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El mal llamado "apóstata"

El imperio había cambiado mucho desde la muerte de Augusto. La simbiosis entre Iglesia Cristiana y Estado Romano cada vez era más evidente, quedando consolidada durante el reinado de Constantino. Un mero escollo en el camino fue Juliano (mal llamado “Apóstata”), que no solo interrumpió el proceso religioso, sino también otros planos estructurales, fundamentalmente la administración y los grupos sociales relacionados.

En general, Constantino había dado más preferencia a los cristianos a la hora de conceder cargos públicos en comparación con los paganos, y muy especialmente en el entorno de su corte palacial, pero ello no significa que existiera una prohibición a los paganos para la participación en la vida pública; de hecho, había muchos paganos junto con cristianos en puestos como el de cónsul, prefecto del pretorio o prefecto de la ciudad de Roma. Y desde luego no se dio ninguna ruptura radical con las tradiciones paganas; por ejemplo, el Senado siguió inaugurando sus sesiones con un sacrificio en el altar de la Victoria, el emperador seguía poseyendo el título de Pontifex Maximus y las vírgenes Vestales seguían vigilando el fuego sagrado en el Foro.

La situación de gobierno que dejó Constantino a su muerte fue más o menos similar durante el gobierno de los dos hijos que más tiempo se mantuvieron en el poder, Constante y Constancio II, con una división no definitiva del imperio entre Occidente (en manos de Constante) y Oriente (en manos de Constancio), un poder dual que había encontrado sus inicios en la sucesión de Antonino Pío por Lucio Vero y Marco Aurelio. Pero vamos por partes, y hablemos de Juliano “el Apóstata”.

En primer lugar, ¿podemos decir que Juliano buscaba la restauración del paganismo grecorromano? La pregunta en sí encierra muchos equívocos, y es importante entender por qué. Si bien es cierto que el Cristianismo cobró una gran importancia y favores desde la legalización expedida por Constantino, ello no significa que suplantase a los cultos tradicionales paganos de la noche a la mañana, ni mucho menos. Por lo que habría que preguntarse si Juliano aspiraba a devolver posiciones de privilegio y poder al paganismo. No es un secreto que, en cuanto asumió la púrpura con la muerte de Constancio II, Juliano hizo públicas sus creencias paganas, rodeándose de intelectuales y filósofos que aún respetaban la vieja tradición. Sin duda, esto vino determinado por la formación adquirida en su juventud, pero con matices que aquí exponemos:

La educación de Juliano comenzó prácticamente con su nacimiento. Hijo de Julio Constancio (hijo de Constancio Cloro y hermano de Constantino I) y Basilina, (procedente de una importante familia de Bitinia), su padre aún conservaría sus creencias paganas, si bien practicaba el culto cristiano en público para satisfacción de la rama familiar gobernante, mientras que su madre era plenamente cristiana, habiendo recibido su educación en Nicomedia por parte del obispo Eusebio. En cualquier caso, ninguno de ellos ejerció una educación sobre su hijo, recibiendo éste su formación por parte de otros maestros, básicamente porque su madre murió al poco tiempo de nacer él (son desconocidas las causas). Su padre, como estaba establecido en aquél entonces, no podía intervenir en la educación de su hijo durante los primeros años, dejándolo al cargo de esclavos, nodrizas y criadas de diferentes procedencias y cultos.

Inmediatamente después de la muerte de su padre y otros miembros de la familia a manos de la rama principal, Juliano y su hermanastro mayor, Gallo, fueron separados y alejados de Constantinopla, enviado Gallo a Éfeso y rodeado de sacerdotes cristianos para su adoctrinamiento, mientras que Juliano fue enviado a Nicomedia bajo el cuidado de su abuela materna y su tío materno Julio Juliano, quienes informaron al niño de las circunstancias trágicas de la familia. Por su parte, Constancio II, siempre temeroso de lo que los supervivientes de la matanza pudieran planear contra él en el futuro, ordenó al obispo Eusebio que se ocupara de la educación cristiana y tutoría del niño, para tal vez así conseguir orientarle hacia una carrera eclesiástica y no una política o militar. La influencia de Eusebio fue bastante insignificante, porque en el 338 fue nombrado obispo de Constantinopla, y por tanto, quien llevó el peso de la educación de Juliano fue Mardonio, un pedagogo de procedencia escita, pero excelente conocedor de la educación griega, y además de religión pagana, al que habían convertido en eunuco durante su infancia.

Mardonio era un hombre sumamente culto, iniciando al joven en la lectura de Homero, los trágicos griegos y Aristófanes, enseñándole a apreciar las normas morales, las labores obtenidas a través del esfuerzo personal y la belleza de las cosas. Además de tutor, supuso para Juliano un enlace con su difunta madre, de la que apenas sabía nada, ya que el eunuco guardaba conocimientos sobre ella, y especialmente por eso Juliano guardó buenos recuerdos de esos años, a pesar de que este tutor falleciera en el 340. Además de esto, por supuesto Juliano fue educado como un cristiano, pero debemos remarcar el hecho de que, a mediados del siglo IV d.C., la educación no había sufrido una profunda remodelación cristiana, y Juliano, como muchos otros, aprendió a leer literatura clásica pagana, no los Evangelios. La fe cristiana no era más que algo adicional y externo a esa educación, y la fusión entre las dos culturas sólo estaba empezando en aquella época. Esto no significa que Juliano fuese un ateo; de hecho, antes de iniciar estudios filosóficos, por los que sería reconocido por sus contemporáneos, era un gran místico en la religión solar.

En cualquier caso, el aumento de las dificultades en el Imperio, y el hecho de que Gallo y Juliano se encontraran residiendo en grandes ciudades, aumentó los miedos de Constancio II hacia una posible conspiración contra su persona, y por ello, en otoño del 344 envió un mensajero a Nicomedia, por el que comunicaba que Juliano (13 años) y Gallo (19 años) serían trasladados a un lugar llamado Macellum, una finca imperial fortificada al norte del monte Argaios, aislada por la meseta árida de Capadocia. En el Macellum comienza la segunda etapa del aprendizaje de Juliano, lugar donde pasó seis años de su vida, hasta el 350, recibiendo una educación más intensa en la religión cristiana, encargado en parte de esta educación Jorge de Lykopolis, obispo de Cesarea (y futuro obispo de Alejandría, asesinado por el pueblo al que había perseguido y arrebatado sus bienes en el 361); de hecho, fue durante su residencia en Capadocia cuando Juliano recibió el bautismo. Pero no fue una experiencia negativa el mantener contacto con el obispo, ante todo porque éste poseía una enorme biblioteca, que además de tener obras teológicas, incluía numerosos volúmenes de retóricos y filósofos paganos, especialmente sobre Platón y Aristóteles. De esta forma, Juliano entraba en un intensivo contacto con la tradición de la filosofía clásica y helenística, que en los dos últimos siglos sufrió una remodelación por parte de eruditos como Plotino (205-270), Porfirio (232-304) o Yámblico (243/50-325), así como de algunas corrientes orientales, surgiendo el Neoplatonismo con una visión del universo en lo que todo tenía su lugar en una estructura jerarquizada.

 

Mármol, 361-363. Posible busto del emperador Juliano, representado como filósofo. Museos Capitolinos, Roma (imagen de https://www.italianartsociety.org/wp-content/uploads/2020/10/146496937974_0.jpg)


Es en esta etapa (347-349) cuando Constancio II visitó el Macellum para conocer a Juliano, y es cuando algunos autores sugieren el momento de ruptura entre Juliano y la religión cristiana, por el hecho de tener bajo el mismo techo al asesino de su padre y el resto de su familia, y por ser obligado a participar con él en cacerías y banquetes, placeres en los que Juliano no se sentía a gusto por su propio carácter sereno y equilibrado, así como por sus enseñanzas neoplatónicas, analizando la hipocresía de esa circunstancia. Tenemos la suerte de contar con las propias palabras de Juliano: en su correspondencia con el sabio Libanio de Antioquía expresa que el Cristianismo le fue impuesto desde niño por la intolerancia de su tío Constancio, aunque en su fuero interno nunca aceptó ninguna religión hasta el momento en el que leyó a Homero, y esto se debe a que, inspirado en Porfirio y Yámblico, asimiló Helenismo con Paganismo, lo que implicaba que la literatura griega debía ser considerada como fuente de conocimiento, tanto ideológico como religioso, algo contrario a lo que defendían los intelectuales cristianos. Esto es un detalle relevante, porque así no podemos considerar a Juliano como un pagano de la “vieja escuela”, sino más propiamente un neoplatónico, fruto de una aproximación esotérica a la filosofía clásica, mezclando la mística con la teúrgia y la adivinación. De hecho, sentía una especial predilección hacia los cultos mistéricos, como en el caso del Mitraísmo, pero tampoco sin perder de vista a divinidades como Atis o Hécate. Para él, eran igual de detestables tanto los paganos agnósticos como los cristianos. ¿Y en qué se basaba su crítica a los cristianos? Podría deberse no solo a una infancia amarga, sino también a justificados razonamientos de Juliano:

  • Argumentaba discordancia en los Evangelios. 
  • Oposición y confusión entre el Monoteísmo judío y el Trinitarismo cristiano. 
  • La incongruencia de adorar la visión veterotestamentaria de Dios (Yahvé), por su carácter tribal y no universal.

No pierden interés algunas de sus palabras sobre el asunto en el “Discurso contra los galileos”:

 

“El dios cristiano es envidioso y celoso, Jesús es poco importante salvo en las curaciones que practicó y por los engaños que hizo a los criados y a los esclavos, y los cristianos en general son herederos de la crueldad de los judíos, esclavos de duro corazón y de leyes bárbaras”.

 

Cuando el destino le convirtió en nuevo y único emperador tras el fallecimiento de Constancio II, Juliano, aunque rechazó de forma particular el título de Dominus Noster por sus connotaciones cristianas, asumió la realidad de su época y en la titulatura oficial casi siempre aparece como IMP(erator) CAES(ar) D(ominus) N(oster), acompañado de otros títulos según su política: Victor, Triumphator, Pius y Felix. Por un miliario localizado en Italia, sabemos que el emperador también usó el título de Pontifex Maximus, el cual se ha sugerido que empezó a utilizar cuando quedó como único Augusto del Imperio, pero que utiliza con total frecuencia desde marzo del 362. Y como una forma de garantizar la lealtad de todas las provincias, Juliano también tomó el título de Domino Orbis Terrarum.

 

Mármol. Estatua coronada con diadema del emperador Juliano. Original en Museo del Louvre, París (imagen de https://cinelatura.files.wordpress.com/2020/05/reflexiones-de-un-emperador-romano-sobre-la-pc3a9rdida-de-un-ser-querido_1.jpg)

 

Como no podía ser de otro modo, Juliano hizo honor a sus predecesores en el Imperio y  aplicó una instrumentalización política de la religión, haciéndose descendiente del Sol Invicto y receptor de visiones que le enviaba el genius del Estado. También hubo aspectos positivos de este enfoque, como la proclamación de la libertad de cultos y religiones; esta es una medida de gran calado, pues, aunque Constantino se había limitado a legalizar la religión cristiana, lo cierto es que tanto él como sus hijos se volcaron en conceder enormes privilegios al Cristianismo, hasta el punto de convertirlo en la religión estatal de facto (solo confirmándose de iure mediante el Edicto de Tesalónica  del 380); esos privilegios pasaban por la prohibición de conservar los templos paganos, algunos de los cuales fueron destruidos o reconvertidos en iglesias. Con su proclama de libertad de cultos, el emperador aprovechó en acabar con los privilegios de los cristianos:

  • Supresión de las rentas que Constantino concedió a la Iglesia, como el gasto de transporte de los obispos hacia sus respectivos concilios. 
  • Disolución de la jurisdicción episcopal. 
  • En marzo de 362 se eliminaba la exención tributaria de los curiales cristianos y se la concedía a aquellos que no podían asumir dichas cargas o hubiesen ofrecido numerosos servicios al Estado (como padres de trece hijos, notarii con más de 15 años de servicio, agentes in rebus, veteranos del ejército…). 
  • Retorno de los obispos considerados como heréticos, con el propósito de que se reavivasen los disturbios y cismas internos de la Iglesia.

Algunas de estas medidas se pensaron como método para aliviar las cargas impositivas de los humiliores, si bien es cierto que resultan un tanto contradictorias, porque trasladó algunos privilegios de los cristianos a algunos de sus amigos (como el uso de la posta pública para viajar a la corte).

A la par, restauró cultos paganos y les devolvió bienes confiscados por Constantino. Como es comprensible, los cristianos vieron a Juliano como su principal enemigo; no podemos saber si es seguro o no, pero una fuente contraria al emperador, el cristiano Sócrates Escolástico, afirma que Juliano se consideraba a sí mismo una reencarnación de Alejandro Magno, razón por la que se embarcó en su invasión de la Persia Sasánida, una acción vista por los cristianos como propia de un megalómano volcado únicamente hacia el engrandecimiento personal.

Pero la realidad es que su consabido apodo de “apóstata” es mera ficción interesada de la crítica cristiana posterior, empeñada en denostar su recuerdo, pues no hay constancia de que Juliano nunca renegase de la fe cristiana en la que fue bautizado.

Juliano también se propuso, como medida urgente, intentar organizar al paganismo en una especie de “anti-iglesia”, jerarquizando al clero pagano de forma similar al cristiano, con el propósito de captar nuevos seguidores y obtener una estructura sólida que se mantuviese por sí misma. 

  • Se nombraron en cada provincia archisacerdotes paganos. 
  • Se concedió a este clero privilegios fiscales. 
  • Se fomentaron dos principales virtudes (de inspiración cristiana) que este clero debía seguir: pureza de costumbres y filantropía (como sustituto de la caridad). 
  • Se fijó la excomunión como castigo para el clero que no cumpliese sus obligaciones. 
  • Y a la cabeza de esa organización se colocó él asumiendo el título de Pontifex Maximus, como ya hemos dicho.

En buena medida, el gobierno de Juliano podría ser catalogado como un fracaso en el sentido de que gran número de sus medidas no ayudaron, a la larga, a mantener estable el aparato imperial. De hecho, puede que hasta empeorara la situación, pues los cristianos se hicieron mucho más reacios a la fe pagana después de experimentar lo que un emperador pagano podía hacer contra ellos, y el desastre de la campaña persa provocó, en primer lugar, la pérdida de buena parte de los territorios orientales del Imperio a favor de los sasánidas, y en segundo lugar, una grave crisis económica de la que tuvo que ocuparse Valentiniano I.

 

Piedra. Detalle del relieve triunfal del rey Sapor II (309-379), en el que el soberano persa pisotea el cadáver del emperador Juliano. Taq-e Bustan, Irán (imagen de https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/b/b9/Julian_the_Apostate_%284684713248%29.jpg)


Muerto Juliano, el cristianismo volvió a ocupar las altas esferas del poder, que nunca habían perdido, y en muchos lugares se practicó contra la obra del emperador Damnatio Memoriae. Los ejemplos de este daño a su memoria son muy numerosos, aunque nos quedamos con dos muy representativos:

Por un lado, unas críticas lanzadas desde los sectores más humildes, concretamente los habitantes de Antioquía, muy enfadados con Juliano cuando éste, al saber de la destrucción del templo de Apolo en Dafnea, reaccionó con la orden de cerrar la iglesia-catedral de Antioquía, al sospechar que los cristianos eran responsables. Amiano (XXII,  14, 3) nos dice:

 

Divertíanse los burlones llamándole Cércops, y describiéndole de esta manera: bajito, con barba de chivo; hombros estrechos y que anda a zancadas como el Otus o el Efialitis que celebra Homero. Llamábanle también victimario, con preferencia a sacrificador; alusión maligna a sus matanzas de víctimas. Tampoco se perdonaba su manía de mezclarse ostensiblemente en las funciones sacerdotales y de mostrarse en todas partes llevando en las manos los objetos sagrados, en medio de procesiones de devotos. Todos estos sarcasmos le irritaban profundamente, conteniéndose para no revelar nada y persistiendo en sus prácticas religiosas”.

 

Por otro, unas críticas lanzadas desde la intelectualidad cristiana posterior, que se ocupó de crear el mito de San Mercurio, según el cual el emperador cayó muerto en su campaña de Persia por un lanzazo del santo militar Mercoreos, conforme a un sueño que había tenido Basilio de Cesarea. Así, San Mercurio se convierte en salvador de la humanidad y Juliano en personificación del mal, y junto con él, sus ideas paganas.


Icono. El emperador Juliano siendo alanceado por San Mercurio. Iglesia de Bet Markorios en Lalibela, Etiopía (imagen de http://publicacionesrasdipi.blogspot.com/2013/05/san-mercurio.html)

Fuentes:

Amiano Marcelino: Historia.

Juliano: Discursos, I-V.

Bibliografía:

Arce, J. (1984): Estudios sobre el emperador Fl. Cl. Juliano (Fuentes literarias. Epigrafía. Numismática), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Athanassiadi-Fowden, P. (1981): Julian and Hellenism: an intellectual biography, Oxford, Clarendon Press.

Browning, R. (1975): The Emperor Julian, London, Weidenfeld and Nicolson.

Sánchez Jaén, J. (2020): “Iolianos y Mercoreos, víctima y justiciero. Un mito nada inocente”, Potestas, 16, 27-58.

Sanz Serrano, R. M. (1991): El paganismo tardío y Juliano el Apóstata, Madrid, Akal.

“” (2009): “Fundamentos ideológicos y personales en el pronunciamiento del Emperador Juliano”, Potestas, 2, 83-115.

PRIMVS INTER PARES

In corpore sano

Artículo en proceso de redacción.    

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