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Pan, más pan y vino con miel

 

Vamos a tratar un tema sobradamente conocido y divulgado tanto desde el mundo académico como internet. En ese sentido los tiempos de comida en el mundo romano no representan ningún misterio, pero sí que es cierto que, más allá de la imagen de reuniones sociales para comer reclinados en triclinia, el público general sigue teniendo una idea un tanto limitada al respecto, sobre todo en lo que respecta al contenido, y no tanto al continente, por lo que no está de más que desde Salve, Qvirites ofrezcamos un refresco detallado sobre la cuestión.

Antes de nada, debemos recordar la inexistencia de electricidad[1] en aquellos tiempos, rigiéndose el ser humano por las horas solares para repartir sus tiempos de comida; tampoco contaban con los horarios de trabajo propios de la revolución industrial, que obligaban a desayunar de forma contundente para resistir largas horas de trabajo hasta el mediodía. De igual modo, lo que aquí ofrecemos no es más que una división paradigmática que obedecía más a las clases pudientes que a la mayoría de la población, pero grosso modo, la mayoría de los habitantes (con variedad en la dieta), se ajustaban a:

 

IENTACULUM:

Consumido entre las horas tertia y quarta (entre las 07:00 y las 09:00, dependiendo de ser verano o invierno), más que un desayuno en el sentido moderno del término, los romanos concibieron esta comida como un sencillo tentempié amoldado a los gustos individuales. Originalmente consistía en la ingesta de unas tortas de pan, redondas y planas, hechas de farro, un cereal emparentado con el trigo, y aderezadas con algo de sal. Aunque si hablamos de la aristocracia, también podían incluirse huevos, queso, miel, leche y fruta en ese desayuno, al gusto del emperador Alejandro Severo (HA, Alex. Sev., XXX, 5). Con la evolución de los tiempos se incorporó el pan de trigo, pudiendo consumirse humedecido en vino y acompañado de aceitunas, queso, uvas o galletas.

El pan seco (panem siccum) solía ser el rey entre los ingredientes del desayuno y era casi omnipresente; de hecho, cuanto más frugal y sencilla sea su ingesta[2] más suele denotar la virtud y respeto por la tradición del comensal[3]. El segundo lugar en el podio del ientaculum lo ocupa el queso, sabroso y calórico según la variedad, y desde luego un magnífico acompañamiento con pan y vino. Y a partir de ahí, toda la variedad que se quiera. El divino Augusto, como les encanta recalcar a las fuentes, disfrutaba comiendo cosas comunes y en poca cantidad según la descripción de Suetonio (Aug., 76), como pan, pescados pequeños (pisciculos minusculos), quesos frescos hechos a mano (caseum bubulum manu pressum) e higos frescos (ficos virides); la verdad sea dicha, más sano y rico, imposible. Y cuanto peor sea el emperador o el personaje corrupto, el tópico literario marca para él una glotonería desmesurada, como en los casos de Vitelio (Suet. Vit., 13) o Clodio Albino (HA, Clod., XI, 2-4).

Pero como hemos dicho, todo esto dependía de las apetencias de un individuo. Por ejemplo, si el emperador de turno se despertaba a las cinco de la mañana deseando comer ostras, pues ese sería su ientaculum, y si un campesino abría el ojo a las 04:00 porque le esperaba una larguísima y agotadora labor agrícola, a lo mejor se metía “entre pecho y espalda” un enorme cuenco de gachas y un mulso pollo asado, por sugerir ideas. Como curiosidad, el biógrafo de Antonino Pío en la Historia Augusta nos dice que a este princeps le gustaba desayunar solo un poco de pan seco antes de la salutatio[4] (HA, Ant. Pius, XIII, 2); en cambio, los protagonistas de El asno de oro deciden, durante su viaje, desayunar cuando el sol está en su cénit (Apul. Met., I, 18), así que se entiende que no existía entre los romanos un desayuno estandarizado, ni en horas ni alimentos.

 

Recreación de ientaculum romano, con los principales ingrediendes descritos (imagen de https://pbs.twimg.com/media/Du37qZiW4AAZ9ss.jpg)

PRANDIUM:

Para la mayoría de la población, consistía en un almuerzo de media mañana muy básico, pero necesario para poder resistir las largas horas entre el desayuno y la cena. Fuera de casa, como solía ser frecuente, dicho almuerzo era de consumo rápido, pudiendo ser frío o caliente, y expedido en los numerosísimos establecimientos “fast food” de las calles. Tres eran los tipos principales:

  • Caupona: un hostal con servicio de comida en la planta baja y alojamiento en las plantas superiores (además de sexo por un cobro extra).
  • Popina: técnicamente se parecería a una posada, pudiendo comer en mesas y sillas. 
  • Taberna: posiblemente la opción más barata, con servicio de comida de pie o sentado en bancos dispuestos en el exterior del local.

En todos los casos la comida y la bebida se almacenaban en ánforas voluminosas insertas en lo que hoy llamaríamos la “barra del bar” (thermopolium), que a su vez contaba con un brasero para mantener caliente la comida. Hay que precisar que el término thermopolium también podía hacer alusión a otro tipo de establecimiento, de muy reducidas dimensiones y con el servicio básico de comida rápida. La variedad de platos para el almuerzo era numerosa: legumbres, verduras, quesos, huevos, aceitunas, frutas… a veces carnes y pescados, y siempre tortas de farro o trigo, todo condimentado con aliños a base de vino, vinagre, miel, especias, y garum, por supuesto. De bebida, podías pedir agua, vino rebajado, piperatum[5] o posca[6], muy común por su bajo precio y útil para prevenir infecciones bacterianas.

La opción de “comer fuera” era la más extendida, pero no siempre la mejor vista; Juvenal (VIII, 172-175) afirmaba que las popinae solo eran visitadas por marineros, arrieros, vendedores ambulantes, esclavos, criminales y hasta fugitivos, por lo que no sería, probablemente, el ambiente más frecuentado por la élite. De este colectivo muchos preferirían volver a sus hogares, donde el prandium se basaba en consumir las sobras de la cena de ayer.

Eso sí, entre ricos y pobres parece que había unanimidad en cuanto a echarse la siesta después, sobre todo entre aquellos cuyo horario lo permitía, toda una frontera entre los asuntos públicos y el ocio, y cuya extensión variaba según la virtud de cada uno. En el caso de Séneca (Ep., X, 83, 6), dormía la siesta “lo imprescindible” (dormio minimum), pues tenía “un sueño muy corto, como si fuera una pausa” (brevissimo somno utor et quasi interiungo).

 

Ejemplo de thermopolium en una taberna de Herculano (fotografía propia)

El problema básico del ientaculum y el prandium es su escasa documentación, sin interés para las fuentes literarias porque respondían a la mera necesidad de “matar el gusanillo” y calmar el estómago, sin ningún tipo de complicación o protocolo social, quedando en el ámbito estrictamente privado.

 

CAENA o COENA:

Sin lugar a dudas se trataba de la comida más importante del día, especialmente para las clases altas; si tenemos en cuenta que no ejercían trabajos manuales (considerados desprestigiosos) y que cumplían con todas sus obligaciones y negocios a lo largo de la mañana, se entiende que el ocio y la “comida fuerte” quedasen para el final, una ocasión ideal en la que el anfitrión presumía de poderío económico o trataba cuestiones sociopolíticas. Su complejidad y la laboriosidad de los platos aumentaron especialmente en época imperial como consecuencia de la expansión territorial, que permitió la llegada de nuevos y foráneos ingredientes, quedando prácticamente abandonado el viejo hábito de la vesperna (una cena ligera que se realizaba al atardecer), que en todo caso seguían realizando los plebeyos.

Tras una visita a los baños, la cena podía dar comienzo entre las 15:00 y las 17:00 según la estación, a veces prolongándose hasta muy entrada la noche si había invitados. Remontándonos a la época de la Monarquía y la República temprana (aunque también en tiempos posteriores para las clases trabajadoras), la cena solía consistir solo en puls, un tipo de gachas; la versión más simple se hacía con farro, agua, sal y grasa, pero la más sofisticada incluía aceite, huevos, queso y miel, y cuando la ocasión lo permitía se acompañaba de verduras, pescado o carne.

Según fueron transcurriendo los años en la República, esta cena fue dividida en dos platos: uno fuerte y un postre con fruta y  hasta marisco en algunas ocasiones (como los camarones). Pero hacia finales del periodo republicano, quedó estandarizada una cena en tres partes:

  1. Gustatio: entrantes basados en platos ligeros servidos uno detrás de otro. 
  2. Primae Mensae: plato principal en el que acostumbran a predominar las carnes o los pescados, a veces con elaboraciones muy exóticas donde importaba más la decoración que los ingredientes en sí. 
  3. Secundae Mensae: los postres, que podían abarcar desde fruta variada (siendo las uvas la elección predilecta) hasta una gran variedad de pasteles bañados en miel. Hubo un tiempo en que hasta las ostras y las almejas se incluían en este repertorio, si bien terminaron por convertirse en entrantes.

En el caso de acoger invitados en la mesa, se incluía, justo después de los postres, la Comissatio, es decir, una ronda de bebidas alcohólicas. Mayormente hablamos de vino, que, por su elevada concentración alcohólica al no existir un control de la fermentación, era rebajado con agua en distintas proporciones para alargar la velada, o endulzado y especiado en diversas mezclas:

  • Passum: vino de pasas fuerte y dulce, una receta de origen púnico. 
  • Mulsum: vino más fresco con miel. 
  • Conditum: vino madurado con miel y especias; una variante era el conditum paradoxum (vino, miel, pimienta negra, laurel, dátil, lentisco y azafrán, previamente cocinado y almacenado), pero otra menos atractiva a nuestro paladar incluía agua de mar, colofonia[7] y brea de alquitrán de pino[8].

Los hábitos y comportamientos en la mesa no eran muy distintos de los actuales, si tenemos en cuenta las diferencias culturales y tecnológicas, pero siempre atendiendo a una lógica comprensible. Antes de la cena se lavaban pies y manos, estas últimas imprescindibles, pues tomaban la comida con la punta de los dedos, a excepción de los alimentos líquidos, ingeridos con dos tipos de cucharas: ligula (grande) y cochlear (pequeña), esta última muy útil para caracoles y moluscos.

Los anfitriones y los comensales se reunían en el triclinium, donde se reclinaban en lechos o lecti[9] alrededor de la mensa, formando un semicírculo para facilitar a los esclavos el servicio de los platos. Los más defensores de la tradición republicana mantenían a las mujeres en sillas frente a sus esposos, pero en el Imperio no hubo problema en que la élite permitiese a las mujeres reclinarse. Los esclavos personales de cada invitado permanecían de pie, detrás de sus amos.

Tras terminar cualquier alimento se volvían a lavar los dedos, mientras que las bocas se limpiaban con mappae, unas servilletas[10] que también se regalaban a los invitados para llevarse las sobras de la comida o envolver pequeños obsequios (apophoreta). Todo aquello que no podía comerse, como los huesos, espinas, conchas… se tiraba al suelo para ser barrido por los esclavos.

 

Fresco en IV estilo pompeyano, anterior al 79 d.C. (68 x 66 cm). Escena de banquete romano, en la que se aprecian algunos detalles protocolarios, como la distribución de los lechos en forma de U, o los esclavos atendiendo las necesidades de algunos comensales; fue descubierto en Pompeya (V, 2, 4) y hoy se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (imagen de https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/d/d1/Pompeii_family_feast_painting_Naples.jpg)

Fuentes:

Apuleyo: El asno de oro.

Cicerón: Cartas a los familiares.

Juvenal: Sátiras.

Marcial: Epigramas.

Plinio el Joven: Cartas.

Séneca: Cartas morales a Lucilio.

Suetonio: Vida de los Doce Césares.

VV.AA.: Historia Augusta.

Bibliografía:

André, J. (1981): L’alimentation et la cuisine à Rome, Paris, Les Belles Lettres.

Blanc, N. y Nercessian, A. (1992): La cuisine romaine antique, Grenoble, Glénat.

Chamay, J. (2013): "Banquet à la romaine", Art Passions. Revue suisse d'art et de culture, 72-75.

Dalby, A. (2000): Empire of Pleasures, London, Routledge.

(2003): Food in the Ancient World from A to Z, London, Routledge.

Dosi, A. y Versalita Schnell, F. (1985): A tavola con i romani antichi, Roma, Quasar.

Faas, P. (2005): Around the Roman Table. Food and Feasting in Ancient Rome, New York, Palgrave Macmillan.

Hannestad, L. (1979): Mad og drikke i det antikke Rom, Copenhague, Nyt Nordisk Forlag.

Monteix, N. (2007): “Cauponae, popinae et thermopolia. De la norme littéraire et historiographique à la réalité pompéienne”, en Barnabei, L. (ed.), Contributi di archeologia vesubiana, vol. 3, I culti di Pompei. Raccolta critica della documentazione. La norme à Pompéi, Ier siècle avant – Ier siècle après J.C. Colloque Université Lyon le 17 novembre 2004, Roma,  L’Erma di Bretschneider, 117-128.

Roller, M. B. (2017): Dining Posture in Ancient Rome. Bodies, Values and Status, Princeton, Princeton University Press.

Valerio, N. (1989): La távola degli antichi, Milano, Mondadori.




[1] Como es lógico, se entiende que la iluminación eléctrica permitiese, especialmente desde el s. XIX, retrasar la hora de la cena.

[2] A lo sumo aderezado con sal, ajo, aceite o remojado en vino.

[3] En sus viajes entre la Galia y Germania, para dar ejemplo, Adriano gustó de comer el rancho de la tropa a base de tocino, queso y agua mezclada con vinagre (HA, Hadr., X, 2). En el extremo del virtuosismo romano tenemos a Cicerón, quien directamente no consumía nada en el desayuno y el almuerzo, manteniendo el estómago vacío hasta la cena (Cic. Fam., 193). Aunque como es el único que hace esta afirmación sobre sí mismo, a lo mejor devoraba en secreto😉.

[4] Ritual previo al amanecer.

[5] Mezcla de agua caliente con vino, miel, pimienta y hierbas aromáticas.

[6] Mezcla de agua y vinagre.

[7] Resina de las coníferas.

[8] A parte de cumplir una función impermeabilizante del recipiente donde se portaba el líquido, se considera que también daba sabor al vino.

[9] Máximo de tres personas por lecho, normalmente.

[10] Antes de la introducción de estas servilletas hacia mediados del s. I d.C., era habitual limpiarse las manos en galletas de miga de pan traídas de casa. Una vez llenas de grasa y restos de salsas, este tipo de pan terminaba hecho bolitas que se arrojaban al suelo para disfrute de los animales y hasta de los esclavos.

De esclava bacante a matrona modelo

 

Todo el mundo ha oído hablar alguna vez de las Bacanales, aunque de ellas se tenga una imagen un tanto distorsionada y siempre tendente a la mera orgía etílica y sexual. Hasta el diccionario de la Real Academia Española mantiene esta idea en sus definiciones:

Bacanal: 1. Dicho de ciertas fiestas de la Antigüedad: Celebradas en honor del dios Baco. 2. Perteneciente o relativo al dios Baco. 3. Orgía con mucho desorden y tumulto.

Orgía: 1. Reunión de personas en la que se practica sexo sin moderación y, generalmente, se consume alcohol y otros estimulantes. 2. Exceso o gran abundancia de algo.

 

Óleo, 1889. Fragmento de la obra “Procesión báquica, con ménades danzantes y músicos”, de Lawrence Alma Tadema. Conservado en el Kunsthalle de Hamburgo (imagen de https://historia.nationalgeographic.com.es/medio/2013/05/14/album_alb1788970_2000x1367.jpg)
 

Dicha imagen no es actual, pero sí cuenta con una larga tradición formada en una idea “romántica” y falta de investigación muy típica en el s. XIX, y que en cierto modo bebe de la iconografía pagana que se ha conservado, aunque sin entender muy bien su mensaje y con más interés en mostrarla como un modelo decadente e inadecuado que no se debe seguir.

 

Mármol (ca. 140-160 d.C.), 204 x 510 x 66 cm. Sarcófago con escena de una bacanal, perteneciente a la Colección Farnese y conservado desde 1870 en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (imagen de http://ancientrome.ru/art/artwork/sculp/rom/headstone/sc0197.jpg)
 

Quizás el gran público interesado en programas culturales tenga una imagen más reciente sobre las bacanales gracias a la serie-documental de Movistar “El corazón del Imperio”, en la que se recuerda el nombre de una mujer en particular vinculada a estos rituales: Hispala Fecenia. Esta mujer, de la que tenemos noticia, es uno de los personajes olvidados por la historiografía y la memoria colectiva, casi siempre volcada en el relato de grandes episodios políticos y militares, protagonizados en su mayoría por varones de la élite social. Para aquellos que no hayan visto ese capítulo de la serie o quieran profundizar en el conocimiento de Hispala, desde Salve, Qvirites tratamos un poco su relato histórico, iniciando así una nueva sección, sin duda llena de futuras e interesantes publicaciones 😉.

Nos ubicamos en la colina Aventino durante el s. II a.C., en torno al año 191. Allí vive Hispala[1], quien sin duda ha tenido una vida terrible como esclava forzada a la prostitución[2], y a pesar de alcanzar la libertad mediante manumisión tras la muerte de su dueño[3], siguió ejerciendo como prostituta (o cortesana en el vocabulario suave). En un momento determinado, entró en contacto con un joven llamado Publio Ebucio, quien sin duda buscaba sus servicios, aunque ambos terminaron siendo amantes; Hispala debía de estar profundamente enamorada y segura de su relación, pues llegó incluso a nombrar a Ebucio como su único heredero.

Ebucio era un miembro de los equites; su rango (ordo equester) le venía por ser hijo de un combatiente de la caballería caído en combate contra las tropas de Aníbal. Sin padre, Ebucio quedó bajo la tutela de su madre, Duronia, hasta que ella se desposó con Tito Sempronio Rútilo, otro caballero que tomó en posesión la herencia de Ebucio. Lógicamente, y según se acercaba su mayoría de edad, el conflicto por la herencia parecía asegurado, y para reducir la tensión, Duronia pensó en fortalecer vínculos con su hijo iniciándole en el culto a Baco, cumpliendo así una promesa hecha al dios por haber salvado la vida del pequeño cuando cayó enfermo. Sin embargo, cuando Hispala supo que Ebucio acudiría durante varias noches a las Bacanales[4], cundió en ella el pánico; incluso llegó a revelarle un secreto: en su anterior vida como esclava, su dueño/a había iniciado a Hispala en los ritos báquicos, y para ella representaban una enorme bajeza moral, máxime si los afrontaba un varón de la élite social. La ecuación parecía tener sentido: si Ebucio asistía a las Bacanales, su reputación pública se haría añicos, perdiendo todos sus bienes a favor de Duronia y Rútilo. Las sospechas de Hispala se confirmaron cuando Ebucio dijo a su madre que no asistiría a los rituales de Baco, tras lo cual fue echado de casa[5].

Refugiado en el hogar de su tía paterna, una respetable mujer de nombre Ebucia, se le aconsejó que denunciase el caso ante el cónsul Espurio Postumio Albino. Aunque había alcanzado la máxima magistratura, Albino era un patricio con una mancha de deshonor en su familia[6], y consideró que el relato de Ebucio contra las Bacanales sería una oportunidad perfecta para recuperar la dignidad, como así le confirmó su suegra, la intachable Sulpicia.

Primero se reunió con Ebucia, y a continuación con Hispala. Tito Livio, que a veces se mueve entre la veracidad de los hechos y la belleza del lenguaje, describe el momento de una forma dramática y grandilocuente: Hispala se debate entre la obediencia a la máxima autoridad de Roma y su juramento de guardar silencio sobre las Bacanales, cuya ruptura implicaría el castigo divino. Tras prometerle protección, Hispala confesó ante Albino.

 

Fresco, ca. 1880. “La liberta Fecenia Hispala denuncia la asociación de las Bacanales”, de Cesare Maccari. Perteneciente a la colección del Palacio de Justicia y conservado en la Corte Suprema di Cassazione, Roma (imagen de https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/c/c0/Cesare_Maccari_-_La_liberta_Fenenia_Ispala_denuncia_l'associazione_dei_Baccanali.jpg/1280px-Cesare_Maccari_-_La_liberta_Fenenia_Ispala_denuncia_l'associazione_dei_Baccanali.jpg)
 

Los rituales se celebraban tres veces al año[7], y en origen estaban reservados exclusivamente a las mujeres, hasta que una sacerdotisa de Campania, llamada Annia Pacula, inició a sus propios hijos[8] por inspiración divina y multiplicó las ceremonias a cinco por mes, pero siempre de noche. Este fragmento de Livio es muy elocuente:

Desde que los ritos eran promiscuos y se mezclaban hombres y mujeres, no había delito ni inmoralidad que no se hubiera perpetrado allí; eran más numerosas las prácticas vergonzosas entre hombres que entre hombres y mujeres. Los reacios a someterse al ultraje eran inmolados como víctimas. Los hombres, como posesos, hacían vaticinios entre frenéticas contorsiones corporales; las matronas, ataviadas como bacantes, con el cabello suelto, corrían hasta el Tíber con antorchas encendidas y las sacaban del agua con las llamas intactas porque contenían azufre vivo y cal. Era una multitud muy numerosa, y entre ellos algunos hombres y mujeres de la nobleza.

Los lectores habrán notado las palabras en negrita que hemos querido resaltar, y que son precisamente aquellas que más alarma despertaron entre los aristócratas romanos:

  1. Prácticas vergonzosas entre hombres: en esencia, Livio nos está hablando de sodomía, sin ningún problema para los romanos siempre y cuando no fueses la parte pasiva en la relación. Pero más allá de esto, se está hablando de un delito de estupro, es decir, una profanación sexual perpetrada sobre cuerpos amparados o protegidos por el Derecho[9].  
  2. Inmolación como víctimas: directamente se nos habla del asesinato de todos los reacios a las Bacanales, ofrendados como sacrificios para Baco. 
  3. Vaticinios: no es que la religión romana fuese reacia a los mensajes divinos a través de prodigios y vaticinios, siempre y cuando se realizasen de una forma oficial, por los cultos y sacerdocios permitidos por el Estado. 
  4. Ataviadas como bacantes y llamas intactas: las mujeres desinhibidas de las Bacanales son todo lo opuesto al modelo de matrona romana (quieta, callada, sosegada, virtuosa…), y además realizan actos más propios de brujas y hechiceras. 
  5. Hombres y mujeres de la nobleza: sin duda esto representaba el mayor de los peligros para la élite defensora de la tradición y los valores republicanos, pues las nuevas generaciones amenazaban con ser influenciadas por nuevos valores en ritos secretos que escapaban al control del poder establecido y amenazando con crear un “Estado dentro del Estado”.

Postumio actuó de inmediato exponiendo el caso ante el Senado, y los senadores, aterrorizados, le solicitaron a él y a su colega, Quinto Marcio Filipo, que investigaran las Bacanales; de seguro a muchos patricios no les gustaría saber que a sus hijos, perdonen la expresión, les estaban “dando por culo”, que la noche es oscura y alberga horrores. Tras cinco años de indagaciones, las conclusiones eran terribles: transgresión de las leyes civiles, religiosas y morales, fomento de la sodomía, estafa, falsificación y asesinato, y posibilidad de conspiración contra la República. Como resultado, se aprobó inmediatamente un Senatus Consultum de Bacchanalibus en el 186 a.C.; en el decreto senatorial se hablaba de una conjura perpetrada por seguidores de un culto extranjero, siendo las mujeres el principal “origen del mal” que corrompía y afeminaba a los hombres, y se cifró a los implicados en unos 7000 solo en Roma[10]. Las medidas a tomar, anunciadas por el propio Albino ante la asamblea de ciudadanos, fueron las siguientes:

  • Se ofrecieron recompensas para quienes delatasen a los adeptos de Baco. 
  • Los sospechosos serían citados a declarar, y quienes se negasen pasarían a ser considerados rebeldes. 
  • Todos los que profanaron sus cuerpos fueron presos de pena capital, ejecutada públicamente; en el caso de las mujeres vinculadas a un padre, marido o tutor, fueron entregadas a sus familias para ser eliminadas discretamente, en el seno del hogar. Si creemos a Livio, seis mil personas (de las siete mil detenidas[11]) fueron ejecutadas.
  • Las Bacanales pasaron a estar bajo control de los pontífices.
  • Obligatoriedad en solicitar permiso previo para la celebración de bacanales, so pena de muerte. 
  • Veto para el acceso masculino al sacerdocio de Baco y restricción de las reuniones a un máximo de dos hombres y tres mujeres. 

 

Siglo II d.C. Interior del templo de Baco en Baalbek, Líbano, (imagen de https://historia.nationalgeographic.com.es/medio/2013/05/14/xkh_232083_2000x1500.jpg)

Según acredita el Plebiscitum de P. Aebutio et de Faecenia Hispala (Liv. XXXIX, 19, 3-6), Ebucio e Hispala recibieron cada uno por su colaboración 100 mil ases de bronce (suficiente para favorecer su ingreso en el orden senatorial) tomados del tesoro público. En el caso de Ebucio, obtuvo una vacatio ecuestris militae, es decir, una distinción propia de los veteranos (como si ya hubiese servido en la milicia) que le confería 10 años de ventaja sobre los demás jóvenes de su clase para acceder a una magistratura[12], así como el derecho de no servir en el ejército contra su voluntad ni que el censor le asignase el caballo público; por otro lado, Hispala obtuvo los siguientes privilegios:

  1. Gentis Enuptio: derecho a casarse con un ingenuus de otra gens sin que implicase vergüenza social para el posible marido.  
  2. Optio tutoris: derecho a elegir el tutor que preceptivamente debía tener toda mujer para autorizar su matrimonio. 
  3. Datio y deminutio: derecho a disponer libremente de sus bienes sin depender del tutor. 
  4. Ingenuo nubere: derecho a que su descendencia fuese considerada legítima.

Todo esto otorgaba a Hispala la condición de matrona romana nacida libre, pero con una mayor independencia que la media, una situación inmejorable que una mujer de la época difícilmente podría rechazar. Varios investigadores han cuestionado la veracidad de estos privilegios, como Mommsen, quien aseguró que la gentis enuptio era un caso excepcional porque implicaba que una mujer sui iuris podría casarse fuera de su propia gens, acto que hubiese requerido la aprobación de los tutores, un acto legislativo, voto popular o equivalente; para otros en cambio demuestra que los matrimonios entre nacidos libres y libertos eran válidos, aunque reprobados por las costumbres sociales.

Pero, ¿eran ciertas todas las acusaciones descritas por Livio? Resulta extremadamente difícil afirmarlo, teniendo en cuenta que es Livio la única fuente que describe este suceso, y además sobre un rito mistérico que, por su propia naturaleza, no ofrecía detalles sobre su modus operandi a la esfera pública; como máximo tenemos las referencias que nos proporciona Plauto en sus comedias, donde las Bacanales son descritas como una secta criminal y violenta. Lo poco que sabemos sobre las Bacanales o Misterios Dionisíacos (homólogo griego) es que se usaba la música, la danza y algunos alucinógenos como catalizadores de un trance que permitiría a los usuarios tornar a un estado natural, incluyéndose las procesiones nocturnas a la luz de antorchas, libaciones y bailes espasmódicos.

Las declaraciones de una presionada Hispala, a falta de más pruebas o testigos para certificar su veracidad, perfectamente podrían haber sido un montaje político que justificase la persecución. Tampoco hay forma de demostrar dicho montaje, pero la motivación política existía, y el decreto contra las Bacanales del 186 a.C. no fue el pistoletazo de salida de la preocupación senatorial. Como consecuencia del terror y la desmoralización generados por las sucesivas victorias de Aníbal en Italia, la población rural refugiada en Roma se volcó desesperada hacia los cultos extranjeros, y allí, especialmente en la colina plebeya del Aventino[13], prosperaron. A esto se suma que la mortalidad catastrófica y el esfuerzo activo causados por la Segunda Guerra Púnica en la población masculina devino en cierta autonomía por parte de las mujeres, que debían administrar los bienes del hogar y ejercer autoridad sobre los hijos mientras sus esposos y padres permanecían en el frente o morían en combate[14]. Y por si esto no fuera suficiente, las Bacanales gozaban de un gran apoyo popular, sobre todo entre las clases bajas y los marginados[15], porque tenían un carácter igualador y creaban sensación de libertad, invirtiéndose los roles sociales, y ese era el mayor temor de las autoridades romanas, que jóvenes patricios y caballeros estuviesen a la par con plebeyos, libertos y esclavos, resquebrajándose así los tres pilares de la moral tradicional: Virtus[16], Pietas[17] y Fides[18]. Más tarde o más pronto, algún plebeyo podría tomar conciencia de que no había diferencia entre ambos y que los poderosos no merecían la posición que ocupaban.

 

Apéndices:

Ofrecemos aquí el texto íntegro en latín y su traducción al castellano del decreto contra las Bacanales[19], afortunadamente conservado:

 

Bronce, 186 a.C. Tabula aenea del decreto, descubierta en 1640 en Tiriolo (Calabria), hoy conservada en el Kunsthistorische Museum de Viena (imagen de  https://i0.wp.com/ff.classics.si/wp-content/uploads/2017/02/r15-080-senatus-cons-de-bacch.jpg?ssl=1)
 

Transcripción del texto legal en latín[20]:

(1) [Q(uintus)] Marcius L(uci) f(ilius), S(purius) Postumius L(uci) f(ilius) co(n)s(ules) senatum consoluerunt n(onis) Octob(ribus), apud aedem (2) Duelonai. Sc(ribundo) arf(uerunt) M(arcus) Claudi(us) M(arci) f(ilius), L(ucius) Valeri(us) P(ubli) f(ilius), Q(uintus) Minuci(us) C(ai) f(ilius)

De Bacanalibus quei foideratei (3) esent, ita exdeicendum censuere:

«Neiquis eorum [B]acanal habuise velet. seiques (4) esent, quei sibei deicerent necesus ese Bacanal habere, eeis utei ad pr(aitorem) urbanum (5) Romam venirent, deque eeis rebus, ubei eorum v[e]r[b]a audita esent, utei senatus (6) noster decerneret, dum ne minus senator[i]bus C adesent, [quom e]a res cosoleretur. (7) Bacas vir nequis adiese velet ceivis Romanus neve nominus Latini neve socium (8) quisquam, nisei pr(aitorem) urbanum adiesent, isque [d]e senatuos sententiad, dum ne (9) minus senatoribus C adesent, quom ea res cosoleretur, iousisent.

Ce[n]suere.

(10)| sacerdos nequis uir eset. Magister neque uir neque mulier quisquam eset. (11) neve pecuniam quisquam eorum comoine[m h]abuise velet. Neve magistratum, (12) neve pro magistratu[d], neque virum [neque mul]ierem qui[s]quam fecise velet. (13) Neve post hac inter sed conioura[se nev]e comvovise neve conspondise (14) neve conpromesise velet, neve quisquam fidem inter sed dedise velet. (15) Sacra in [o]quoltod ne quisquam fecise velet. Neve in poplicod neve in (16) preivatod neve exstrad urbem sacra quisquam fecise velet, nisei (17) pr(aitorem) urbanum adieset, isque de senatuos sententiad, dum ne minus (18) senatoribus C adesent, quom ea res cosoleretur, iousisent.

Censuere.

(19) Homines plous V oinvorsei virei atque mulieres sacra ne quisquam (20) fecise velet, neve inter ibei virei plous duobus, mulieribus plous tribus (21) arfuise velent, nisei de pr(aitoris) urbani senatuosque sententiad, utei suprad (22) scriptum est.»

Haice utei in coventionid exdeicatis ne minus trinum (23) noundinum, senatuosque sententiam utei scientes esetis, eorum (24) sententia ita fuit: «Sei ques esent, quei arvorsum ead fecisent, quam suprad (25) scriptum est, eeis rem caputalem faciendam censuere». atque utei (26) hoce in tabolam ahenam inceideretis, ita senatus aiquom censuit, (27) uteique eam figier ioubeatis, ubei facilumed gnoscier potisit. Atque (28) utei ea Bacanalia, sei qua sunt, exstrad quam sei quid ibei sacri est, (29) ita utei suprad scriptum est, in diebus X, quibus vobeis tabelai datai (30) erunt, faciatis utei dismota sient.

In agro Teurano.

 

Traducción

Quinto Marcio, hijo de Lucio, y Espurio Postumio, hijo de Lucio, consultaron al Senado en las nonas de Octubre, junto al templo de Bellona. Marco Claudio, hijo de Marco, Lucio Valerio, hijo de Publio, y Quinto Minucio, hijo de Cayo, estuvieron presentes en el acto de redacción y escritura. Sobre las Bacanales de aquellos que fuesen federados, así se votó determinar:

Nadie de ellos puede celebrar Bacanales. Si hubiese algunos que dijesen que les era necesario celebrar estas fiestas Bacanales, que vengan ellos a Roma ante el pretor urbano, y que nuestro senado decida sobre ello una vez que haya escuchado sus palabras, y siempre que no menos de cien senadores estén presentes cuando este asunto sea discutido. Ningún hombre sea bacante, ni un ciudadano romano, ni ninguno de los de nombre latino, ni ninguno de los otros aliados, sin que haya venido antes ante el pretor urbano y éste, de acuerdo a la sentencia del senado, lo haya concedido, una vez haya sido discutido ese asunto y siempre que no haya menos de cien senadores presentes en este acto.

Se vota.

Que nadie ejerza la función de sacerdote; que nadie, ya sea hombre o ya sea mujer, sea maestro de ceremonias. Que nadie recaude dinero común; que nadie, ya sea hombre, ya sea mujer, sea magistrado o haga de magistrado; que nadie conspire, que nadie se reúna, ni se comprometa, ni haga pactos; que nadie celebre ritos en oculto. Ni en lugar público ni en privado, ni siquiera fuera de la ciudad, podrá llevarse a cabo rito alguno, a no ser que previamente se hayan personado ante el pretor urbano que junto al Senado podrá dictaminar sobre ello, y siempre que estuvieran presentes no menos de cien senadores cuando este asunto sea tratado.

Se vota.

Nadie en grupos de más de cinco personas juntas, hombres y mujeres, puede celebrar ritos, ni puede haber entre ellos más de dos hombres y más de tres mujeres, excepto con la sanción del pretor urbano y del senado, como se ha escrito antes.

Esto se proclama en asamblea y es sancionado por el Senado, que en no menos de tres nundinas, para los que fueran conocedores, la condena sea así: “Si hay alguien que actúa de manera contraria a lo que está escrito arriba, será condenados a la pena capital”; y además el Senado decreta que esto sea inciso en una tabla de bronce y ordena que sea fijada esta tabla donde se pueda conocer más fácilmente. Se falla que hagáis que las cofradías de la Bacanales, si las hay, excepto en lo que haya de sagrado, tal como está escrito anteriormente, se disuelvan en diez días desde que esta tabla sea entregada.

En el campo Teurano.

 

Fuentes:

Plauto: Comedias (Gorgojo, El ladino cartaginés, Tres monedas, Truculento…).

Polibio: Historia.

Tito Livio: Historia de Roma desde su fundación.

Bibliografía:

Bayet, J. (1969): Histoire politique et psychologique de la religion romaine, Paris, Payot.

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Fernández Vega, P. A. (2018): Bacanales. El mito, el sexo y la caza de brujas, Madrid, Siglo XXI.

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Pailler, J-M. (2005): “Les Bacchanales. Du scandale domestique à l’affaire d’État et au modèle pour les temps à venir (Rome, 186 av. J.-C.)”, Politix, 3, 71, 39-59.

Pérez Negre, J. (1998): “Esclavas, semilibres y libertas en época imperial. Aspecto sociojurídico”, en Noguera Borel, A. y Alfaro Giner, C., Actas del primer seminario de estudios sobre la mujer en la antigüedad, Valencia, Universitat de València, 137-160.

Robert, J-N. (1999): Eros romano. Sexo y moral en la Roma antigua, Madrid, Complutense.

Schmitt Pantel, P. et alii (2006): Historia de las mujeres en Occidente, I, La antigüedad, Madrid, Taurus.

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Vallejo Pérez, G. (2015): “El consumo del vino en el mundo romano”, Anuario de la Facultad de Derecho (Universidad de Alcalá), 7, 211-226.



[1] El nombre podría ofrecernos una pista de su procedencia, tal vez siendo originaria de Hispania en general o de Hispalis (Sevilla) en particular.

[2] Tito Livio se refiere a ella como scortum nobile libertina o “acompañante noble libertina”.

[3] Ignoramos si fue por decisión testamentaria o comprando la manumisión con sus ahorros. Las versiones difieren, y hasta se la hace esclava de Annia Pacula, sacerdotisa de gran interés en esta publicación.

[4] Llevaba preparándose durante varios días, recurriendo a la abstinencia sexual.

[5] Se suele considerar que el joven Ebucio tenía en aquel entonces unos 17 años.

[6] Su padre había sido derrotado por los galos de forma humillante.

[7] Las primeras lunas llenas de enero y marzo, y también a mediados de marzo.

[8] Los jóvenes debían ser menores de 20 años porque así eran más permeables a las influencias de Baco.

[9] A los romanos no les importaba el género en una relación sexual, sino la condición jurídica; así pues, no se aprobaba mantener relaciones con menores, con mujeres vinculadas a otros ciudadanos romanos, o que un liberto o esclavo fuese la parte activa en una relación con un patricio, por ejemplo.

[10] La represión fue especialmente dura en el sur de Italia, es decir, la tradicional Magna Grecia, el lugar más propicio para la expansión de influencias y cultos extranjeros, sobre todo griegos, pero también donde las lealtades a Roma fueron bastante ambiguas durante la presencia de las tropas de Aníbal.

[11] Se ignora el destino de Annia Pacula, pero su hijo Minio Cerrino fue desterrado a Ardea. También fueron arrestados líderes plebeyos como Marco y Cayo Atinio y el falerio Lucio Opiterio, entre otros.

[12] Según detalla Polibio (VI, 19, 4), nadie podía ser investido de magistratura sin haber cumplido diez años íntegros de servicio militar.

[13] En especial el bosque de Estímula (identificada con la griega Semele), entre los pies de la colina y la puerta Trigémina.

[14] Prueba de este escenario lo acredita la manifestación de mujeres del 195 a.C. que pedía la derogación de la Lex Opia, la cual restringía el uso público de vestimenta de lujo, joyería y carruajes a las mujeres.

[15] Aquellos con levitas animi, o mentes volubles, como se solía decir.

[16] La virtud asociada con la valentía, pero también con la justicia, la prudencia y la templanza).

[17] Sentido de la fe.

[18] Lealtad.

[19] CIL X, 104 = CIL I, 581 = AE 2000, 25 = AE 2005, 120 = AE 2005, 121 = AE 2006, 21.

[20] Los números entre paréntesis marcan la línea del texto en la tabla de bronce.

PRIMVS INTER PARES

In corpore sano

Artículo en proceso de redacción.    

POPVLARES