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Paté romano mar y montaña

Os ofrecemos una nueva experimentación con cocina romana antigua, directamente extraída de Apicio, y que solo podemos interpretar como un paté de pescado. Siempre que nos lanzamos con estos experimentos, pueden surgir complicaciones, sea de técnica o de gusto; a fin de cuentas, la arqueología del gusto da testimonio de que, si algo era delicioso hace 2000 años por una cultura específica, no tiene por qué ser igual en otra de geografía y/o tiempo diferente. Aunque ya hemos hecho la gustatio con varias personas, y hay garantía: está delicioso ;)
 

Terrina de crema de queso y pescado salado (versión adaptada)

Ingredientes:

  • Un buen lomo de bacalao salado.
  • 1 seso de ternera (opcional): no lo utilizamos.
  • 3 o 4 higadillos de pollo.
  • 7 huevos.
  • 250 gr. de ricotta (requesón o similar).
  • 12 granos de pimienta (o al gusto).
  • 1 o 2 bayas de enebro (sustituyendo a los 12 granos de aligustre).
  • 1 cucharadita de orégano seco (o al gusto).
  • Mezcla de vino Marsala (dulce) con 3 cucharaditas de miel y 3 cucharadas de aceite.
  • Sal.
  • Comino molido. 

De manera opcional, también se puede incluir 1 baya de ruda (muy difícil de localizar) u hojas de ruda picadas/molidas junto con la pimienta. En nuestro caso no utilizamos este ingrediente. 

 

Detalle con bacalao en mosaico del Océano, Museo galo-romano de Saint-Romain-en-Gal (imagen de https://pbs.twimg.com/media/FDn29cBX0AczpXK.png)

Elaboración:

  1. Desalar bacalao poniéndolo en remojo dos días, cambiando el agua dos veces al día.
  2. Secar bien el bacalao, sumergirlo en aceite y confitar (fuego mínimo) unos 10 minutos.
  3. Después dejar atemperar, escurrir, quitar piel y espinas.
  4. Hervir higaditos de pollo 10 minutos y dejar enfriar.
  5. Cocer 3 huevos durante 8 minutos, cortar cocción en agua fría y perlarlos.
  6. Poner el bacalao, los higaditos y los huevos picados en una cazuela, añadiendo también el queso ricotta. 
  7. En mortero machacar los granos de pimienta y la baya de enebro; después añadir a la cazuela.
  8. Incorporar también el orégano y el vino Marsala mezclado con miel (servirá como sustituto del Mulsum) y aceite.
  9. Sazonar al gusto.
  10. Añadir después 4 huevos crudos.
  11. Triturar todo hasta obtener un compuesto homogéneo.
  12. Verter la mezcla en un molde de plumcake engrasado y con papel (necesario para desmoldar con más facilidad).
  13. Cocinar al baño maría en el horno hasta que quede cuajado. Se sabrá que está listo cuando se pinche con un palillo y salga limpio.
  14. Servir untado en tostadas con un poco de comino molido y/o mermelada de frutos rojos o fresa.

Resultado final en emplatado (imagen propia)
 

Detalles:

En la adaptación de esta receta se nos hablaba de cocinar a fuego suave o al baño maría todos los ingredientes durante 2 horas antes de añadir los 4 huevos crudos. Este paso resulta a nuestro juicio innecesario, dado que el bacalao y los higadillos ya están cocinados, y someterlos a una sobrecocción implicaba su estropicio.

La cantidad de paté resultante es cuantiosa, por lo que aconsejamos dejar un par de raciones o "rebanadas" cortadas del bloque, y congelar el resto en dosis. Resultará más práctico si no tenéis tiempo o comensales para consumirlo con velocidad.

El comino molido para servir es característico de Apicio. Pero si nos permitís ser un poco liberales, el toque moderno de una mermelada de fresa o frutos rojos como acompañamiento le queda ideal.


Siglo VI d.C. Detalle con gallina y huevo del mosaico de la sinagoga de Maon, desierto de Negev (imagen de https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Maon_Mosaic_Hen.jpg)


La Receta Original:

Patellam tyrotaricham ex quocumque salso volveris

Coques ex oleo, exossabis. Et cerebella cocta, pulpas piscium, iucuscula pullorum, ova dura, caseum mollem excaldatum, haec omnia calefacies in patella. Teres piper, ligusticum, origanum, rutae bacam, vinum, mulsum, oleum, (in) patella ad lentum ignem (pones) ut coquatur. Ovis crudis obligabis, adornabis, cuminum minutum asparges et inferes

Apicio, 4, II, 17.

Traducción de Terrina Tyrotaricha de "cualquier pescado salado":

"Cuece en aceite, quita las espinas. Y seso cocido, pulpa de los pescados, higadillos de pollo, huevos duros, queso tierno caliente, calienta todo esto en una terrina. Machaca pimienta, aligustre, orégano, una baya de ruda, pon vino, mulsum, aceite, en una terrina a fuego lento para que cueza. Méclalo con huevos crudos, aderézalo, espolvorea comino desmenuzado y sirve". 

 

Fuentes:

Apicio: De re coquinaria.

Bibliografía:

Del Re, A. A. (2005): De re coquinaria, Marco Gavio Apicio. Antología de recetas de la Roma imperial, Barcelona, Alba. 

Villegas Becerril, A. (2001): Gastronomía romana y dieta mediterránea. El recetario de Apicio, Córdoba, Universidad de Córdoba.

"El legionario no tiene quien le escriba"

A veces, con la tan acostumbrada imagen que tenemos de las legiones romanas como máquinas de picar carne y conquistar tierras, se nos olvidan los sufrimientos y sentimientos de los seres humanos que las integraban. 

“Enrólate en la legión – me dijeron.

Verás mundo – aseguraron.

Y tendrás comida y sueldo garantizados – prometieron”.

Podemos especular que algunas de estas palabras, que en ciertos momento ya habrán leído fans de Astérix en boca de descafeinados soldados romanos, pudieron realmente ser formuladas por muchachos y hombres que sufrieron el día a día en las legiones. Artemidoro aseguraba: “Un hombre que se enrola en el ejército cambia de vida por completo. Deja de ser alguien que toma sus propias decisiones y emprende una vida nueva, dejando atrás la anterior”. Ciertamente la vida en la legión podía suponer una salida a la pobreza y la miseria de muchos:

  • Era una forma de obtener alimento.
  • Recibir una paga (no superior a la de un trabajador libre, pero sí fija).
  • Obtener cierto respeto y estatus social, pues sin duda no mirarían igual en el mercado a un simple mendigo en vez de a un temido veterano. 
  • Durante el servicio militar, el individuo podía aprender un oficio, leer y escribir.
  • Se recibía una atención médica superior a la media social.
  • El soldado gozaba de ciertos privilegios si debía hacer frente a procesos judiciales (por ejemplo, no podían ser torturados o condenados a las minas, ni ser ejecutados como criminales comunes).
  • Y, si conseguía sobrevivir a un largo servicio de años y sin mutilaciones, gozaría del dinero o las tierras que el Estado le ofrecía al licenciarse.

Pero desde luego estas ventajas acarreaban una buena dosis de inconvenientes. El soldado debía obedecer sin rechistar las órdenes de los oficiales, soportar obligaciones diarias, castigos corporales o hasta la pena capital sin posibilidad de defensa. Resumamos un poco en qué consistía la vida de un individuo desde que ingresaba en la legión.

Reclutamiento

Se calcula que el ejército romano necesitaba entre 7500 y 10.000 nuevos reclutas cada año para su mantenimiento, pero no aceptaba a cualquiera. Los oficiales de reclutamiento estaban interesados en hombres jóvenes, que rondasen los 20 años, de entre 1,72-1,77 metros de altura[1], preferiblemente de procedencia rural, pues estarían acostumbrados a vivir con dureza y así resistirían mejor el rigor militar, aunque también se aceptaba (dada su utilidad) a quienes hubiesen ejercido como cazadores, carpinteros, herreros o carniceros. Si a todos estos requisitos se sumaba la ignorancia, tanto mejor, pues los mejores soldados eran aquellos que no cuestionaban las ordenes, aunque no se rechazaba a los letrados y cultos, útiles para ocupar puestos administrativos; pragmatismo ante todo. En cualquier caso, todos pasaban por el valetudinarium para un “chequeo médico” que aseguraba que el aspirante estuviese en una condición física adecuada. Mientras que a los ciudadanos se les asignaba como legionarios, a los peregrinos se les destinaba como tropa auxiliar, pudiendo adquirir la ciudadanía con el término de su servicio.

Destino y entrenamiento

A continuación, al recluta se le daba un destino en una unidad específica y en un campamento estable, formando parte de una centuria, un manípulo y una cohorte concretos dentro de la legión, directamente en las fronteras de los dominios romanos. En estos campamentos, los legionarios serían alojados en tiendas o barracones según la naturaleza del campamento, con capacidad para una centuria cada uno, es decir, unos 80 hombres divididos a su vez en grupos de 8. Cada grupo o contubernium tenía asignadas dos pequeñas habitaciones de 5 cada una (para armas y otros objetos, y como dormitorio). Parece un espacio muy reducido para ocho personas, pero hay que pensar que no habría muchas ocasiones en las que todos coincidiesen a la vez en el mismo sitio, pues siempre habría alguien que estuviese cumpliendo una tarea, hubiese fallecido, o pasase la noche extramuros. 

Los reclutas pasaban a estar bajo el mando de un centurión, y éste les adiestraría y castigaría con severidad durante 6-8 meses; a modo de ejemplo, Tácito (Ann., I, 16-30) nos habla del centurión Lucilio, al que llamaban “¡Vamos, otra!”, porque tras romper una vara en la espalda de un soldado pedía otra a gritos (terminaría siendo asesinado en un motín). Para conseguir un trato de favor del centurión, a veces un pequeño soborno no estaría de más, como afirma el legionario Claudio Terenciano al asegurar en una carta que en el ejército “no se consigue nada sin dinero”.  

Parte del entrenamiento incluía marchas kilométricas para aprender coordinación en las formaciones, o simulacros de batallas en grupos, cargando pesos de en torno a 25-30 kg solo en equipo militar (escudo, espada, casco, armadura, pila…); con todo el equipaje, los soldados podrían llegar a cargar entre 45-50 kg en marchas que podían abarcar entre 30-45 km diarios de ser necesario. Cuando era menester, al finalizar una marcha la legión debía preparar el terreno para montar el campamento provisional mediante la excavación de fosas, terraplenes, talado de bosques para levantar la empalizada, etc… En palabras de Flavio Josefo, este entrenamiento no era muy diferente de la propia guerra, ejercitándose los soldados cada día con mucha intensidad: “sus maniobras como batallas incruentas y sus batallas como maniobras sangrientas”. Para Vegecio (Epitoma Rei Militaris, I, 1), solo gracias a ese entrenamiento y disciplina pudieron los romanos dominar el mundo: “Vemos, en efecto, que el pueblo romano ha sometido al mundo entero exclusivamente gracias al adiestramiento en el uso de las armas, a la disciplina del campamento y a la experiencia militar”. 

Pasados esos meses, los reclutas ya estaban preparados para entrar en combate.

Tareas del día a día: las obligaciones militares del soldado eran numerosas y rutinarias.

  1. Tras el desayuno, se pasaba revista (se leen anuncios importantes, se pasa lista…).
  2. En esa revista a cada soldado se le asignaban tareas y órdenes del prefecto, registradas con detalle en la hoja de servicios: guardias en diversos puntos del campamento (entrada, torres, parapetos…), mantenimiento del calzado, cuidado de letrinas y termas, escolta para algún oficial o dignatario, patrulla exterior, control de vías o peajes, protección de civiles o mercaderes frente a bandidos o incursiones bárbaras, una misión militar como miembro de una vexillatio… sin olvidar el santo y seña. Una de esas hojas, perteneciente a una centuria de la legión III Cirenaica a finales del s. I d.C., consta de las tareas de la tropa durante los diez primeros días de octubre. 
  3. Respecto a la asignación de guardias, había dos diarias, repartidas en las puertas, terraplenes, almacenes, silos, hospital, principia, los praetoria 
  4. Las faenas podían ser muy diversas, desde barrer o ayudar en los almacenes, a trabajar en la fragua, los baños, establos y letrinas, y se asignan según el ánimo y voluntad del centurión, por lo que interesaba sobornarle si era posible.
  5. En la rutina diaria también había instrucción y entrenamiento, y de ellos no se libraba nadie: 
    • Campus: maniobras en el campo, desde marchas a luchas simuladas en formación, sin olvidar la natación. 
    • Basilica/Ludus: se refiere a una sala de entrenamiento o al anfiteatro, ambos sirven para realizar ejercicios con armadura, prácticas de esgrima contra un poste de madera, marcha en círculos, salto de zanja…
Mientras otros soldados preparan la Cena, durante la tarde, y siempre que no le tocase guardia, el soldado se dedica a mantener y preparar su equipo, leer correspondencia, visitar las termas o pasarlo bien fuera del campamento.
 
Ejemplo ilustrado del mantenimiento del equipo militar (imagen de https://historia.nationalgeographic.com.es/medio/2012/07/31/la_vida_en_el_fuerte_1009x2000.jpg)

 
En cualquier caso, nunca faltaban las tareas; a fin de cuentas, en la legión había buen número de hombres bien adiestrados (albañiles, herradores, secretarios…), por lo que era una cantera ideal para que un funcionario del gobierno localizase un servicio concreto, y bien recibido, pues nada mejor que una tarea distinta para escapar de la rutina. El cumplimiento de dichas obligaciones debía ser riguroso, pues el castigo podía ser extremo de no ser así: a los que se dormían en una guardia, los cobardes que huían de la batalla, los necios que desobedecían una orden directa o los desertores recibían la muerte.

Comida y ocio

La dieta básica del legionario consistía en cereales (trigo en mayor medida), carne de cerdo o ternera (a veces incluyendo caza o pesca), vegetales y legumbres (lentejas y habas sobre todo), aunque cada soldado era libre de solicitar a sus familiares el envío de comida extra por correspondencia. La bebida consistía en agua, cerveza o vino de mala calidad (a veces incluyendo posca). Estos alimentos se distribuían en tan solo dos comidas diarias: el desayuno o prandium en el amanecer (quizás un poco de fiambre y queso) y la comida principal o cena al acabar la jornada. No obstante, no debemos imaginar a toda la tropa reunida en un comedor colectivo, pues tal espacio no existía en los campamentos; en su lugar, cada soldado recibía sus correspondientes raciones y las cocinaba en el espacio del contubernium, donde estaban los molinos, morteros y cocinas fijos o portátiles (cargado todo por una mula en cada contubernium). Comer rodeado de tus otros siete compañeros de habitáculo fomentaba la camaradería.

Cuando no tenían el tiempo ocupado en responsabilidades, los soldados podían visitar las termas del campamento, donde descansaban, se aseaban, hacían vida social o practicaban juegos de azar. Algunos campamentos incluían hasta un anfiteatro, como el de Caerleon (sur de Gales), donde se realizaban munera, venationes o hasta exhibiciones de lucha de los soldados. Otra opción era visitar las canabae, es decir, los asentamientos de población civil que se formaban en torno al campamento, poblado de comercios, tabernas o burdeles dispuestos a pulir los sueldos de las legiones. Allí también vivían las familias extralegales de los legionarios, de ahí que, con el paso de los años, en este espacio se terminasen formando aldeas (vici) o futuras ciudades.

Por supuesto, la legión no descuidaba la religión, a veces un importante aglutinante para personas de distinta procedencia o fortuna social. Ceremonias consagradas a Júpiter Óptimo Máximo, Roma, la Victoria Augusta, la Disciplina o al propio emperador aseguraban la lealtad de la tropa al poder establecido, y las fiestas religiosas daban salida al agotamiento de la rutina; de forma privada, los soldados podían adorar a sus propios dioses, independientemente de la región de procedencia; precisamente, Mitra cobró muchísima importancia en el ejército, prometiendo la salvación para sus iniciados. Documento de gran valor al respecto es el Feriale Duranum, un papiro del s. III d.C. donde consta un calendario religioso practicado por los legionarios.

Salario y gastos

Los legionarios recibían una paga regular (o al menos esa es la “norma”) que ascendía a 225 denarios anuales en tiempos de Augusto, cifra que fue aumentando con el paso de los años. El problema es que esa misma paga servía para cubrir los costes de comida, mantenimiento del equipo y otros; el total ahorrado por el soldado, siendo optimistas, podría llegar al 25% de la soldada (es decir, poco más de 56 denarios en época augustea), siempre y cuando no hubiese gastos imprevistos o el individuo no lo derrochase en apuestas. Sin embargo, para el soldado aplicado siempre existía la posibilidad de un sueldo mayor acorde al ascenso en los rangos militares. De hecho, un centurión podría cobrar hasta 15 veces más que un legionario; de no tener suerte en este campo, siempre quedaba la opción de obtener ingresos adicionales, como el botín de guerra o los donativos extraordinarios ofrecidos por los emperadores en sus testamentos o para ganar su lealtad.

El Final

Lógicamente, la mortalidad durante el servicio militar podría llegar a ser muy elevada, a veces por enfermedades, a veces por heridas mal curadas, a veces por un rotundo hachazo del enemigo. Por supuesto, podía haber circunstancias insoportables, como prueba la revuelta encabezada por legionarios de Panonia en el 14 d.C., en la que su cabecilla pronunciaba estas elocuentes palabras: “Bastante hemos pecado de cobardía accediendo a servir durante treinta o cuarenta años hasta acabar viejos y, en la mayoría de los casos, con el cuerpo mutilado por las heridas”, quejándose del miserable jornal que recibían a cambio de soportar “los golpes y heridas, la dureza del invierno, las fatigas del verano, las atrocidades de la guerra o la esterilidad de la paz”. 

Los afortunados que consiguiesen dejar la legión cruzando la puerta de los vivos lo harían por tres vías:

  • Missio Causaria: el soldado es licenciado tras examinarse que ha quedado incapacitado para el combate a consecuencia de sus heridas. 
  • Missio Ignominiosa: lo que en términos modernos sería una licencia con deshonor, expulsado del ejército por acciones criminales e inhabilitado para cualquier servicio militar. 
  • Honesta Missio: la mitad de la tropa que conseguía sobrevivir a los 25 años de servicio se licenciaban con honor, recibiendo un documento que les acreditase como licenciados, y como veteranos contaban con una serie de derechos y privilegios:
    • De entrada, los peregrinos de las tropas auxiliares pasaban automáticamente a convertirse en ciudadanos romanos al recibir un diploma de bronce donde se detallaba su nueva condición legal, con todo lo que ello acarreaba. 
    • Exención de numerosos impuestos.
    • Trato preferente en procesos judiciales. 
    • Legalización de su situación matrimonial previa. 
    • Retorno a sus “hogares” con un premio en metálico o la obtención de terrenos de cultivo próximos a su lugar de servicio o en la misma región (delimitados durante la centuriación por un agrimensor), una opción muy elegida por los que se habían casado con mujeres locales. Algunos cogían el dinero y lo invertían en abrir un negocio; si te licenciabas como centurión podías alcanzar una buena posición social en la ciudad donde situases tu residencia, pudiendo ingresar hasta en las magistraturas.

El valioso testimonio de las CARTAS

Los legionarios no sólo debían combatir a los enemigos de Roma, y como ejemplo, un testimonio particular en forma de carta de un soldado a su madre:

"Querida madre, espero que te encuentres bien. Cuando recibas esta carta, te estaré profundamente agradecido si me envías algo de dinero; me he quedado sin nada, porque me lo he gastado todo en comprar un carro y un burro. Por favor, envíame un abrigo, un poco de aceite y, sobre todo, mi asignación del mes. La última vez que estuve en casa me prometiste que no me ibas a dejar sin blanca, y ahora me tratas como a un perro. Le madre de Valerio le envió el otro día unos pantalones, una medida de aceite, una caja con comida y algo de dinero. Por favor, envíame algo, no me dejes así. Dales recuerdos a todos en casa. Tu hijo que te quiere".

A través de algunas cartas de soldados que se han conservado hasta nuestros días, podemos observar que no diferían mucho de los seres humanos modernos, con preocupaciones tales como llegar a final de mes, saber si sus familiares estaban bien, desear que sus hijos estudien o rogar porque se le envíe más ropa de abrigo.

EJEMPLO I: encontramos a Cayo Mesio, acantonado en Judea, avisando del gasto de todo su salario (unos 50 denarios) en el mismo día de recibirlo, después de hacer frente a todos los pagos pendientes: 16 denarios en cebada, 20 en comida, 5 para calzado nuevo, 2 por correas de cuero y 7 para túnicas de lino.

EJEMPLO II: muy similar al anterior, Claudio Terenciano, soldado desde el 110 d.C. y destinado en Alejandría, rogaba a su padre (el veterano Claudio Tiberiano asentado en Karanis, a 75 km de El Cairo) que “si está de acuerdo, me envíe desde allí unas botas bajas y un par de calcetines de fieltro. Las botas con botones no valen para nada, me proveo de calzado dos veces al mes”. También le avisa de lo siguiente: “Te he enviado por Martialis una bolsa bien cosida, en la que van dos mantas, dos capas, dos toallas y dos coberturas de lino”. En otra misiva cuenta cómo un compañero le ha robado la capa que su padre le había enviado, conminándole a que en futuras remesas “ponga una dirección en todo y una descripción física escrita para mí a fin de evitar cambios durante el transporte”.

EJEMPLO III: en la misma ubicación geográfica, tenemos al soldado Julio Terenciano, quien recibe carta de su mujer, Apollonous, deseándole buena salud, informando de que ella y los niños están bien y que asisten a clases con una maestra, y que la renta y semilla están disponibles, concluyendo: 

“... con respecto a tus campos, he perdonado a tu hermano 2 atabas de renta, de modo que he recibido de él 8 atabas de trigo y 6 atabas de semillas de hortalizas. No te preocupes por nosotros, y cuídate tú. Me dijo Termouthas que te has comprado un par de cinturones; me alegro mucho. Y con respecto a los olivares, ¡qué buenos frutos están dando hasta ahora!”.
EJEMPLO IV: datado en torno al 41-67 d.C., nos muestra a una mujer reprochando a su esposo que haya permitido que uno de sus hijos se alistase en el ejército: “No le diste buen consejo al decirle que se uniera al ejército. Porque cuando yo le insté para que no se alistara, me dijo que su padre se lo había dicho”. Concluía la carta reclamando a su esposo el envío de lentejas y aceite de rábano. Esta misiva no es solo interesante por suponer un ejemplo más amargo de relación conyugal, sino también por reflejarnos que, con el hombre fuera de casa, sobre la mujer recaía la trascendental responsabilidad de la economía del hogar.
 
Pluma de época romana, con punta de hierro encajada en tubo de madera (imagen de https://www.lavanguardia.com/historiayvida/20210410/6634638/roma.html)

Las tablillas de Vindolanda (hasta 1300 descubiertas y datadas en torno al 92-103 d.C.), suponen una documentación invaluable para indagar en el día a día de los legionarios. Son documentos redactados sobre madera local (roble, abedul, aliso), del tamaño de una postal moderna, empleándose plumillas de hierro sobre un mango hueco de madera. En estas tablillas se puede deducir que la tropa estaba ocasionalmente mal pagada, pues en lugar de gastarse su sueldo en suministros militares o productos locales (sabemos que una toalla costaba dos denarios, y una capa cinco), preferían ahorrar y pedir ayuda a sus familiares para que les enviasen, entre otros productos, subuclae (chalecos), abollae (capotes) subiblaria (calzoncillos), caligae, calcetines y sandalias...

EJEMPLO V: “Te he enviado […] pares de calcetines de Sattua, dos pares de sandalias y dos pares de calzoncillos”, escribía un familiar al soldado contento de recibir este suministro. Como puede apreciarse, buena parte del requerimiento de estas prendas se debía al clima de Britania, como detalla otra carta: “… el cielo está oscurecido por la lluvia y las nubes constantes”.

En otros casos, los soldados podían aprovechar en intentar hacer negocio con los productos más necesarios en el campamento; en el EJEMPLO VI, los hermanos Octavio y Candido se quejan de la informalidad de algunos contratistas:
“...un compañero de mesa de nuestro amigo Frontius ha estado aquí. Quería que le reservara algunas pieles, le dije que se las daría antes de las Calendas de marzo. Decidió que vendría a los Idus de enero. No apareció, ni se tomó la molestia de decirme que ya tenía las pieles”.

 

Carta de Octavio a Candido (imagen de https://www.lavanguardia.com/historiayvida/20210410/6634638/roma.html)

Al margen de las miserias de la tropa, también tenemos las presiones de algunos oficiales. En el EJEMPLO VII, Flavio Cerial, prefecto de la cohorte IX Batavorvm hacia el 97 d.C., recibía peticiones de esta índole:Brigionus me ha pedido, señor, que se lo recomiende, por ello le pregunto si estaría dispuesto a apoyarlo. Le pido recomendarlo a Annius Aquester, el centurión a cargo de la región de Luguvalium, lo que me pondrá en deuda con usted, tanto en su nombre como en el mío”. Más prosaico es el decurión Masclus, quien le pide instrucciones para las actividades del día siguiente, pero termina diciendo: “Mis compañeros soldados se han quedado sin cerveza, ordena que nos envíen más”. En otros casos es el propio Cerial quien pide algún favor, como a un individuo de nombre Crispino: “Saluda a Marcelo, el hombre más distinguido, mi gobernador. Ofrece una oportunidad para los talentos de tus amigos [...] de la forma que desees, cumple lo que espero de ti”. 

Una de las cartas más conocidas de Vindolanda (EJEMPLO VIII), datada hacia el 100 d.C., es la dirigida por Claudia Severa (esposa del comandante de la tropa[2]) a su hermana, Sulpicia Lepidina (esposa del ya mencionado Flavio Cerial), instándole para que esté presente en la celebración de su cumpleaños: “Oh, cuánto te quiero en mi fiesta de cumpleaños. Harás que el día sea mucho más divertido. Espero que puedas hacerlo. Adiós, hermana, alma queridísima”. Estamos nada menos que ante uno de los primeros ejemplos conservados de escritura en latín de una mujer.

Carta de Claudia Severa a su hermana (imagen de https://www.lavanguardia.com/historiayvida/20210410/6634638/roma.html)

EJEMPLO IX: Apión, natural de Egipto, se enroló en la legión en Alejandría (s. II); en cuanto desembarcó en Italia, tras cruzar una terrible tormenta, recibir el uniforme militar y su primera paga, acudió a hacerse un retrato para enviarlo a su familia con una carta, que fue redactada por un escriba en griego y con una hermosa caligrafía: 

Apión a su señor y padre Epimachos: ¡Saludos! En primer lugar espero que se encuentre bien de salud y que las cosas vayan bien para usted, para mi hermana y su hija, y para mi hermano. Doy las gracias a Serapis por salvarme la vida cuando, justo al principio, pasé tanto peligro en el mar. Cuando llegué a Misenum [cerca de Nápoles] recibí tres monedas de oro del emperador [¿Trajano?] para gastos, y todo me va pero que muy bien. Por favor, señor padre, escriba y cuénteme sobre su salud, luego sobre mis hermanos, y también para que pueda besar su mano por haberme educado bien y en consecuencia pueda esperar una rápida promoción, si los dioses quieren. Dé recuerdos a Capitón [¿algún amigo?] y a mi hermano y hermana, y a Serenilla [¿una esclava familiar?] y a mis amigos. Les envío un pequeño retrato a través de Euktemon. Mi [nuevo] nombre romano es Antonius Maximus”.

Carta de Apión a su padre (imagen de https://100falcons.files.wordpress.com/2009/11/roman-letter.jpg?w=399&h=700)

En el margen izquierdo de la carta añaden sus saludos dos compañeros de Apión. Después se enrolló y se selló la carta.

EJEMPLO X: el soldado Aurelio Polión, de origen egipcio pero de servicio en Aquincum (Panonia Inferior) en el s. III (fecha deducida por el tipo de caligrafía y el uso habitual del nombre Aurelio desde el 212), escribió una carta en griego a sus familiares de Tebtunnis (cerca de El Fayum), que fue descubierta en un templo cerca del Nilo en 1899 por Bernard Grenfell y Arthur Hunt, y traducida por Grant Adamson en 2011 (actualmente la carta se encuentra en la Berkley’s Bancroft Library de la Universidad de California). El traductor deduce que el autor debía ser políglota al dominar egipcio, griego y latín, pero su ortografía y gramática griega eran irregulares. En esta carta Polión se muestra muy preocupado porque no tiene noticias de su familia desde hace mucho tiempo, tras enviar seis cartas; esta última no la envía por la mensajería oficial del ejército, sino a través de un tercero (Acutius León) con instrucciones de entrega en el reverso de la carta. Para ser más precisos, Polión se dirige a su hermano, su hermana y su madre, que ejerce como panadera:

“De Aurelio Polión, soldado de la legión II Adiutrix, para Heron su hermano y Ploutou su hermana y su madre Seinouphis la panadera y señora (?) muchos saludos. Rezo día y noche para que estéis bien de salud y siempre imploro a los dioses por vuestro bienestar. No he dejado de escribiros pero vosotros no me tenéis presente. Yo cumplo con mi parte escribiendo siempre y no dejo de pensar en vosotros y os llevo en mi corazón. Vosotros no me escribís ni me contáis cómo estáis, o qué tal vuestra salud. Mi preocupación es tanta porque aunque no habéis dejado de recibir mis cartas con frecuencia, no me habéis escrito para que yo sepa cómo... […]. Mientras estoy lejos en Panonia os he mandado [cartas] pero me tratáis como a un extraño. Yo me fui... y estáis contentos... Os he mandado seis cartas. En el momento en que me tengáis (?) pensamiento, obtendré permiso del consular [el comandante] y podré volver con vosotros para que sepáis que soy vuestro hermano. Porque yo no pedí (?) nada vuestro para el ejército, pero yo os culpo porque aunque yo os he escrito ninguno de vosotros (?)... tiene consideración. Mirad, vuestro (?) vecino ... Soy vuestro hermano. Escribidme también. Cualquiera de vosotros... mandadme su... a mí. Saludad a mi padre Aphrodisios y a Atesio, mi tío... su hija... y su marido Orsinouphis y los hijos de la hermana de su madre, Xenophon y Ouenophis alias Portas”.

Carta de Aurelio Polión (imagen de https://imagenes.montevideo.com.uy/imgnoticias/201408/_W933_80/461695.jpg)

 

Así que la próxima vez que se os ocurra pensar en la edulcorada y hollywoodiense visión de las legiones romanas, recordad algunos de estos testimonios y muchos otros.


Fuentes:

Aegyptische Urkunden aus den Königlichen Mussen zu Berlin, Griechische Urkunden (BGU).

Artemidoro de Éfeso: Interpretación de los sueños.

Corpus Epistolarum Latinarum (CEpistLat).

Corpus Papyrorum Latinarum (CPL).

Flavio Josefo: Guerra de los Judíos.

Papyri and Ostraca from Karanis (P.Mich.).

Tácito: Anales, I.

Vegecio: Compendio de técnica militar.

Bibliografía:

Alston, R. (1995): Soldier and Society in Roman Egypt. A Social History, London, Routledge.

Bowman, A. K. (2000): "El ejército imperial romano. Las carta y la cultura escrita en la frontera septentrional", en Bowman, A. K. y Woolf G. (comps.): Cultura escrita y poder en el mundo antiguo, Barcelona, Gedisa editorial, 173-197.

Henry Breasted, J. (1944): Ancient Times. A History of the Early World, Ginn and Company.

Le Bohec, Y. (2007): El ejército romano, Barcelona, Ariel.

Matyszak, Ph. (2010): Legionario. El manual del soldado romano, Madrid, Akal.

Morello, R. y Morrison, A. D. (2007): Ancient Letters. Classical and Late Antique Epistolography, Oxford, Oxford University Press.

Perea Yébenes, S. (2010): "Ejército y soldados romanos en cartas de mujeres sobre asuntos familiares, militares y civiles, en papiros de Egipto de los siglos I-IV", en Palao Vicente, J. J. (ed.): Militares y civiles en la antigua Roma. Dos mundos diferentes, dos mundos unidos, Salamanca, Universidad de Salamanca, 197-223.



[1] No se descartaba el reclutamiento de hombres más bajos en estatura, siempre que tuviesen una complexión fuerte, aunque en el Bajo Imperio la necesidad de reclutamiento forzó a reducir la altura mínima a 1,65.

[2] Hemos mencionado algunos ejemplos de soldados con esposas. No está de más recordar que, hasta las reformas de Septimio Severo, a los soldados se les prohibía contraer matrimonio durante sus 20-25 años de servicio, y aunque así fuese, los hijos habidos en ese matrimonio no tendrían reconocimiento legal. No debió suponer un grave problema en la vida real de los campamentos, pues se calcula que en torno al 50% de la tropa formaba familias no reconocidas por las leyes.

PRIMVS INTER PARES

In corpore sano

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