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"Alea iacta est"

Mucho éxito tenían en Roma los tesserae o dados[1], pues formaban parte de una de las grandes pasiones de todo romano: las apuestas.

Procedente de Grecia, se atribuye la creación del juego a Palamedes, hijo de Nauplio, quien no solo descubrió la treta de Ulises para intentar rehuir su compromiso en la guerra de Troya, sino que también inventó los dados para fomentar la distracción entre los soldados, y así evitar que sucumbiesen a las penurias de tan largo conflicto (Sófocles, Palamedes, fr. 479 Radt.) Pero mientras que en Grecia fue un juego más enmarcado en el entorno aristocrático, en Roma su extensión social fue muchísimo mayor.

Partiendo de la clase baja, los trabajadores jugaban con tal fervor a los dados que no les importaba hacerlo en el exterior aun cuando las condiciones no eran propicias para trabajar. Las prostitutas en particular jugaban con gran soltura en las mesas de apuestas; los ancianos lo consideraban uno de sus últimos placeres, y los niños, por imitación, jugaban utilizando nueces como premio. Si tenemos que hacer caso a Juvenal (XIV, 4-5), desde luego parece que este juego trascendía las generaciones y gustaba a todo el mundo: “Si a un viejo le gusta el ruinoso juego de los dados, también su heredero, que aún lleva la bula, agita las mismas armas en un pequeño cubilete”.

 

Fresco con escena de dos jugadores de dados, uno de ellos sujetando un posible cubilete, y animados por otros dos espectadores. Descubierto en la caupona de la Via di Mercurio (casa VI, 10, 1.19, habitación b) y conservado in situ (imagen de https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Dice_players_fresco_from_the_Osteria_della_Via_di_Mercurio_(VI_10,1.19,_room_b),_in_situ_wall_fresco,_Pompeii_(14880010983).jpg)


Y en este tono hablaba Amiano (XXVIII, 4, 29-30), ya en el Bajo Imperio, de la inmutable pasión romana hacia el juego:

“Estos, todo lo que viven, lo malgastan en vino, dados, juegos, placeres y espectáculos. Para ellos, su templo, su hogar, su asamblea y la esperanza de todos sus deseos es el Circo Máximo. Y, de hecho, se les puede ver por las plazas, callejones, avenidas y puntos de reunión formando grupos en los que discuten sus diferencias y defienden a unos o a otros, como sucede con frecuencia. […] juran una y otra vez que el estado no podrá subsistir si, en la siguiente carrera, su auriga favorito no sale el primero de la línea de salida y no realiza giros muy arriesgados con sus caballos de mal agüero”.

Para la aristocracia, en cambio, “parece” que no era un juego predilecto. Por un lado tenemos la condena moral, en la que los jugadores son considerados como gente infame, más perversos cuanto mayor es su ingenio en el juego. A veces incluso se asociaba el ambiente de juego con el de conspiración o amenaza contra el Estado, como los participantes en la conjura de Catilina, descritos como aleatores (“jugadores”), o sencillamente como herramienta para acreditar la degeneración de algunos emperadores[2].

Por otro tenemos la condena legal, como la Lex Alearia (ca. 204 a.C.), primer intento de condenar el juego, por supuesto sin éxito. La Lex Talaria, algo más moderada, prohibía los dados excepto en las comidas o las Saturnalia[3]; el incumplimiento de la misma conllevaba multas desde una cantidad cuádruple a lo apostado hasta el exilio. Un caso particular de condena lo tenemos registrado en Cicerón (Phil., II, 55-56), cuando nos habla de la condena de Licinio Lenticula (amigo de Marco Antonio) por jugar a los dados públicamente en el Foro. Pero sin duda un riguroso cumplimiento de la ley nunca fue posible; los ediles se conformaban con supervisar de vez en cuando las tabernas, y por la enorme cantidad de tableros de juego que ha sobrevivido en el registro arqueológico, está claro que la supervisión era mediocre.

El rechazo público de las élites a los dados (a pesar de que muchos igualmente los disfrutasen en privado) se suele explicar como una necesidad de protección del estatus, porque el juego en sí mismo podía servir para la movilidad social, ya que en una partida daba igual el nacimiento o el oficio. Para un aristócrata, el gusto plebeyo por los dados demostraba la incapacidad del vulgo para usar su tiempo libre (otium) de forma inteligente. Excusas bastante mediocres, la verdad sea dicha, sobre todo respecto al peligro de la movilidad social, si tenemos en cuenta que la cantidad apostada por un romano común sería irrisoria en comparación con las extravagantes cifras atribuidas a algunos emperadores. A modo de ejemplo, se dice que Augusto perdió 20.000 sestercios en una noche[4]; Claudio (Suet., Cl., 33) tenía tal pasión por los dados que no solo escribió un libro sobre la materia, sino que también ordenaba colocar su litera de tal forma que no se trastocaran las tiradas durante trayectos, y su sucesor, Nerón, apostaba 400 sestercios por tirada[5].

Los romanos jugaban normalmente con dos dados[6] (fabricados en hueso, madera, marfil…), que no han variado nada en su aspecto comparado con los modernos: eran cubos con sus seis caras marcadas por números del 1 al 6 mediante puntos con disposición en dextrógiros[7], quizás en un intento de imitar la configuración geométrica de las tabas[8]

 

Dado romano conservado en el Musée Romain de Lausanne-Vidy, Suiza (imagen de https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/26/Roman_dice_IMG_4367.JPG)

Podían lanzarse con las manos o llegar a utilizar un cubilete o fritillus para evitar hacer trampas (algunos tenían protuberancias en su interior que favorecían las vueltas de los dados), y en caso de desconfiar del rival para apuestas más serias se recurría a la turricula (torrecilla con escaleras interiores que hacían rodar los dados de forma aleatoria). La arqueología ha permitido documentar evidencias de trampas al descubrirse dados que presentan pequeñas irregularidades en su forma, o bien una de sus caras cargada de plomo para favorecer que algunos resultados fuesen más probables que otros.

 

Turricula de bronce del 370-380 d.C. (22,5 x 9,5 x 9,5 cm), encontrada en una villa romana de Wettweiss Froitzheim, y conservada en el Rheinisches Landesmuseum de Bonn. La inscripción dice: PICTOS / VICTOS / HOSTIS / DELETA / LUDITE / SECURI, es decir, "ahora que los pictos han sido vencidos y los enemigos destruidos, juega con seguridad" (imagen de Dasen, 2020, 179)

También tenemos evidencias de tableros de juego grabados en diversos lugares públicos, sobre todo foros y basílicas (a pesar, como ya hemos mencionado, de la naturaleza clandestina del juego)[9], pero también campamentos militares, y por supuesto tabernas, algunas con habitaciones traseras, mesas y sillas donde comer y jugar; en esos tableros de juego incluso se inscribieron ocurrencias y reflexiones irónicas tales como: “Rechaza las riquezas, la codicia insana corrompe la mente”[10].

 

Mosaico con representación de un tablero de juego (96 x 122 cm) para alea de dos dados, descubierto en Antioquía y conservado en el Princeton University Art Museum (imagen de Dasen, 2020, 181)

Tablero de juego (ss. V-VI d.C.) para duodecim scripta ("doce líneas") de tres dados, que contiene la inscripción ☩☩ἐπὶ Φλ(αβίου) Φωτίου σχο(λαστικοῦ) κ(αὶ) πατρ(όσ) ☩ (“Bajo Flavius Photius, scholasticus y padre”). Descubierto en Afrodisias, Turquía (imagen de https://cdn3.despertaferro-ediciones.com/wp-content/uploads/2020/03/Roman_Game-1920-72-redim.jpg)

Por supuesto, la mayor emoción del juego estribaba en apostar dinero; de hecho, en la costumbre pervivió que la moneda apostada recibiese el nombre de “cabezas o naves”, debido a que las primeras monedas tenían estas imágenes en sus anversos y reversos, los famosos ases, de los que ya hablaremos 😉. Pero la apuesta también implicaba ilegalidad, por lo que se intentó eludir las multas utilizando fichas en vez de dinero real, unas fichas llamadas calculi, hechas de hueso u otros materiales, y con marcas numéricas en un lado (las más comunes eran I, V y X[11], y en menor proporción otros números como II, III, VIII o IX), a veces incluyendo inscripciones tales como remittam libenter (“con gusto pagaré”). En suma, y por si todavía no os habíais hecho una idea, nos encontramos ante el equivalente romano del pagaré, similar a las fichas de casino.

 

Dibujo aclaratorio de dos fichas romanas con anverso, reverso y borde, apreciándose también la inscripción (imagen de http://acanomas.com/images/historia/repay.gif)

En base a las similitudes tipológicas entre los dados romanos y los usados en épocas posteriores, se sugiere un número limitado de juegos. Si quieres jugar como un verdadero romano, te recomendamos que los pruebes:

  • Juego de Superación: el ganador es quien consigue la mayor suma total de puntos en una o varias tiradas[12]. 
  • Juego de Combinación: el ganador se determina según el valor de las combinaciones. 
  • Juego de Puntuación: se sabe el ganador según las puntuaciones de tiradas previas, pero sin tener por qué ser la tirada más alta. 
  • Juego Compuesto: una combinación de los anteriores.

No existen datos concretos de juegos romanos, pero se suele optar por acudir a juegos medievales que bien pudieran haber tenido su origen en época romana:

  1. Iactus Tres: un juego de superación en el que cada jugador lanza los dos dados tres veces, eligiendo la tirada más alta de entre los tres resultados, para sumar los puntos de ambos dados. El jugador con la tirada más alta es el ganador. 
  2. Abacum Claudere: un juego de combinación cuyo objetivo es “cerrar el tablero”, que está compuesto por nueve casillas numeradas, o bien puede jugarse sin tablero siempre que se vayan registrando las tiradas. Cada jugador lanza los dos dados y suma el resultado: si el resultado es 10, 11 o 12, pasa los dados al siguiente jugador; si el resultado es otro, queda marcada la casilla correspondiente del I al IX (o se registra), y sigue tirando hasta que saque un resultado mayor que nueve o uno que ya haya marcado. En cuanto marque los números VII, VIII y IX, puede lanzar sólo un dado. Cuando los jugadores terminen su turno, se suman los números que no ha marcado cada jugador, y quien tenga el menor resultado gana.
  3. Unus ut Duo: el primer jugador lanza un dado, y el resto de jugadores dos dados de uno en uno; de estos, quien consiga igualar la tirada del primer jugador con ambos dados gana. Así, si el primer jugador saca un 5, aquel que saque 3 y  2 (o 4 y 1) gana.

Uno de los mejores testimonios de la pasión por los dados es una inscripción localizada en un fresco pompeyano (CIL IV, 3494), en el que aparecen dos jugadores discutiendo. La inscripción reza:

  • Jugador 1: Exsi (¡He terminado!) 
  • Jugador 2: Non tria, dua est (No es un tres, es un dos) 
  • Jugador 1: Noxsi/a me/tria/eco fui (¡Tramposo! ¡He sacado un tres! ¡He ganado yo!) 
  • Jugador 2: Or(o) te fel(l)ator/eco fui (¡Mamón! ¡He ganado yo!) 
  • Posadero: Itis foras rixsatis (¡Id a reñir fuera!)

 

Fresco (50 x 205 cm) con la escena de juego descrita, localizado en el caupona de Salvius en Pompeya, hoy conservado en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (imagen de https://commons.wikimedia.org/wiki/File:3494(Foras_rixsatis).1.jpg)

Y cuando la cosa se desmadra... siempre mejor estar al lado de Tito Pullo, que parece imitar lo descrito por Marcial (5, 84): “[…] el jugador, mal traicionado por el cubilete seductor, sacado inmediatamente de la vieja taberna, borracho suplica al edil”. 

 


Fuentes:

Amiano Marcelino: Historia.

Biblia: Nuevo Testamento, Evangelio de San Juan.

Cicerón: Filípicas.

Esquilo: Agamenón.

Juvenal: Sátiras.

Marcial: Epigramas.

Ovidio: El arte de amar.

Séneca: Diálogos.

Sófocles: Palamedes.

Suetonio: Vida de los Doce Césares.

Bibliografía:

Carretero Vaquero, S. (1998): “El ludus latrunculorum, un juego de estrategia practicado por los equites del ala II Flavia”, Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), 64, 117-140

Dasen, V. (2020): “Play with Fate”, en Mastrocinque, A. et al. (eds.), Ancient Magic. Then and Now, 74, Postdam, Steiner Franz Verlag, 173-192.

Horsfall, N. (2003): The Culture of the Roman Plebs, Bristol, Classical Press.

Purcell, N. (1995): “Literate Games. Roman Urban Society and the Game of Alea”, Past and Present, 147, 3-37.

Rodríguez Rodríguez, J. R. y Fernández Antón, C. (2013): Juegos y pasatiempos de la antigüedad, Valladolid, Glyphos.

Toner, J. (1995): Leisure and Ancient Rome, Cambridge, Polity Press.

(2012): Sesenta millones de romanos. La cultura del pueblo en la antigua Roma, Barcelona, Crítica.

(2015): “El juego y las apuestas en la antigua Roma”, Desperta Ferro Arqueología e Historia, 1, La cultura ibérica, -.



[1] También recibían el nombre de alea, de ahí términos castellanos como “aleatorio”, o la famosa frase cesariana de Alea iacta est (literalmente “el dado está echado”).

[2] Domiciano fue criticado por jugar a los dados incluso por la mañana (Suet., Dom., 21), al igual que Calígula por jugar y hasta hacer trampas durante el luto por su hermana (Suet.,, Cal., 41; Sen., Dial., 11, 17, 5).

[3] En el calendario litúrgico del 336 d.C. diciembre viene marcado con una mesa y un juego de dados que reza: “Ahora, esclavo, se te permite jugar con tu señor”.

[4] Y sin embargo, para Suetonio (Aug., 71) el primer emperador apostaba cantidades modestas, al menos si lo tenemos que comparar a otros.

[5] Nuevamente acudiendo a Suetonio (Nero, 30), se nos habla de que llegó a apostar un mínimo de 400.000 sestercios, cifra necesaria para que un individuo alcanzase el rango de caballero.

[6] Tres en la manera griega.

[7] Si se colocaba la cara marcada con un punto hacia arriba, y se giraba hasta que apareciera la cara marcada con dos puntos hacia la izquierda, la cara con tres puntos aparecería a la derecha.

[8] En estos juegos se podían lanzar dados, tabas o hasta palillos del Senet.

[9] Sabemos hasta de un tablero hallado en la casa de las vestales.

[10] Sperne lucrum / versat mentes / insana cupido.

[11] Muchas de las fichas marcadas con X incluyen una línea vertical en su centro para indicar el valor de un denario.

[12] Dentro de esta opción podría enmarcarse el echarse algo a suertes, como los soldados que se dividieron la ropa de Jesús tras la crucifixión (Juan, 19, 23-24).

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