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Pacificadora del hogar

Siempre tan presentes los dioses en el día a día de los romanos, tan necesarios en muchas ocasiones, y una deidad en particular tenía su especial importancia. Hoy hablamos de Viriplaca, la diosa “que calma la ira del hombre”[1]. Podemos garantizaros que incluso muchos de los que se especializan en historia de Roma durante su carrera universitaria ni siquiera llegan a oír mencionar el nombre de esta diosa, por lo que no es de extrañar que el público general tenga un completo y excusado desconocimiento de la misma.

De entrada, hay que entender que no se trata de una diosa en sí misma, sino más correctamente de una advocación de la diosa de los matrimonios por antonomasia, Juno. Sí, de igual modo que en el cristianismo se han dado, por ejemplo, distintas advocaciones de la virgen María (virgen de los Remedios, de las Mercedes, de la Paloma, de los Dolores, de Montserrat, de Guadalupe…)[2], los romanos también podían establecer varias advocaciones para una deidad, en este caso Juno Viriplaca, cuya importancia estribaba en ser restauradora de la paz entre cónyuges.

 

Escena en relieve del denominado "sarcófago de los Dioscuros" (s. IV d.C.), en el que se muestra a una pareja romana uniendo sus manos. Musée de l'Arles et de la Provence antiques, Arles (imagen de https://en.wikipedia.org/wiki/Marriage_in_ancient_Rome#/media/File:Roman_marriage_vows.jpg)

No estamos hablando de un simple culto privado: Juno Viriplaca contaba con un santuario en el mismísimo Palatino, al que acudían las mujeres cuando pensaban que sus maridos las habían agraviado de algún modo, para contarle a la diosa su dolor; a cambio, ésta tranquilizaba sus mentes y las disponía para la reconciliación con los maridos. Sin embargo, no debemos aceptar que el culto de Viriplaca fuese exclusivamente femenino, ni mucho menos. Sabemos perfectamente que, cuando una esposa se querellaba contra su marido, éste solía recurrir a la jurisdicción de Viriplaca; ambos cónyuges podían acudir juntos a la capilla del Palatino, y a la vista de la diosa se lanzarían a la cara todos los reproches acumulados, para después serenarse y calmarse gracias a la intercesión de Viriplaca, que volvía a recomponer la estabilidad del hogar con más fuerza que nunca (V. Max., 2, 1, 6).

 

Fresco (ca. 19 a.C.) en el muro derecho del cubiculum D, con escena en la que el hombre intenta animar a su modesta novia mientras un esclavo les mira. "Casa della Farnesina", Roma (imagen de https://en.wikipedia.org/wiki/Marriage_in_ancient_Rome#/media/File:Casa_della_Farnesina_-_Cubiculum_D_-_Right_wall_-_Left_Side.jpg)

Debemos entender que Viriplaca no es más que una reacción social, una respuesta de las costumbres y la tradición republicana que rechazaban rotundamente el divorcio (Gel., 4, 3, 1), especialmente entre la Plebe, pues al parecer los divorcios solo se producían entre familias aristocráticas, las cuales, además, por ser las más destacables e importantes, estaban sometidas a la presión que sobre ellas podían ejercer los censores; cada cinco años dos individuos eran elegidos para actuar como auténticos “inquisidores de costumbres”, examinando que los ciudadanos fuesen dignos de portar su rango social. Incluso no tenían reparo en eliminar de la lista de senadores a todos los miembros que hubiesen repudiado a sus esposas por motivos fútiles; en esta situación, por ejemplo, se encontró Lucio Annio, expulsado por los censores Valerio Máximo y Cayo Junio Bruto quod quam virginem in matrimonium duxerat repudiasset nullo amicorum in consilio adhibito. Dada esta circunstancia, ahora se entiende que, en algunos casos, los maridos fuesen los primeros interesados en acudir a Viriplaca para mantener sus matrimonios, pues de ello dependía su estatus social.

No obstante, parece que con el final de la República los poderes de Juno Viriplaca mermaron, ya que los divorcios se hicieron cada vez más frecuentes, y no solo porque los maridos repudiasen a sus esposas siguiendo la fórmula “coge tus cosas y vete”[3] (Digesto, 24, 2, 2, 1), sino que además las mismas mujeres abandonaban voluntariamente el hogar conyugal para regresar a la casa de sus padres[4].

 

Mármol. Relieve funerario (mediados s. II d.C.) en el que figura una pareja casada, representada a medio cuerpo. Walters Art Museum, Baltimore (imagen de https://imperiumromanum.pl/wp-content/uploads/2015/11/Roman_-_Funerar.jpg)

 

Fuentes:

Aulo Gelio: Noches Áticas.

Digesto.

Festo: De Significatione Verborum.

Valerio Máximo: Hechos y dichos memorables.

Bibliografía:

Balsdon, J. P. V. D. (1962): Roman Women. Their History and Habits, London, The Bodley Head.

Barton, C. (1993): The Sorrows of the Ancient Romans, Princeton, Princeton University Press. 

Beard, M. y North, J. (1998): Religions of Rome, Cambridge, Cambridge University Press.

Grimal, P. (2017): El amor en la Roma antigua, Barcelona, Austral.



[1] Literalmente, del latín vir (“hombre”) y placare (“aplacar”, “calmar”).

[2] Dada la enorme confusión que esto ha conllevado a los creyentes durante siglos, hasta el punto de hablar de un cierto “politeísmo” en una religión monoteísta, la Iglesia ha necesitado especificar en su doctrina que las advocaciones de la virgen, por ejemplo, son única y exclusivamente modos de llamarla en relación a acciones, lugares o mensajes que la atañen, habiendo por tanto una sola Virgen María.

[3] In repudiis autem, id est renuntiatione comprobata sunt haec verba: ‘tuas res tibi habeto’, ítem haec: ‘tuas res tibi agito.

[4] Si el matrimonio era sin manus, no hacían falta más ceremonias, pero con manus había que proceder a un rito jurídico apropiado, en el que el cónyuge repudiado debía estar de acuerdo.

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