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Mellarius

Cuesta imaginar nuestro mundo sin azúcar, ¿verdad? Quizás algún lector pueda sugerir que los romanos desconocían el azúcar de caña, la versión más conocida y extendida en nuestros días, pero estaría equivocado. Roma sí conocía el azúcar de caña, pero no era el edulcorante más extendido; realmente la caña de azúcar no tendría una gran extensión por Europa hasta su reintroducción en la Península Ibérica durante el s. VIII, de la mano de los musulmanes. Y también se podían obtener edulcorantes por otras vías, como los siropes de dátiles, uvas, higos… Pero en este nuevo artículo venimos a hablar del ingrediente romano favorito para endulzar los alimentos: la miel.

Desde luego, no era éste un alimento desconocido por la humanidad; se han encontrado pinturas rupestres, algunas de ellas de hasta 20.000 años de antigüedad, en países como Sudáfrica, Zimbabue o Namibia, que dan fe de la existencia de una recolección apícola antes de que apareciesen las primeras sociedades productoras. Un poco más “reciente” (de en torno al 7000 a.C.) y mucho más famosa es la escena de recolección de miel en la cueva de la Araña (Bicorp, Valencia).
 
 

Pintura rupestre. Persona recolectora de miel, aplicando humo sobre una colmena de abejas. Zumbabue (imagen de https://prehistorialdia.blogspot.com/2014/11/la-miel-en-las-sociedades-de-cazadores.html)

 
No hablaremos aquí de otras tantas culturas de la Antigüedad a las que se les conoce un uso y/o producción de miel, si exceptuamos a los griegos, con quienes los romanos tuvieron estrecho contacto. En el mundo heleno, la miel era considerada alimento de dioses; según el mito, las colmenas fueron creación del pastor Aristeo (hijo de Apolo y Cirene), o de Dionisos. El famoso Hipócrates elogió los poderes curativos de la miel, empleándola para sanar úlceras, problemas dermatológicos y aliviar dolores en general. También se les atribuye a los griegos la elaboración de colmenas de cuadros móviles manejables, no solo por lo que nos dicen fuentes como Aristóteles, sino también por los primeros hallazgos arqueológicos a partir del s. XVII.
 
 
Ánfora, figuras negras con fondo rojo (ca 540 a.C.). Representación de Laios, Keleos, Kerberos y Aigolios picados por abejas. British Museum (imagen de https://mieladictos.com/wp-content/uploads/2014/04/Hombres-picados-por-abejas-o-avispas.jpg)

 
¿Qué conocimientos poseían los romanos sobre las abejas? Sorprende a la mente moderna las inexactitudes o supersticiones que esta cultura imprimía sobre los susodichos insectos. Se cuenta que la miel, mezclada con la yema de cinco huevos de paloma y grasa de cerdo, producía inhibición sexual, o que las abejas podían generarse de la putrefacción de un buey matado a golpes (Virgilio, G, IV). Del mismo modo, y lo más probable fruto de una cultura antropocéntrica, pensaban que las abejas reinas en realidad eran abejas reyes, y que recogían miel como si fuese una especie de rocío. Pero la opinión general debía ser muy positiva; Marcial consideraba a la miel nobile nectar (XIII, 104), Virgilio un rocío celeste (G, IV, 1), y como cita Plinio el Viejo (NH, XI, 1, 5) sobre las abejas: 
 
Entre todos los insectos, el primer puesto es para las abejas y, también, con todo derecho nuestra mayor admiración, pues son los únicos de esta clase de animales creados para el bien del hombre”.

 

Tan importantes eran las abejas para los romanos que las otorgaron un numen protector, la ninfa Melona (August., CD, 4, 34), y si aparecía un enjambre en una casa o en un templo se consideraba un presagio divino. Incluso se crearon imágenes alegóricas e idílicas de las abejas, como un espejo en el que se tendría que ver reflejada la humanidad. Varrón (R, III, 16, 6) afirma: “Las suyas son como las ciudades de los hombres, porque aquí hay un rey, un mando, una sociedad”. Virgilio (G, IV, 155) decía que las abejas “pasan la vida sujetas a grandes leyes y ellas solas reconocen una patria y Penates inmutables”. Y Plinio (NH, XI, 11) asegura que las abejas “tienen su república”, que alrededor de su líder hay “una especie de escoltas y lictores, diligentes guardianes de su autoridad” (53), e identifica a los zánganos como esclavos: “crías tardías y en cierta manera esclavas de las abejas verdaderas” (27). La personificación de las abejas prosigue dándoles virtudes, como la sobriedad y la delicadeza (Plin., NH, XI, 18 y 67), que son trabajadoras y limpias (Var., R, III, 16, 6-7), o que incluso poseen grandes aptitudes militares (Plin., NH, XI, 54 y 58). 

¿Qué usos podían dar los romanos a las abejas y a la miel?

  • Aunque marginal, hay constancia de un uso bélico de las abejas. Como ejemplo, el ejército de Lúculo, en su guerra contra Mitrídates, encontró serias dificultades cuando intentaban minar las murallas de Temiscira, pues sus habitantes habían introducido en los túneles varios animales salvajes, inclusive enjambres de abejas.
  • Muchísimo más extendido estaba su uso para la escritura, como nos confirma Quintiliano (Inst., X, 3, 31), pues se preferían las tabulae ceratae (tablas enceradas) por lo fácil que era borrar errores, frente a la lentitud del papiro y el pergamino, en los que acudir con el cálamo al tintero frenaba la escritura. 
  • También, y aunque las lucernas eran el dispositivo más famoso para la iluminación, los romanos utilizaron sin dificultad tanto las velas de sebo como las de cera, y en especial la cera de abeja. 
  • No podíamos dejar de mencionar su uso medicinal, no solo porque pudiera servir para endulzar ciertos medicamentos difíciles de ingerir por su sabor, sino porque la miel en sí misma es un antibiótico natural, de ahí que se utilizase en emplastos para la desinfección de heridas, o para mitigar procesos inflamatorios. Plinio (NH, XXII, 108) decía que era efectiva para la garganta, las amígdalas, afecciones bucales y pulmonares, heridas, dolores de oído, envenenamientos, resacas y hasta para eliminar piojos. El propóleo también era muy útil; según Plinio (NH, XXII, 107), servía para eliminar espinas y cuerpos extraños atrapados en la piel, para reducir la hinchazón, suavizar los callos o facilitar la cicatrización, como confirma Varrón (R, III, 16, 23). 
  • Otros: la cera resultante de la apicultura también podía ser de utilidad para la momificación de cadáveres, la construcción naval, la impermeabilización de madera, cuerda, cuero…

Aunque desde luego, ninguno de estos usos supera al culinario. Ya de entrada, la miel, al igual que el aceite o la sal, podía actuar como conservante; a modo de ejemplo, Plinio (NH, VII, 35), nos cuenta que, durante el gobierno de Claudio, se trajo desde Egipto un “hipocentauro” conservado en miel. Resultaba especialmente útil para conservar fruta, por lo que se podía disponer siempre de manzanas, peras, ciruelas, membrillos, higos… (Apicio, I, 12, 4-4; Columela, XII, 45), pero también para la carne.

En cuanto a la gastronomía, rara vez faltaban en las mesas romanas comidas y bebidas mezcladas con miel; de hecho, uno de los actos de cortesía de un anfitrión hacia sus invitados era ofrecerles miel recién sacada de la colmena, recitando la fórmula: “Aquí está la miel que los dioses nos han suministrado para tu salud”. Una de las extravagancias que se adjudican al emperador Nerón es que se gastó en un solo banquete para sus invitados hasta 400.000 sestercios en miel. Incluso existe la posibilidad de que, como consecuencia de que una madre dejase cada noche en la alcoba de su hija recién casada una vasija con miel para “reponer energías”, surgiese la expresión “luna de miel”. Sabemos de todo tipo de platos de carne y pescado, salsas y dulces diversos aderezados con miel, como los lirones con miel y semillas de adormidera citados por Petronio (31, 10). Una de las elaboraciones preferidas de los romanos era el Mulsum, un vino especiado y endulzado con miel, muy energético y que se conservaba mucho tiempo; solía servirse en la gustatio y con los postres (Var., R, III, 16, 5). Pero también podemos mencionar otras bebidas, como el Oxýmeli (ojimiel), que llevaba agua de lluvia, sal marina y miel (citado por Dioscórides, Ateneo y Plinio), o la Hydromiel (Aqua Mulsa).

Como se puede entender, y dada su enorme versatilidad, la producción de miel estaba muy extendida por distintas zonas del Imperio, como Italia, Germania, la Península Ibérica, las Islas Británicas… Nos estamos refiriendo sobre todo a zonas rurales, por lo que la producción estaba, en muchos casos, en manos de sectores pobres de la población, haciendo su venta más barata en comparación con la caña de azúcar, procedente de Asia y con Egipto como punto difusor. Esta producción rural y en manos de población pobre se aleja un tanto de la imagen idílica reflejada en las fuentes, que nos hablan de la extracción de miel en términos religiosos:

  • Virgilio (G, IV, 282-): “Si alguna vez destapas la colmena augusta para quitar la miel guardada en sus tesoros, rociado primeramente con agua extraída, guarda silencio y lleva en la mano por delante una tea que extienda por doquiera el humo”. 
  • Plinio (NH, XI, 44): “Se recomienda que retiren la miel hombres lavados y puros. Las abejas no pueden soportar el mal olor ni la menstruación de las mujeres”.

Existen también evidencias toponímicas, es decir, ciudades cuyo nombre va asociado a la miel (Mellaria/Melissa), y a su posible producción, especialmente en el norte de África y sur de la Península Ibérica (concretamente en la comarca de San Roque, en Cádiz, de donde era el prefecto de la annona Turranius Gracilis, según descripción de [Plin., NH, III, 1, 3]; otra localidad era Fuenteabejuna, en la serranía cordobesa). A modo de ejemplo, Estrabón (III, 2, 6) dice: “…de la Turdetania se exporta trigo, mucho vino y aceite de oliva, no solamente en calidad sino también en calidad; y todavía cera, miel, pescado…”. Esta riqueza en producción de miel la confirma Artemidoro de Éfeso. 

¿Pero de qué manera producían miel los romanos? Para empezar, un documento redactado en una tablilla de plomo encerada (CIL, II, 2242) nos habla de una occupatio de tierras, posiblemente ager publicus, para establecer un colmenar. Por otro lado están los restos cerámicos; los hallados en el área edetana y albaceteña identificaron distintas tipologías cerámicas para uso apícola, principalmente colmenas, embudos y envases (vasa mellaria):  

  1. Colmenas: El uso de cerámica ha sido de gran importancia, pues al ser un material imperecedero ha permitido constatar la producción apícola, concretamente para colmenas “fijas”, que se disponían en una hilera aislada, o bien apiladas, ya fuese sobre el suelo o sobre un muro construido para ese cometido. La forma de dichos recipientes solía ser tubular y con acanaladuras interiores que facilitaban la adhesión de los panales. Dicha forma está más extendida de lo que se creía, pues en muchas ocasiones estas piezas fueron confundidas con tuberías de canalización. Después se taparían con corcho, madera, cerámica o simple barro, pero siempre dejando un pequeño agujero para el paso de las abejas, y se sellaría con barro o estiércol, que impediría la entrada de otros insectos, al ocultar el olor dulce de la miel. 
  2. Embudos: de escasa conicidad y gran abertura, ideales para verter en ellos una sustancia líquida pero densa, como la miel. 
  3. Vasa Mellaria: con distinta forma y capacidad, varían entre 1 y 16 litros, siendo los recipientes de mayor volumen los destinados para el almacenamiento.

 

Apiario romano en Xemxija, Malta (imagen de https://triciaannemitchell.files.wordpress.com/2020/05/apiary-malta-xemxija-heritage-trail-beekeeping.jpg)
 

Recientes investigaciones también nos hablan de un tipo de recipiente al que se le da el nombre de “potes meleiros”, con un característico resalte en forma de pestaña situado en el tercio superior del recipiente o próximo a su boca, lo que permitiría crear un pequeño canal de agua que impedía a los insectos alcanzar el interior, o que la miel escurriese por las paredes del recipiente.

Los datos recogidos hasta ahora permiten sugerir que la producción apícola estaba fuertemente vinculada a la agricultura, transformando una parte del terreno cultivado en colmenares para incrementar su rentabilidad. A modo de ejemplo, Columela recomendaba la producción alterna de aceite y miel. También podía suceder que existiese una apicultura trashumante, mediante el traslado de colmenas instaladas sobre mulos (Plinio, NH, XXX, 74-75), si es necesario de noche, para no perturbar a las abejas (Columela, IX, 8, 3), y también teniendo en cuenta el cambio de las estaciones (Celso, 11, 14). Otro ejemplo sumamente ingenioso de esta apicultura móvil es el del traslado nocturno de colmenas en barco a lo largo del río Po, durante unas 5 millas río arriba: las abejas libaban así el polen en diferentes zonas del río, regresando a sus colmenas, hasta que estas pesaban tanto que luego la miel se desembarcaba.

Quienes poseían colmenares en régimen de aparcería podían mantener toda la miel obtenida de sus primeras cinco colmenas, pero luego tenían que entregar a los dueños o arrendatarios un sextario (0,55 litros) por cada una adicional al año (Var., R, III, 16, 10). Se trataba de una medida que incentivaba la producción de miel, pues no solo permitía al colono no tener que utilizar mucha tierra para la apicultura, sino que además las abejas podían ser de utilidad al acelerar la polinización de los huertos. 

 

Moneda púnica de Rusadir. Anverso: cabeza viril imberbe a izquierda. Reverso: abeja con dos espigas y leyenda púnica RSADD (imagen de https://elretohistorico.com/historia-melilla-espana-africa-estopinan/)

  

Al cargo de las colmenas estaba un colmenero (mellarius), que tenía a su cargo al apiarius (esclavo especializado en la recolección y tratamiento de la miel). Por supuesto, el número de esclavos podía variar. Es curioso que el término Mellarius se haya localizado como cognomen de un individuo muerto a los 85 años, Caius Iulius Mellarius, lo que da pie a sugerir que su profesión de apicultor era un negocio familiar que podría transmitirse a las siguientes generaciones. Columela (IX, 15) hace mención al uso de humo “de gálbano o de boñiga seca” para ahuyentar a las abejas, recogiendo la miel en vasijas de barro tras haberla filtrado desde un cesto de mimbre. Pero este proceso podía implicar que el humo perjudicase el sabor de la miel, por lo que se apreciaba más la miel “sin contaminar”.

En cuanto a calidades, ya se establecían criterios según el origen, destacando especialmente dos rivales:

  1. La miel de Himeto (Grecia) era considera la mejor de todas, como dice Marcial (XIII, 104): “Este afamado néctar te lo ha enviado desde los bosques de Palas la abeja devastadora del Himeto de Teseo”. Es más, en su Satiricón, Petronio (38, 3) escribe del protagonista, Trimalción, que fue capaz de producir en Italia su propia miel de Himeto trayendo abejas desde Grecia, para evitar así los costes de importación. 
  2. Frente a ella estaba la miel de Hibla (Sicilia), hecha de tomillo, según Varrón (R, III, 16, 14): “La miel de Sicilia se lleva la palma, porque allí el buen tomillo es abundante”.

En cualquier caso, y para cerrar esta exposición, debe aceptarse que la miel era un producto sumamente valioso, lo suficiente incluso para ser aceptado como tributo en algunos momentos, y los beneficios de su venta podían ser muy lucrativos. Tenemos constancia de un negocio de venta de miel en la misma via Sacra de Roma, zona con numerosos templos (lógico, dada la importancia de la miel como ofrenda en los rituales romanos).

 

Oro. Primera mitad del siglo I. 25 cm. Fíbula de puente con forma de abeja. Museo de Cádiz (imagen de https://twitter.com/museocadiz/status/1263012377152421888?lang=es)



Fuentes:

Agustín: La ciudad de Dios.

Apicio: De re coquinaria.

Celso: De re medica.

Columela: De re rustica.

Estrabón: Geografía.

Marcial: Epigramas.

Petronio: Satiricón.

Plinio el Viejo: Historia Natural.

Quintiliano: Instituciones oratorias.

Varrón: Rerum rusticarum.

Virgilio: Geórgicas.

Bibliografía:

Bortolin, R. (2008): “Archeologia del miele”, Documenti di Archeologia, 45, Mantova, SAP.

Chic García, G. (1997): “La miel y las bestias”, Habis, 28, 153-166.

Crane, E. (1986): The Archaeology of Beekeeping, London, Duckworth.

Fernández Uriel, P. (2011): Dones del cielo. Abeja y miel en el Mediterráneo antiguo, Madrid, UNED.

"" (2017): “Productos de la Hispania romana. Miel y púrpura”, Gerión, 35, 925-943.

Morillo, A., Morais, R., Wallace-Hare, D. (2019): “Apicultura romana, un nuevo campo en arqueología de la producción. Aportaciones desde el ámbito de la epigrafía y la onomástica”, Cabrero Piquero, J. y González Serrano, P. (eds.): Pvrpvrea Aetas. Estudios sobre el Mundo Antiguo dedicados a la Profesora Pilar Fernández Uriel, Madrid/Salamanca, Signifer Libros, 443-461.

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