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El milagro de los vagos

 

Todo comenzó cuando un flamante (y a la vez esmirriado) Augusto, ansioso por dar lustre y prestigio a su nuevo régimen, encabezó personalmente una campaña en el norte de la Península Ibérica para culminar la conquista de Hispania Citerior. De este modo acrecentaría los dominios de Roma y su imagen pública como pacificador y estabilizador del orbe. Sin embargo, los indígenas se lo pusieron tan complicado que la fatiga mermó su maltrecha salud, y no le quedó más remedio que retirarse a Tarraco para recuperarse (Dio. LIII, 25; Suet. Aug. 81), a un ritmo tan lento que, ante la falta de información, llegó a divulgarse en Roma el rumor de que su vida corría serio peligro (Hor. Od. III, 14). Le costó a Augusto casi dos años (26-25 a.C.) sanar por completo[1], gracias en parte a frecuentar aguas termales.

Que el princeps escogiese Tarraco para descansar no resulta extraño si se conoce su evolución como ciudad. En el 49 a.C. recibió de Julio César el estatuto de colonia romana por haberse celebrado allí la asamblea provincial, quedando al cargo de la nueva gestión de la ciudad el prefecto P. Mucius Scaevola; Escévola se ocupó, entre otras cuestiones, de asentar grupos de veteranos de las legiones y dirigir los nuevos trabajos censitarios y catastrales. Gracias a ello se formaría en la colonia un ordo decurionum, nombrándose duoviros y ediles que asumirían los trabajos edilicios de monumentalización de la colonia para aumentar su dignitas. En suma, Augusto escogió un buen lugar acorde a su rango, pero además, su presencia aceleró el crecimiento urbano de Tarraco, pues debía acoger toda la administración y gestión imperial que pasaba por las manos del emperador enfermo, y en ello jugaron un papel clave las élites locales, ansiosas por participar para ser recompensadas. De entre las muchas embajadas que recibió Augusto en Tarraco[2], una fue particularmente importante para los acontecimientos venideros y para esta publicación.

Se trataba de representantes de la ciudad griega de Mitilene, dirigidos por un tal Crinágoras[3], y deseosos por comunicar a Augusto que su ciudad le había consagrado un templo, acto que incluía la formación de un sacerdocio, la celebración de juegos, una festividad anual durante su natalicio, sacrificios y la inserción de su nombre en los juramentos. Es más, la muy orgullosa Mitilene había enviado copias de su decreto a distintas ciudades[4] jactándose del logro.

En un principio, esto no supuso ningún problema o contradicción para Augusto. Sí, es cierto: en Roma y el Occidente había insistido en no querer ser nombrado dictador o rey, e incluso había devuelto sus poderes supremos al Senado en un acto de “humildad” bien ensayada, conformándose con ser un simple “primer ciudadano”. Pero en Oriente la situación era otra: su consagración como dios permitía que las provincias orientales se olvidasen de la fama y fidelidad alcanzadas por Marco Antonio, y además, en el 29 a.C. Octavio ya había comenzado una política religiosa de carácter dinástico levantando en Éfeso y Nicea templos a Roma y Julio César (Dio. LI, 20). Sin embargo, el mensaje caló entre las élites locales de Tarraco.

Años después, estando Augusto sano y salvo en Roma, descubrimos que los tarraconenses le habían dedicado un altar, tal vez ubicado en la parte baja de la colonia[5]. La noticia nos llega a través de Quintiliano (Inst. VI, 3, 77), quien nos cuenta que la embajada de Tarraco deseaba anunciar al emperador que una milagrosa palmera había nacido en el altar que le habían dedicado; el hecho en sí resultaría asombroso e increíble si no fuese porque Quintiliano lo cuenta como mera anécdota para remarcar la campechana respuesta de Augusto: el princeps sin duda debía de ser un bromista sarcástico de mucho cuidado, pues regañó a los embajadores asegurando que esa palmera solo era consecuencia de que no se estaba haciendo uso del altar[6]. En realidad el hecho resultó ser más trascendente de lo que sugiere Quintiliano. Justo antes de la batalla de Munda, mientras las tropas de César talaban un bosque, apareció el brote de una palmera (árbol sagrado de Apolo), lo que fue considerado como un buen augurio para que César buscase un heredero, siendo Octavio el mejor candidato. Según Suetonio (Aug. 92, 1), la actitud de Augusto fue otra cuando brotó una palmera entre las juntas de las piedras de la acera en la misma puerta de su casa: con sumo cuidado la trasplantó al atrio de los dioses penates para hacerla crecer.

 

Ejemplo de altar funerario de mármol, datado en época Julio-Claudia, y dedicado por libertos y esclavos para su patrón y dueño, Q. Fabius Diogenes, y su esposa Fabia Primigenia. Conservado en el Metropolitan Museum de Nueva York (imagen de https://images.metmuseum.org/CRDImages/gr/original/29A_R18R4.jpg)

 

En consideración de Fishwick (1982), el milagro de la palmera de Tarraco tiene una explicación lógica. El famoso altar todavía no era una pieza maciza de mármol, sino un relleno interior revestido de losas de arenisca estucada o placas de caliza; no sería extraño que en ese relleno de tierra terminase brotando una planta típicamente autóctona del entorno mediterráneo. El milagro fue, no obstante, recordado mediante la acuñación de dupondios y semises[7]:

 

  • El primer modelo de dupondio (RPC I 218; ACIP 3258) representa en su anverso la cabeza radiada de Augusto, mirando a izquierda, con la leyenda DIVVS AVGVSTVS PATER; en el reverso tenemos el altar engalanado de cuyo focus brota una palma naciente, con la leyenda C(olonia) – V(rbs) / T(rivmphalis) – T(arraco). 
 
Dupondio de Tiberio, con representación de Augusto divinizado. Observad el detalle de la decoración del altar (imagen de https://www.tarragonaexperience.com/wp-content/uploads/2016/03/MONEDA-72-1024x717.jpg)

  • El segundo modelo de dupondio (RPC I 225; ACIP 3264) representa en su anverso la cabeza laureada de Tiberio, mirando a izquierda, con la leyenda TI(berivs) CAESAR DIVI AVG(vsti) F(ilivs) AVGVSTVS PATER; en el reverso tenemos el altar engalanado, de nuevo con palma naciente, y leyenda C(olonia) – V(rbs) / T(rivmphalis) – T(arraco).

 

Dupondio de Tiberio, donde se aprecia en el reverso el mismo patrón decorativo, aunque ligeramente más desgastado (imagen de https://www.acsearch.info/search.html?id=1379177)

 

El altar que aquí se nos muestra, evidentemente, no sería dedicado durante la estancia de Augusto, máxime cuando no era amigo de la pompa o de participar personalmente en semejantes ceremonias. Este altar inaugura el culto imperial en las provincias occidentales, difícil de entender para ciudadanos de tradición republicana, pero no para clientes y esclavos que rendían culto al genius de un patrono; así, para las élites locales, Augusto actuaba como un patronus todopoderoso con una red de fidelidad clientelar y militar. No es menos interesante mencionar el detalle de que el altar del reverso está decorado con el motivo augural de los bucráneos unidos con guirnaldas, así como una panoplia central de escudo y lanza[8], decoración muy similar a la que podemos encontrar en el Ara Pacis de Roma. Tal vez en época tiberiana ese altar milagroso ya fue remodelado con mármol para mayor dignidad de Tarraco, y lo hizo siguiendo el diseño del altar de la paz del Campo de Marte, inaugurado en el 13 a.C. (RGDA, 12).

 

Mármol (13 a.C.). Detalle del relieve de bucráneos y guirnaldas que decora el espacio interior del Ara Pacis de Augusto (fotografía propia)

No es casualidad que sea, durante esta fecha, cuando asistimos a una importante reforma provincial; en el caso particular de Tarraco, pasa a convertirse en caput urbs o principal ciudad de la provincia Hispania Citerior o Tarraconensis (Plin. Nat. III, 6), así como cabeza del nuevo conventus iuridicus. Es el mejor contexto para situar la monumentalización del altar, sirviendo Tarraco como laboratorio del naciente culto imperial. Desde entonces, afloraron por el Occidente nuevas iniciativas que buscaban copiar a los tarraconenses, en una carrera de peloteo provincial para ganar el favor de los emperadores, y que servía para unificar la lealtad al Imperio.

  1. El legado L. Sestio Quirinal dedicó en el 15 a.C. los Arae Augustae como marca geográfica del poder romano en las costas atlánticas más lejanas (Plin. Nat. IV, 111; Mela III, 13).
  2. En el 12 a.C. Druso dedicó un gran altar a Roma y Augusto muy cerca de Lugdunum, en la confluencia entre el Ródano y el Saona[9], lugar de reunión anual para el culto imperial de los delegados de las 60 naciones de las tres Galias.
  3. El Ara Ubiorum jugó el mismo papel en los confines del Rin para la proyectada provincia de Germania (Tac. Ann., 1, 39).
  4. Más trascendente fue la Ara Providentiae de Emerita, especialmente inspirada en el Ara Pacis de Roma.
  5. En el 12-13 d.C. la colonia Narbo Martius (capital de la Galia Narbonense) dedica un altar a Augusto en su foro.

Y es que el impacto visual logrado por los artistas que decoraron el Ara Pacis incentivó a las élites urbanas de las provincias occidentales a renovar sus ciudades con monumentos que no solo embelleciesen el espacio, sino que además, mediante el lenguaje de las imágenes, difundiesen la propaganda del nuevo régimen.

Con el paso de los años, para Tarraco un altar fue insuficiente, y cuando el gran Augusto falleció el 14 d.C., solicitaron a Tiberio la erección de un templo que consagrase la divinidad del difunto princeps, a lo que el sucesor accedió (Tac. Ann., I, 78), a sabiendas de que debía servir de modelo para el resto de provincias (exemplum provinciae); este acontecimiento coincide, precisamente, con la acuñación de monedas con anversos en los que Augusto ya es representado como divino, con una corona radiada, y la leyenda DIVVS AVGVSTVS PATER. El siguiente y excepcional paso (a decir verdad muy excepcional y único en la numismática) fue una acuñación tarraconense con la leyenda de anverso DEO AVGVSTO; esto implicaba elevar a Augusto a la categoría de auténtico deus (dios), y no meramente divus (divino).

 

Dupondio de Tiberio (RPC I, 222, ca. 15 d.C.). En el anverso se representa una estatua sedente de Augusto mirando a izquierda, sobre silla curul, sujetando pátera con mano derecha y cetro con la izquierda, y con leyenda DEO AVGVSTO. En el reverso se representa un templo octástilo con la leyenda C(olonia) V(rbs) T(rivmphalis) T(arraco) AETERNI - TATIS AV - GVSTAE (imagen de https://rpc.ashmus.ox.ac.uk/coin/150470)
 

 

Fuentes:

Ancient Coinage of the Iberian Peninsula (ACIP).

Augusto: Res Gestae.

Dión Casio: Historia Romana.

Horacio: Odas.

Paulo Orosio: Historia contra los paganos.

Plinio el Viejo: Historia Natural.

Pomponio Mela: Sobre los lugares del mundo.

Quintiliano: Institutio oratoria.

Roman Provincial Coinage (RPC).

Suetonio: Vida de los Doce Césares.

Tácito: Anales.

 

Bibliografía:

Aquilué, J. et alii. (1998): Tárraco. Guía Arqueológica, Tarragona, El Mèdol.

Bendala, M. (1999): “La Paz Augusta y la romanización”, en Almagro Gorbea, M. y Álvarez Martínez, J. Mª. (eds.), Hispania. El legado de Roma, Zaragoza, Ministerio de Educación y Cultura,127-137.

Fernández Ochoa, C. (1995): “Conquista y romanización de los astures”, en Astures. Pueblos y culturas en la frontera del Imperio Romano, Gijón, Asociación Astures. Gran Enciclopedia Asturiana, 89-97.

Fishwick, D. (1982): “The Altar of Augustus an the Municipal Cult of Tarraco”, MM 23, 222-233.

Liverani, P. (1995): “Nationes et ciuitates nella propaganda imperiale”, RM 102, 219-249.

Ruíz de Arbulo, J. (2009): “El altar y el templo de Augusto en la Colonia Tarraco. Estado de la cuestión”, en Noguera Celdrán, J. M. (ed.), Fora Hispaniae. Paisaje urbano, arquitectura, programas decorativos y culto imperial en los foros de las ciudades hispanorromanas. Actas del Seminario de Lorca del 23 al 27 de septiembre de 2002, Murcia, Museo Arqueológico de Murcia, 155-189.

Ruiz de Arbulo, J. (2015): “Tarraco y Augusto entre la República y el Imperio”, en López Vilar, J. (ed.), Tarraco Biennal. August i les províncies occidentals 2000 aniversari de la mort d’August. Actes del 2on Congrés Internacional d’Arqueologia i Món Antic (26-29 de noviembre de 2014), vol. 2, Tarragona, Fundació Privada Mútua Catalana, 151-166.

Teja, R. (1999): “Las Guerras Cántabras”, en Muñiz Castro, J. A. e Iglesias Gil, J. M. (coords.), Cántabros. La génesis de un pueblo, Santander, Comisión del Centenario de Caja Cantabria,127-155.

Trillmich, W. (1999): “Las ciudades hispanorromanas. Reflejos de la metrópoli”, en Almagro Gorbea, M. y Álvarez Martínez, J. Mª. (eds.), Hispania. El legado de Roma, Zaragoza, Ministerio de Educación y Cultura,163-174.

Zanker, P. (1992): Augusto y el poder de las imágenes, Madrid, Alianza.



[1] Esta situación le obligó a asumir su octavo y noveno mandato como cónsul sin estar presente en Roma.

[2] A destacar la embajada de indios y escitas (Orosio, 6, 21, 19-20), que recorrieron todo el orbe para poder encontrarse con Augusto en Tarraco, de igual modo que una embajada de hispanos y galos se encontraron con Alejandro Magno en Babilonia.

[3] Poeta protegido por Octavia.

[4] Pérgamo, Actium o Nicópolis, Brindisi, Tarraco y Massilia (IGRR IV).

[5] Pues fue erigido a iniciativa de la colonia y no de los representantes de la provincia.

[6] Et Augustus, nuntiantibus Terraconensibus palmam in ara eius enatam, “Apparet, inquit, quam saepe accendatis”. La respuesta de Augusto sirve a Quintiliano para exponer un ejemplo de agudeza e ingenio propios de la inventio, la búsqueda de argumentos en una exposición y la elocutio o capacidad para expresarlos.

[7] Todos acuñados con posterioridad al 15 d.C. También se conservan ejemplos de semis (RPC I 231, ACIP 3271), en los que aparece en el anverso un toro de pie mirando a derecha, claramente en alusión al sacrificio del mismo frente al altar del reverso.

[8] Muy probablemente servían para conmemorar la primera victoria de Augusto en la campaña del 25-19 a.C. contra astures y cántabros.

[9] Ara Romae et Augusti ad confluentes Araris et Rhodani.

PRIMVS INTER PARES

In corpore sano

Artículo en proceso de redacción.    

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