Judea y le concederá la ciudadanía romana. Antípatro tuvo dos hijos que le sucedieron tras su muerte en el año 44: 

  • Fasael, nombrado gobernador de Judea, pero que optó por el suicidio en el 40 para evitar una condena peor. 
  • Herodes, nombrado gobernador de Galilea, y casado en el 43 con Mariamna, hija de Hircano, por lo que, tras convertirse en gobernante único con la muerte de su hermano, también entraba en la familia de los Asmoneos, obteniendo así el derecho al trono de Judea.

Huyendo a Roma en el 40 a.C. para evitar la muerte a manos de su rival Antígono, Herodes se hizo amigo de Marco Antonio, y tras un sustancial soborno, consiguió recibir del Senado el título de Rex Iudaeorum o Basileios Ioudaion (rey de los judíos), según nos describe Josefo (AJ, XIV, 14, 5). Pero el título no se hizo efectivo hasta que los romanos, con Herodes a la cabeza, pudieron derrotar al asmoneo Antígono y a los partos que lo apoyaban, proclamándose así como el rey Herodes el Grande en el 37 a.C. Durante su longevo reinado, imitaría a Augusto con un programa de construcciones monumentales, pero también eliminando a cualquier rival político, inclusive miembros de su familia, una actitud despiadada que quedó reflejada en el episodio de la Matanza de los Inocentes (Mt 2, 16), cometida supuestamente con el fin de eliminar al nacido como “rey de los judíos”, o cuando intentó, antes de morir, ordenar la muerte de todos los notables de Judea en el hipódromo de Jericó, orden que impidió su hermana Salomé (Josefo, AJ, XVII, 6, 5).

Pero con relación a la matanza de los inocentes, fue precisamente en este reinado cuando se documenta el nacimiento de Jesús de Nazaret, hacia el 4-3 a.C., sin un acuerdo sobre el lugar, entre la aldea de Nazaret, en Galilea, y Belén, en Judea. El nombre es la derivación latina del griego Ιησοῦς, mencionado así en el Nuevo Testamento, del hebreo Yeshúa ישׁוע (“Yahveh salva”), nombre con el que también se designa a Josué en el Antiguo Testamento, siendo un nombre muy común en la época (Flavio Josefo cita hasta 20 personajes con el mismo nombre en su obra). Por cierto, a modo de curiosidad, según el diccionario de la RAE, se designa como “Nazareno” al “hebreo que se consagraba al culto a Dios, sin beber licor ni cortarse barba o cabello”.

 

Mapa con la división territorial de los hijos de Herodes (imagen de https://assetsnffrgf-a.akamaihd.net/assets/m/1001061230/S/art/1001061230_S_sub_lg.jpg)

CONTEXTO DE JESÚS

En fin, como último deseo antes de su muerte en el 4 a.C., Herodes repartió su reino entre sus tres hijos supervivientes, aunque Augusto, quien se ocupó de cumplir con el testamento, no permitió que asumiesen títulos de reyes:

  1. Herodes Arquelao fue nombrado Ethnarcos de Judea, Samaria e Idumea. 
  2. Herodes Antipas fue nombrado Tetrarca (gobernante de una cuarta parte) de Galilea y Perea. 
  3. Herodes Filipo II fue nombrado Tetrarca de Gualanítide (Altos del Golán), Batanea, Traconítide y Auranítide.

El más conocido de los tres hermanos y que gobernó durante más tiempo fue Antipas, quien ordenó el encarcelamiento y decapitación de Juan el Bautista (Mt 14, 1-1; Mc 6, 14; Lc 9, 7-9; Josefo, AJ, XVIII, 5, 2), o tuvo el famoso encuentro con Jesús (Lc 23, 6-12). Pero como su hermano Arquelao, terminó siendo destituido por Roma y desterrado a la Galia en el 37 d.C. Respecto a Filipo II, fue un buen gobernante hasta su muerte en 34 d.C., momento en el que el emperador Tiberio ordenó que su región pasara a formar parte de la provincia de Siria por falta de herederos, aunque en el 37 Calígula cedió los territorios a su amigo el rey Agripa I. En el 6 d.C., Arquelao, ante el descontento de la población, fue depuesto por Augusto y desterrado a la Galia; sus tres regiones pasarían a formar la nueva provincia romana de Judea, con capital en Cesarea Marítima. La provincia de Judea tendría 14 gobernadores romanos hasta el 66 d.C., unos gobernadores con el rango de prefecto ecuestre (en el 44 pasará a manos de un procurador), 3000 hombres a su cargo, Ius Gladii (derecho a dictar sentencias de muerte) y dependiente del legado de Siria. El más famoso de estos gobernadores es Pilatos (prefecto entre 26 y 36), si bien hubo un pequeño paréntesis en el que Judea formó parte del reino de Herodes Agripa I (hijo de Aristóbulo, uno de los hijos asesinados de Herodes el Grande) entre el 41-44. A partir del 44 el territorio volvió a manos de los gobernadores romanos, ahora con el rango de procuradores. En esta provincia romana, solo el territorio de Judea y Jerusalén gozaban de cierto autogobierno, bajo la autoridad del Sumo Sacerdote y el Sanedrín.

El ya mencionado rey Herodes Agripa I (responsable de la decapitación de Santiago, hermano de Juan, según Hechos de los Apóstoles 12, 1-2) tuvo un reino efímero pero intenso, pues su objetivo era recuperar la grandeza de su abuelo: al reino de Batanea, Traconítide y Auranítide, sumó en el 39 el título de tetrarca de Galilea y Perea (tras el exilio de Antipas decretado por Calígula), y en el 41 Claudio incluyó en su reino Judea, Galilea y Perea. Pero tras morir repentinamente en 44, Judea volvió al control romano como provincia hasta el 66.

Gracias al uso de etnarcas, tetrarcas y reyes clientes, Roma pudo salir beneficiada a través de tasas, impuestos o explotación de recursos naturales sin necesidad de invertir capital o mano de obra necesaria para la burocracia de las provincias senatoriales o imperiales. Los territorios clientes tenían por lo común cierta libertad para manejar sus asuntos económicos, civiles o religiosos mientras se mantuviesen fieles a Roma. E incluso cuando partes de Palestina pasaron a control romano, todavía se permitió un sistema religioso y judicial independiente. Por ejemplo, en el 57 a.C., el procónsul de Siria Gabinio estableció como nueva forma de gobierno para los judíos los Synedria (singular synedrion o sanedrín, concilios formados por gentes locales), solución que satisfizo a los judíos.

La presencia romana reforzó la idea de Alejandro Magno de un Imperio Panhelénico en el que Judea estuviera incluida, idea iniciada con los Ptolomeos (323-198 a.C.) y continuada con los Seléucidas (desde 198 a.C.). Ya los libros I y II de los Macabeos nos hablan de la adopción de aspectos culturales helenísticos, como las formas de vestir, y hasta cirujanos que revertían quirúrgicamente las marcas de la circuncisión, o la popularidad del Gymnasion (institución para la educación de los jóvenes que incluían algo tan griego como el ejercitarse desnudo); uno de estos edificios fue construido en Jerusalén (I Mac 1, 14-15), y arqueológicamente, se testimonia que muchos pueblos se empezaron a construir con una trama ortogonal, como Séforis (capital de Herodes en Baja Galilea) o Magdala. No podemos olvidar el programa constructivo de Herodes el Grande, partiendo del Águila dorada colocada en la entrada del templo de Jerusalén (Josefo, AJ, XVII, 149-155), la reforma del Gran Templo con una gigantesca plataforma, una doble columnata que rodeaba el patio, capiteles y puertas de bronce, así como la fortaleza Antonia, dos ciudades al estilo romano con teatros, anfiteatros, circos, acueductos, basílicas y templos en honor a Augusto (Cesarea en la costa, con su puerto artificial, y Sebaste o “Augusto” en griego). En el 18 d.C. Antipas construyó Tiberíades; fuera de las regiones de predominio judío, no hubo tantas restricciones a las reformas, como Filipo, que reconstruyó Betsaida en el mar de Galilea llamándola Julia (con un templo en honor a Livia, la esposa de Augusto).

 

Restos visitables de Cesarea Marítima (imagen de https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/a/a9/Caesarea.JPG/1280px-Caesarea.JPG)

Centrándonos en Galilea por estar considerada mayoritariamente como la región natal de Jesús, debemos comenzar especificando que fue destruida junto con buena parte del norte de Israel y su capital Samaria, por los asirios en 722 a.C., y la repoblación de esta zona no se reactivó hasta la conquista de los Asmoneos en torno al 100 a.C. En época romana, las aldeas de Galilea estaban dispersas y alcanzaban los Altos del Golán; llegando al cambio de era, había cientos de aldeas de distintos tamaños, desde las más pequeñas como Nazaret (con unas 150 almas), hasta Cafarnaún (con cerca de 1000). A diferencia de Judea, Jerusalén y otras regiones meridionales de Israel, Galilea, estando sometida a una fuerte influencia helenística (con la Decápolis al este del Jordán, Tiro y Sidón al noroeste y Cesarea Marítima al suroeste), consiguió preservar entre la población campesina una fuerte identidad judía, debido sobre todo a que, para ellos, el Helenismo era el origen de las cargas impositivas de la monarquía y el Gran Templo, y eso que Herodes Antipas intentó una fuerte aculturación al desarrollar las ciudades de Séforis y Tiberíades. De esta forma, Galilea quedó como la región más rezagada económicamente y la más conflictiva, solo empezando a prosperar después de las dos grandes guerras judías; es decir, que en el tiempo en el que nos estamos moviendo Galilea tenía una economía y estilo de vida simples, centrados sobre todo en la agricultura y algunos centros artesanos especializados:

  • Kefar Hananiah y Shikhin: lámparas. 
  • Séforis: textiles. 
  • Gush Halav (Giscala): aceite. 
  • Magdala Tarichae: “la de los saladores de pescado”. 
  • Einot Amitai (cerca de Nazaret): cerámica pétrea (Jn 2, 6).

Jesús conoció el judaísmo como una religión rural de tradición oral, pues la mayoría de la población era analfabeta, pero también a través del contacto con el Templo de Jerusalén, a más de un centenar de kilómetros de Nazaret. Mientras que en la aldea era un rabí quien ejercía como autoridad para las prácticas religiosas, en Jerusalén había una casta sacerdotal hereditaria. A estos detalles debemos sumar que, justo en esta época, el Judaísmo estaba dividido en tres principales escuelas de pensamiento:

  1. Los Saduceos, asociados sobre todo a la casta sacerdotal, rechazaban la idea de que la tradición fuese fuente de ley y negaban la inmortalidad del alma. 
  2. Los Fariseos, que eran la corriente mayoritaria, eran respetados por el pueblo, rigurosos con la ley y veneraban la tradición. 
  3. Los Esenios eran unos estrictos cumplidores de la ley según su propia interpretación.

Al crecer en Nazaret, el estatus de Jesús como judío no fue discutido, pero su alumbramiento tuvo lugar cuando José y María vivían separados (Mt 1, 18), y según la ley de Israel, esto lo convertía en mamzer (Deuteronomio 23, 2), es decir, una persona de paternidad dudosa, un verdadero problema porque en aquel entonces la ascendencia judía se reconocía en base a la descendencia del padre; siglos después, con la formación del Talmud, la ascendencia se estimaría en función de la madre, en base a las dos grandes guerras contra Roma que degeneraron en separación de familias, abusos sexuales, migraciones forzadas… Pero en tiempos de Jesús, un mamzer era el hijo de un padre ilícito (en casos de adulterio, por ejemplo), y por tanto no podía unirse a la comunidad en oración y se le prohibía casarse con un israelí completo. De hecho, Jesús fue excluido de su sinagoga local (Lc 4, 22-30), y fue criticado por los suyos (Mt 11, 16-19) y sus familiares (Mc 3, 31-35). Así, esta situación de marginación le generó empatía por los sujetos a exclusión social, y explica por qué Jesús se acercó a Juan el Baustista; Juan era un rabí famoso que vivía en las zonas salvajes y aisladas de Judea practicando el bautismo (inmersión en agua para el perdón de los pecados), pero a diferencia de su maestro, Jesús no se quedó en el desierto, prefiriendo frecuentar aldeas y pueblos, y el bautismo no era su rasgo distintivo, sino la enseñanza de que la reunión en comunidad para la extensión del perdón a otros fomentaría que la presencia y ley de Dios o “reino de Dios” llegara a ellos (Mt 8, 11-12).

Después, Antipas ejecutó a Juan porque había cuestionado su matrimonio como impuro (Mc 6, 17-29); Antipas se consideraba protector del Gran Templo, y llamarle impuro suponía socavar su legitimidad. Tras la muerte de Juan, Jesús busca refugio en su Galilea natal, donde impartió sus enseñanzas del Reino de Dios y reunió discípulos, especialmente en Cafarnaún, donde chocó con la escuela dominante, los fariseos: mientras que estos defendían que una casa era pura solo cuando fuese purificada con los ritos debidos y el pago del diezmo, Jesús enseñaba que todo israelí debía ser considerado puro, pues la pureza estaba en el interior, no en aquello que se demostrase externamente (Mc 7, 15). Aunque estas diferencias eran más bien teóricas, no eran enemigos acérrimos.

Una razón que explica los muchos viajes de Jesús, algo atípico en un rabí, era su constante necesidad de huir de la amenaza que suponía Antipas, llegando a enviar discípulos como sus representantes para evitar peligros (Mc 6, 11-13), los Apostoloi (“agentes enviados en nombre de uno”). Antipas gobernaba como cliente de Roma sobre Galilea, pero cuando Jesús viajó a Jerusalén, lo hizo viajando a una región bajo jurisdicción directa de Roma. Jerusalén era gobernada por los romanos en asociación con el Sanedrín. Allí también entró en conflicto con la casta de los Escribas, que se consideraban grandes conocedores de las escrituras; según explicaban, el Mesías debía proceder del linaje del rey David, y dado que el propio nacimiento de Jesús era polémico, él mismo se creyó ungido por el Espíritu Santo (Lc 4, 16-20), lo que sobrepasaba cualquier estatus de la descendencia humana; y a diferencia de David, famoso por sus conquistas, él defendía que su fin era la sanación y la redención. También criticó a los escribas por utilizar el Templo como un centro comercial del que sacaban provecho (Mc 12, 38-44).

Esta polémica degeneró en un enfrentamiento directo con la Casta Sacerdotal representada en el Sumo Sacerdote Caifás: responsable de la gestión del templo, decidió que los animales que habían de ser sacrificados allí debían venderse previamente en el Gran Patio abierto situado en la plataforma del templo (Mc 11, 15-17); es decir, que los israelíes pudiesen adquirir el animal y sacrificarlo de inmediato, para que no existiera ninguna posibilidad de que el animal tuviese algún daño o imperfección que lo inhabilitase para el sacrificio. Pero en opinión de Jesús, con esta medida Caifás violaba el propósito último del Templo, e inspirándose en Isaías y Zacarías, afirmaba que Dios deseaba que su culto incluyera a todas las personas, y no deseaba operaciones comerciales en el santuario (Isaías 56, 7; Zacarías 14, 20-21). También, para muchos de estos sacerdotes saduceos, era ridículo considerar (como Jesús hacía) que todo el mundo podía regresar de la muerte, poniendo como ejemplo a una mujer resucitada que hubiese tenido varios maridos, pues no se sabría a quién de ellos pertenecería la mujer (Mc 12, 18-23). Jesús recriminó a los saduceos que no entendían ni las escrituras ni la naturaleza de Dios, pues la resurrección no servía para que la gente retomara sus tareas cotidianas o relaciones con el mundo, sino para un nuevo tipo de existencia (Mc 12, 24-27).

A partir de entonces, Jesús se creció en su oposición a Caifás, lo que le conduciría a la cruz: contra los sacrificios del Templo, Jesús organizó sus propios banquetes con discípulos como una forma de “sacrificio” en el que repartía el vino y el pan de la alianza (cuerpo y sangre; Mc 14, 22-25). Cuando Caifás le arrestó y le preguntó por esta blasfemia, Jesús admitió que enseñaba como el Mesías (Mc 14, 55-64). Pero esto solo puso en la picota a Jesús, pues al poner en riesgo la estabilidad y seguridad del Templo, forzaba al gobierno de Roma a acabar con él, pues suya era la responsabilidad de velar por su protección. Como amenaza para el orden público, Jesús se convirtió en objetivo de Pilatos, que contaba con plena autoridad para crucificar a un no ciudadano que desafiaba a Roma.

 

HISTORICIDAD DE JESÚS

En lo que respecta a probar la existencia de Jesús, debemos partir con una sentencia firme hasta la fecha: por parte de la Arqueología, no hay ninguna evidencia que verifique que esta persona existió, debido principalmente a que mientras vivía como sencillo predicador itinerante no alcanzó la relevancia suficiente para dejar constancia en las fuentes arqueológicas. Sin embargo, si nos atenemos a las fuentes literarias, aunque éstas ofrezcan pocos argumentos y pruebas, sí resultan suficientes para demostrar la existencia histórica de Jesús. Para el estudioso Antonio Piñero, ante las lagunas, imperfecciones y lamentos que hacen humano a Jesús, y no una divinidad perfecta en un relato completo, subyace en los Evangelios el traslucimiento de una figura real, cuyos rasgos humanos son precisamente los que se intentan ensalzar. Es decir, que si Jesús fuese un simple invento literario que siguiese el modelo de divinidad de salvación de la época, no habría habido problema alguno en una narración sin sobresaltos ni deficiencias teológicas. 

¿Cómo defender la historicidad de Jesús? Si bien el propio Jesús no dejó escritos, otros autores sí hablan de él, a los que dividimos en dos bloques.

FUENTES NO CRISTIANAS: apenas hay menciones entre los siglos I-II d.C., pero todas juntas bastan para certificar su existencia histórica, si bien demuestran que la actividad de Jesús pasó casi inadvertida en su época.  

  • Judías: Flavio Josefo hacia el 93 d.C. (AJ, XVIII, 63-64 y XX, 200), y el Tratado Sanedrín 43A del Talmud Babilónico. Concretamente, en Josefo XX, 200, se hace mención al vínculo, como hermano de sangre, que unía a Santiago con Jesús, lo que encaja con dos testimonios de San Pablo (Gálatas, 1, 18-19, y 2, 9); mal historiador sería Josefo si se hubiese dejado engañar señalando un parentesco entre un personaje que consideraba real y otro que en teoría nunca existió, es decir, que la existencia de uno implica la existencia del otro. El segundo pasaje, XVIII, 63-64, ha sufrido una manipulación cristiana que añade expresiones como “si se le puede llamar hombre”, “Era el Cristo”, o “al tercer día se les apareció vivo, como lo habían anunciado los profetas de Dios, así como habían anunciado estas y otras innumerables maravillas sobre él”, frases que son imposibles en Josefo; su texto original sería: “Por esta época vivió Jesús, un hombre [sabio]. Fue autor de obras sorprendentes y maestro de quienes acogen la verdad con placer. Atrajo no solamente a muchos judíos, sino también a muchos griegos. Y, aunque Pilato, instigado por las autoridades de nuestro pueblo, lo condenó a morir en cruz, sus anteriores adeptos no dejaron de amarlo. Y hasta el día de hoy existe la tribu de los cristianos, que se denomina así en referencia a él”. Este pasaje se incluye en una serie de explicaciones de Josefo acerca de sucesos dañinos para el judaísmo que desembocaron en la guerra de su época, por haber contribuido con su mesianismo a exaltar a los más radicales deseosos por liberarse de Roma.
  • Romanas: Plinio el Joven (Ep., X, 96), Tácito hacia el 116-117 d.C. (Ann., XV, 44, 2-3) y Suetonio (Cl., 25).

FUENTES CRISTIANAS: documentos parcialmente históricos.  

  • Evangelios Sinópticos: Marcos (después del 70), Mateo o papiro Magdalen P64 (entre 80-90), Lucas (hacia 90), y Juan o papiro Rylands P52 (entre 100-125) son los testimonios más antiguos que hablan de Jesús, y evidencian que los primeros escritos sobre Jesús que circularon en la Antigüedad corresponden a unos 20 años después de su muerte (algunas cartas de Pablo). Para muchos investigadores fueron compuestos a partir de muchos pequeños relatos, fragmentos y colecciones independientes entre sí que recogían los dichos y hechos de Jesús; incoherentes y contradictorios tal como están, no pueden ser obra de una mera falsificación de una o varias manos, y de hecho son textos que luego causaron a la Iglesia muchos quebraderos de cabeza, como el Bautismo de Jesús (Mc 1, 9-11): si la Iglesia a finales del s. I ya creía que Jesús era hijo de Dios y, por esencia, sin pecado, ¿cómo se explica que necesitase, como el resto de los mortales, limpiar sus pecados con el bautismo? De esto se deduce que el bautismo fue un hecho histórico de trascendencia, pues los evangelistas tuvieron que contarlo a pesar de la cantidad de problemas que planteaba a ellos y a sus lectores. O por ejemplo, ¿para qué construir un Jesús con hermanos carnales (Mc 6, 3 y Mt 13, 55) cuando, a partir del s. II, hubo una corriente en la Iglesia que defendía la virginidad perpetua de María? Es evidente que el personaje histórico tuvo esos hermanos, pero más tarde, cuando la Iglesia lo divinizó y magnificó el estatus de María, convirtió a sus hermanos en primos o hermanastros hijos de un matrimonio anterior de José.
  • Epístolas de Pablo (50-60 d.C.). 
  • Algunos evangelios apócrifos (Tomás y Pedro).

Pero antes que nada, es necesario dejar clara la necesidad de hacer una distinción que evite confusiones y malentendidos. Aquí nos estamos planteando la veracidad y existencia histórica de Yeshúa ben Yosef o Jesús de Nazaret, no la existencia de Jesucristo o Cristo el Mesías. En los Evangelios se desprenden dos naturalezas en la misma persona:

  1. Un Jesús real datable hacia el s. I d.C. quien asumió al final de su vida la pretensión de ser el Mesías de Israel. Se piensa en él como humilde carpintero o albañil, aficionado al estudio de las Sagradas Escrituras, buen orador, sanador u exorcista, pero fracasado en su intento de convencer a las gentes de la llegada del reino de Dios, fracaso que le conduce a la muerte ignominiosa por sedicioso a manos de Roma. Éste sería un Modelo Judío: ayudante de Dios. 
  2. Un Jesús sobrenatural, el Mesías o Cristo celestial, ayudante de Dios en la salvación, capaz de su pasión, muerte y resurrección para la expiación de los pecados de la humanidad. Se piensa en él como un hijo físico de Dios, quien desciende a la tierra para encarnarse en Jesús. Éste sería un Modelo Paulino (Pablo de Tarso): sacrificio expiatorio del Mesías por los pecados del mundo.

Cualquier historiador que se atenga a la documentación y su contraste, puede aceptar la existencia del primer modelo, porque además encaja en las mismas características que otros hombres milagreros de la época de los que no se duda su existencia, como Rabí Honí o Rabí Hanán. Pero el segundo modelo es un concepto mental, teológico, en cuya existencia histórica no se puede indagar porque es sobrenatural, y por tanto pertenece a la creencia y la teología. Del mismo modo, si se pregunta a un historiador por la fusión de ambos, Jesucristo, dirá que no existió jamás al ser una mezcla de historia y teología.

En Galilea se han registrado arqueológicamente muchas sinagogas, pero es en Cafarnaún, reconocida como sede del ministerio de Jesús, donde se ha identificado una posible casa-iglesia (domus ecclesia) asociada con Pedro, y supone la más antigua y firme evidencia de una iglesia temprana. Otro hallazgo más interesante ha sido el de la Piedra decorada de Magdala, identificada con Tarichae y hogar de María Magdalena: aunque no hay acuerdo unánime sobre el uso de esta piedra, quizás como plataforma ceremonial para la Torá, su decoración e imitación de motivos del Segundo Templo ha atraído la investigación de muchos. No obstante, y puesto que los cristianos no comenzaron a representar sus símbolos hasta el s. IV con la legalización de Constantino, es muy difícil identificar arqueológicamente a los cristianos dadas sus muchas semejanzas con los judíos, y de hecho los primeros cristianos diferían en muy poco de sus colegas judíos, más allá de ciertas creencias y algunas prácticas.

No hay constancia de que Jesús estuviera casado, siendo lo más probable que fuese célibe; con aproximadamente 30 años se hizo seguidor del predicador Juan el Bautista; cuando leemos a Marcos (6, 1-6) y sus paralelos (Mt 13, 54-58; Lc 4, 16-30), podemos reconocer que Jesús era ya un sabio erudito además de un maestro y predicador cuando volvió a Nazaret a hablar en la sinagoga. Cuesta creer que hubiera adquirido estas habilidades cuando era un niño o ya como adulto en la propia Nazaret, y puesto que volvió allí en calidad de “maestro”, podemos asumir que adquirió tales conocimientos durante el recorrido de su ministerio. El por qué los ancianos de Nazaret lo rechazaron, e incluso la falta de afinidad que muestran los parientes de Jesús (Mc, 3, 21-31), reside en cómo emplean en él el término de “carpintero” o tekton; hay que pensar en la actividad constructiva que se estaba desarrollando en el camino a Séforis como un posible factor de oposición de Jesús contra el proyecto de reconstrucción encabezado por Antipas y la familia real, lo que le habría ganado la oposición frontal de su aldea natal y hasta su propia familia, quienes veían en este proyecto un beneficio para la economía local. ¿Por qué, si no, iba a ir Jesús a predicar a Cafarnaún, rodeado de pescadores pobres, y no a Séforis donde muchos de los suyos se estarían ganando el sustento?

Su predicación por varias localidades de Galilea y fuera de esta región la realizó en arameo (aunque conocía el hebreo como lengua litúrgica), pero dicha predicación no excedió los tres años, aunque alcanzó una fama relativa como sanador y exorcista (Mt 12, 22-30), siendo acusado en muchas ocasiones de borracho, comilón, amigo de publicanos y prostitutas (Mt 11, 19). La población se compadecía de él (Mt 14, 14), autodefiniéndose como manso y humilde de corazón (Mt 11, 29), rechazando ser llamado bueno, pues sólo Dios es bueno (Mc 10, 18). Durante las fiestas de la Pascua, acudió con un grupo de sus seguidores a Jerusalén, y por algo que hizo o dijo en ese lugar fue detenido por orden de las autoridades religiosas judías, las cuales lo enviaron al prefecto Poncio Pilatos, acusado de sedición, y como tal fue condenado y ejecutado en torno al 29-30 d.C.

Jesús fue condenado a morir en la cruz, pena habitual para los sediciosos contra Roma (Lc 23, 2). De igual forma, la inscripción de la cruz “rey de los judíos” (Mc 15, 26) alude a la acusación vertida contra el nazareno. Sin embargo, los evangelistas tienden a minimizar la acción romana para culpar a los judíos: Mateo y Marcos dicen que Pilatos “sentenció que surtiera efecto su demanda y entregó a Jesús a la voluntad de ellos”. Juan dice que “se lo entregó para que lo crucificaran”. Esto tiene su explicación: cuando los primeros predicadores cristianos difundieron la nueva fe por todo el Imperio Romano, no convenía que Jesús apareciese como una amenaza para la seguridad de Roma, y prefirieron convertirlo en víctima de un conflicto interno judío.

En aquella época, los cadáveres eran enterrados al poco tiempo de morir. Se lavaba el cadáver con perfumes y se amortajaba con varias telas la cara, manos y pies, y luego con una tela mayor el cuerpo. Los parientes llevaban al difunto en procesión, con las mujeres delante llorando y rasgando sus ropas, y arrojando cenizas en su pelo. Los pobres eran sepultados en fosas comunes, mientras que los ricos contaban con tumbas excavadas en la roca que, en el caso de Jerusalén, estaban lo más cerca posible del Valle del Cedrón, donde debería comenzar el Juicio Final. Estas tumbas solían tener una habitación central y, a su alrededor, varios nichos o repisas abovedadas para albergar los cadáveres. Pasado un tiempo, se recolectaban los huesos del muerto y se metían en el nicho; la entrada estaba sellada con una enorme piedra que impedía la profanación, y el ajuar funerario se limitaba a algunos objetos usados en el entierro, como lámparas de aceite, frascos de perfume, ungüentos, incienso para el cadáver…

¿Fue Jesús enterrado en una tumba perteneciente a un personaje adinerado y recibió su cadáver sepultura según las prescripciones judías? Para responder hay que atender a José de Arimatea, miembro del Sanedrín para Marcos y Lucas y un seguidor de Jesús para Mateo y Juan. ¿Por qué se le confió el cuerpo de Jesús a una persona de la que no se tienen noticias anteriores? Los discípulos habían huido y permanecían escondidos por miedo a las autoridades, pero ¿por qué su madre o hermanos no reclamaron el cuerpo (Mc 6, 3)? Además del Gran Sanedrín, compuesto por 72 miembros y Tribunal Supremo al cargo de grandes asuntos, también había un Pequeño Sanedrín con 23 miembros y competencias menores; una de las tareas del Pequeño Sanedrín era hacerse cargo de los cuerpos de los ajusticiados. Josefo confirma que los judíos “bajan de la cruz y sepultan a los que han sido crucificados antes de la puesta de sol” (GJ, IV, 5, 2), y la Misná (una compilación de leyes judías del s. II) confirma que las autoridades judías se aseguraban de cumplir el precepto del Deuteronomio (21, 22-23): “Su cadáver no pernoctará sobre el madero, sino que lo has de enterrar el mismo día; pues un colgado es una maldición de Elohim”. Es probable que las autoridades judías contasen con tumbas dispuestas a tal efecto. Además de los cuatro evangelistas, en Hch 13, 27-29 se confirma que fueron las autoridades judías las encargadas del sepelio.

Es probable que José de Arimatea fuese miembro del Pequeño Sanedrín, encargado de sepultar a los ajusticiados, lo que encaja con su descripción de hombre justo y cumplidor de la ley de Moisés (Lc 23, 50), miembro del Sanedrín (mencionado en los tres evangelios), y en que solicitase el cuerpo a la autoridad romana para su entierro. La versión más antigua (la de Marcos) no dice que la tumba fuera “su tumba”, sino que era “una tumba”. Más tarde, Mateo asumió por su cuenta que la tumba era de su propiedad (elaboración tardía); las sucesivas y tardías elaboraciones de los evangelistas convertirían a este funcionario de alto rango en “seguidor de Jesús”. Si todo esto es correcto, eso significa que el cuerpo de Jesús acabó en una fosa común.

¿Dónde está el lugar de enterramiento de Jesús? Juan 19, 41-42 dice que a Jesús lo enterraron cerca de donde había sido ejecutado. Parece lógico que el lugar habitual de las crucifixiones contara con un espacio para los sepelios de los ajusticiados, donde los encargados como José enterraran los cadáveres, ahorrando tiempo y esfuerzo. No hay que descartar que el Santo Sepulcro, con una tradición antiquísima, se ubique en el auténtico emplazamiento del Gólgota y de la tumba de Jesús. Después de que la tradición cristiana transformase a José de Arimatea en un seguidor de Jesús, los evangelios eliminaron los datos ofensivos para Jesús, a saber:

  • José de Arimatea se convirtió en seguidor de Jesús. 
  • La tumba pasó de ser un modesto enterramiento colectivo a un rico sepulcro particular.

Estos cambios explicarían las divergencias respecto a las mujeres presentes en el entierro. Si ya se hacía difícil concebir su presencia en una ejecución, parece imposible que se encontrasen sin compañía masculina en un lugar de enorme impureza ritual; si hubiesen estado allí, se habrían encargado de sepultar a Jesús, y no unos funcionarios.

Respecto a la Resurrección, los saduceos no creían en ella, pero el resto de las escuelas o doctrinas sí, aunque no en la concepción cristiana de resurrección de la carne, sino más bien en la inmortalidad del alma y la corruptibilidad del cuerpo. Dentro del pensamiento helenístico, había una gran variedad de creencias; en especial los ritos mistéricos ofrecían narrativas con una estructura de “dios que muere y resucita”, desconocida en el Judaísmo pero que encaja relativamente bien con la interpretación cristiana pasada por el tamiz de Pablo de Tarso. Sin embargo, los Misterios solo ofrecían sus beneficios a unos pocos iniciados, mientras que la fe cristiana ofrece vida en el más allá a todos los creyentes. Es decir, que tanto los testigos presenciales de la muerte de Jesús (todos judíos) como los primeros documentos escritos sobre su resurrección (cartas de Pablo y Evangelios en griego y difundidos por el Oriente romano), disponían de una amplia gama de creencias para afrontar la muerte de Jesús. Atendiendo a esto último, parece que no hubo testigos de la muerte y que la mención de las mujeres no es más que un recurso literario para situarlas un domingo por la mañana en el escenario de la tumba. La probable ausencia de testigos y el entierro en una fosa común lleva a la conclusión de que seguramente nadie pudo contemplar el cadáver ni saber qué había sido exactamente de él. Se introduce así un nuevo elemento: la Psicología. Ante cualquier deceso, las personas más cercanas al muerto sufren un impacto emocional que es más intenso cuando la muerte es imprevista, violenta o traumática. Cada duelo, diferente, suele seguir cinco pasos: Negación, Ira, Negociación, Depresión y Aceptación.

En el caso de Jesús hubo elementos poco habituales. Por un lado, un fuerte sentimiento de culpa si los más allegados a su persona no pudieron despedirse de él o hacer las paces, como Pedro (que le negó tres veces y no recibió su perdón) u otros apóstoles (que le abandonaron cuando más les necesitaba). Otras personas experimentaron sentimientos confusos: las mujeres que acompañaban al grupo de Jesús y que se dedicaban a “ayudar” al nazareno y los discípulos. Es decir, no había solo 13 hombres en el grupo, sino una mezcla de hombre y mujeres que sumaban quizás varias decenas. Estas mujeres son absolutas protagonistas de la tumba vacía, y entre ellas destaca María Magdalena. ¿Pudieron todos los evangelistas ponerse de acuerdo en atribuir de manera ficticia a Magdalena un papel tan esencial en la resurrección?, ¿o más bien todos contaban con tradiciones anteriores veraces y comprobables que apuntaban hacia ella? Esta segunda opción es más viable. Y Magdalena nos conduce de nuevo al duelo: en muchos casos modernos de asesinato, accidentes, guerras… los familiares que no encuentran el cadáver de su ser querido no pueden ejercer correctamente su proceso de duelo; el familiar puede permanecer en un limbo de incredulidad, negándose a aceptar lo que, para el espectador imparcial, resulta evidente.

¿Qué ocurre si no hay posibilidad de comprobar la muerte de determinada persona? Hay casos como los de Hitler o Elvis en los que la falta de constancia gráfica del cadáver ha generado que muchas personas permanezcan en estado de negación, afirmando que el personaje sigue vivo, con artículos sensacionalistas hablando del retiro de los mismos en lugares apacibles. Otra forma no tan extrema de negación es asumir la muerte “física”, pero mostrar el convencimiento de que, de alguna manera, el ser querido “sigue viviendo” entre nosotros, una postura expresada mediante fórmulas como: “sigue vivo en nuestros corazones” o “su espíritu sigue vivo”. Es probable que, en el caso de Jesús, el primer paso para conformar una creencia en la resurrección surgiera dentro del grupo de las mujeres, en concreto María Magdalena, quien tuvo la sensación de percibir, de algún modo, la presencia viva de Jesús. Sería esta una forma de negación ante la experiencia que había vivido, un contraste entre las esperanzas puestas en la predicación de Jesús y su final en una cruz. Esa creencia la transmitió María a los hombres del grupo, también sometidos a situación de estrés y sentimiento de culpa, quienes se aferraron como un clavo ardiendo a esta nueva posibilidad, es decir, que Jesús vivía, y al no haber cadáver, no existía posibilidad de desmentir esta idea.

¿Cómo era posible que Jesús estuviera vivo? La respuesta se encontraba dentro del propio Judaísmo. La paradoja de ser fiel a Yahvé y, sin embargo, morir, había quedado resuelta desde el s. II a.C., cuando se construyó la creencia en una resurrección como premio al buen comportamiento en esta vida (Sabiduría 2, 23; 3, 5). Pero entonces, ¿por qué Dios concedió semejante gracia a Jesús? Pues porque, según los textos sagrados, él era el Mesías, ¿acaso no se le crucificó por esa razón? (Lc 23, 2). Jesús dijo que era el Mesías o se comportó como tal, pero según las escrituras, todo era parte de un plan divino. Los textos más antiguos que hablan de la resurrección de Jesús son:

  • Primera Carta a los Corintios (hacia 54-58 d.C.) y otras cartas de Pablo: en esta primera fase de construcción narrativa solo se habla de apariciones y fenómenos puramente visuales, como “ser visto”, “aparece”, “mostrarse”, e incluso “ver con la mente, percibir interiormente”. Es decir, se refieren a un Jesús espiritual, no corpóreo. Porque en origen, la resurrección de los muertos y Jesús no era corporal, sino una transformación en un nuevo cuerpo celestial. Pero la mayoría de las personas, incluidos los primeros seguidores de Jesús, no poseían la formación intelectual de Pablo de Tarso, y si se les hablaba de la resurrección, solo podían entenderla de forma literal, o lo que es lo mismo, un cuerpo muerto que vuelve a la vida. 
  • Evangelios Sinópticos: suponen el final de un proceso de elaboración de narrativas sobre la resurrección que pretenden informar de una resurrección corporal completa; a esta etapa corresponden pasajes como el hallazgo del sepulcro vacío, los contactos de Jesús con sus discípulos en los que hay interacción física…

El último paso era la Divinización. Dentro de la mentalidad judía, que un ser humano ascendiese a la esfera superior ocupada por Dios significaba que tendría acceso a los secretos divinos como premio por su excepcional comportamiento; en Génesis 5, 24 ya se habla de Enoc, al que “Dios lo tomó consigo”, otro tanto con el profeta Elías (Reyes 2, 2). Para las comunidades cristianas más próximas a la cultura griega, surgió la fórmula de “hijo de Dios” para referirse a Jesús; el concepto de filiación divina era muy común en el Mediterráneo antiguo, desde el faraón identificándose como Horus, hijo de Osiris, hasta los emperadores romanos que se declaraban hijos del divino Julio, del divino Vespasiano, etc... 

 

ROSTROS DE JESÚS

Terminamos este artículo sin olvidar otro interesante factor, la representación artística de Jesús, al tratarse de uno de los personajes más conocidos en la Historia. ¿Pero existe alguna representación que sea real? Claramente no; solo podemos acercarnos a la realidad a través de sus primeras representaciones y comprobar cómo su imagen fue cambiando acorde a la ideología y la propaganda. Muchas imágenes suelen coincidir en unas características comunes por las que Jesús es universalmente conocido, aunque carecen de evidencia científica comprobable, pues ni siquiera los Evangelios ofrecen una descripción física del personaje. Durante la persecución sufrida por los cristianos a manos de Roma, el arte cristiano fue ambiguo, pues precisamente por ser perseguidos no podían representar a Jesús, razón por la que empleaban símbolos, como el pez Ichthys, el Lábaro (chi-rho) y el ancla. Cuando el cristianismo salió de las catacumbas y se volvió religión estatal, las imágenes de Jesús cobraron importancia:

  • Representado con toga real y un halo solar. 
  • Tema del “Buen Pastor”, como se le ve en los mosaicos de la iglesia de San Cosme y Damián, donde los doce apóstoles también aparecen como pastores bajo un Jesús imperial. 
  • Pantocrátor, mesías todopoderoso.

Las representaciones más antiguas corresponden con los siglos III y IV en las paredes de las catacumbas. Es aquí donde Jesús fue representado de dos formas distintas:

  1.  Viejo, barbado y con toga.
  2. Joven imberbe sosteniendo una vara (símbolo de poder) que le sirve para convertir el agua en vino (Jn 2, 1-11), multiplicar los panes y los peces (Jn 6, 1-14) o resucitar a Lázaro (Jn 11, 1-45). En cambio, sus milagros de sanación los hace con ademán de imposición de manos.

La segunda imagen, con un aspecto juvenil y vara mágica, puede indicar que los primeros cristianos lo consideraban una especie de mago, aunque también le conecta con la representación del “Buen Pastor”, joven sin barba rodeado de su rebaño, como el famoso “Pastor de Hermas” del s. II, una iconografía que encuentra su inspiración en las leyendas de Orfeo, al que se le atribuía el don de encantar a los animales mientras tocaba la lira, pero que, en lo que atañe al cordero en los brazos o sobre los hombros, procede directamente del modelo pagano del Moscóforo (Μοσχοφόρος, “portador del ternero”) o Hermes Crióforo (κριοφόρος, “portador del carnero”). 

 

Fresco, s. III. El denominado "Pastor de Hermas", en las Catacumbas de San Calixto, Roma (imagen de http://imagenessagradas.blogspot.com/2013/04/el-buen-pastor.html)

Por el contrario, la primera imagen, con pelo largo y barba, es la más conocida. Una imagen que, según John Romer, le conecta con Zeus o Júpiter. Por una costumbre judía, se cree que Jesús tenía barba, pero puesto que no hay fuentes gráficas o palpables de su aspecto, se deduce de posibles testimonios oculares o tradición oral. Es decir, sus representaciones artísticas están basadas en simples ficciones: no hay retratos suyos. 

 

Fresco, s. IV. Busto de Cristo representado con nimbo y flanqueado por los signos apocalípticos del alfa y la omega, en Catacumbas de Commodilla, Roma (imagen de https://cdapress.com/photos/2020/sep/13/28399/)

Sin embargo, el público en general acostumbra a omitir, normalmente por desconocimiento, una representación todavía más antigua que las dos mencionadas. En realidad, la imagen más antigua de Jesús conocida hasta la fecha la encontramos en el conocido como “Grafrito de Alexámenos”, hallado en una pared de la colina Palatino de Roma y datado en época del emperador Domiciano (85-95 d.C.): se representa a un hombre crucificado con cabeza de burro y a la izquierda otro hombre que levanta la mano, gesto interpretado como acto de oración, a lo que se suma una leyenda en griego en la que se lee Αλεξαμενοϲ ϲεβετε θεον o 'Alexámenos sébete theón', lo que puede traducirse como “Alexámenos adora a [su] dios”, una expresión en claro tono insultante contra los cristianos, pues en la época los intelectuales grecorromanos acusaban a la secta cristiana de Onolatría (culto al asno), según nos confirma Tertuliano, por no añadir que, en el pensamiento grecorromano, la imagen de un “dios crucificado” se consideraba despreciable. Una de las posibles interpretaciones es que habría sido dibujado por un romano, quizás un soldado o un estudiante que pretendía burlarse de un compañero que profesaba la nueva fe.

 

Delineado del grafito original de finales del s. I, que sirve para clarificar el dibujo y la inscripción (imagen de https://openmedialab.art/wp-content/uploads/2020/08/800px-AlexGraffito.svg_-1.png)

 

Por supuesto, no podemos finalizar sin citar algunas imágenes que son aceptadas por los creyentes como el verdadero rostro de Jesús:

  • Eusebio de Cesarea nos dice que, cuando Jesús lavó su rostro con agua y lo secó con un manto, dejó su imagen en la tela. Dicha tela fue enviada al rey Abgar V de Edessa, quien había pedido que Jesús lo sanase de una enfermedad. Esta imagen es el Mandylion o “imagen de Edesa”, y aparece históricamente alrededor del 525.  
  • El Sudario de Turín o Sábana Santa apareció en 1353, desaparecido durante un tiempo en las guerras que condujeron a la caída del Imperio Bizantino, y actualmente está en la capilla real de la catedral de San Juan Bautista en Turín. 
  • Por último, están los iconos de Jesús y María aceptados por muchos ortodoxos como pintados originalmente por Lucas el Evangelista.

 

Fuentes:

Antiguo y Nuevo Testamento.

Evangelios apócrifos.

Flavio Josefo: Antigüedades Judías y Guerra de los Judíos.

Plinio el Joven: Epístola a Trajano.

Suetonio: De Vita Caesarum, Divus Claudius.

Tácito: Anales.

Tratado Sanedrín 43A del Talmud Babilónico.

Bibliografía:

De gran interés, y como base recopilatoria de la bibliografía aquí citada, contáis con el nº 18 de Desperta Ferro Arqueología e Historia (2018), dedicada al "Jesús Histórico".

Alonso, J. (2017): La resurrección. De hombre a Dios, Madrid, Arzalia.

Bermejo Rubio, F. (2018): La invención de Jesús de Nazaret. Historia, ficción, historiografía, Madrid, Siglo XXI.

Carrier, R. (2014): On the Historicity of Jesus: Why We Might Have Reason for Doubt, New York, Sheffield Phoenix Press Ltd.

Chilton, B. (2000): Rabbi Jesus. An Intimate Biography, New York, Doubleday.

Ehrman, B. D. (2012), Did Jesus Exist? The Historical Argument for Jesus of Nazareth, New York, Harper Collins.

Evans, C. A. y Hagner, D. A. (1993), Anti-Semitism and Early Christianity. Issues of Polemic and Faith, Minneapolis, Fortress Press.

Fiensy, D. A. y Strange, J. R. (eds.) (2014-2015): Galilee in the Late Second Temple and Mishnaic Periods, 2 vols., Minneapolis, Fortress.

Gómez, E. y Piñero, A. (eds.) (2010): El juicio final en el cristianismo primitivo y las religiones de su entorno, Madrid, Edaf.

Grabble, L. L. (2010): An Introduction to Second Temple Judaism. History and Religion of the Jews in the Time of Nehemiah, the Maccabees, Hillel and Jesus, London, T and T Clark.

Homolka, W. (2016): Jewish Jesus Research and Its Challenge to Christology Today, Jewish and Christian Perspectives Series, 30, Leiden, Brill.

Meier J. P. (2001): Un judío marginal (vol. I), Estella, Verbo Divino.

Meyers, E. M. y Chancey, M. A. (2012): Alexander to Constantine, New Haven, Yale.

Piñero, A. (ed.) (2011): ¿Existió Jesús realmente? El Jesús de la historia a debate, Madrid, Raíces.

(2006): Guía para entender el Nuevo Testamento, Madrid, Trotta.

Reed, J. L. (2007): The HarperCollins Visual Guide to the New Testament. What Archaeology Reveals about the First Christians, San Francisco, HarperOne.

Vermes, G. (2008): La resurrección, Barcelona, Ares y Mares.

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Winter, P. (1995): El proceso a Jesús, Barcelona, Muchnik.

PRIMVS INTER PARES

In corpore sano

Artículo en proceso de redacción.    

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