Buscar este blog

¿Terrorismo contra Catilina?

Sobradamente conocida es la conjuración de Catilina, episodio que ha pasado a la posteridad gracias a los enormes esfuerzos de Cicerón por relatarla tal y como él quiso, como un panegírico a su obra política y al momento culmen de su carrera: cuando consiguió salvar al Estado romano durante su consulado. Pero vamos a enfocarnos en un aspecto nuevo que quizás se haya tratado bastante poco sobre esta conjura. ¿Podría haber tenido la conspiración de Catilina y sus seguidores una morfología que la acercase a un acto terrorista? Y desde la otra parte protagonista, ¿Cicerón lideró un acto de terrorismo de Estado contra los catilinarios? Examinemos un poco los hechos.

Debemos entender que hablamos de una época en la que no existían los derechos humanos y la violencia era manifiesta en las sociedades, por lo que no es de extrañar que el Estado romano se erigiese en detentador del uso de la violencia; eso sí, siempre que las circunstancias la considerasen pertinente y estuviese convenientemente legitimada por las leyes romanas.

Tras las proscripciones de Sila, las penas de muerte ordenadas por el Estado romano se cumplían en circunstancias extraordinarias, siendo precisamente el mejor ejemplo de ello las ejecutadas contra los catilinarios por aprobación de un senatus consultum ultimum[1]. A través del derecho romano, conocemos medidas sumamente restrictivas tomadas por el Estado contra las asociaciones, pues sólo se permitía la existencia de aquellas autorizadas por el Senado o el emperador (Dig. 47, 22, 3), siendo el resto “no autorizadas”, o lo que es lo mismo, “no prohibidas”, ignoradas o toleradas por el Estado. Y del mismo modo que en nuestra época los terroristas pueden manifestar sus intenciones recurriendo, por ejemplo, a los explosivos, la sociedad romana también era aterrorizada, pero por incendios[2]; esa sociedad era temerosa de que cualquier persona o grupo hostil al Estado romano provocase un incendio como venganza o para desestabilizar a la población con el terror, motivo por el que se actuó de forma sumamente estricta como respuesta. En ese sentido se actuó contra Catilina cuando se supo que ordenó a Cetego y Léntulo provocar incendios por toda la urbe (Sall. Cat., 30, 5-7; 32, 2).

Al margen de las motivaciones personales de un participante en un acto terrorista, los verdaderos planificadores de dicho acto siempre se rigen por motivos y objetivos políticos, y parece que la conjuración de Catilina fue algo más que una simple aventura personal. A fin de cuentas, y al margen de cierta marginación política y ofensas consideradas inaceptables, en torno a Catilina se formó un grupo muy heterogéneo de aristócratas, que construyeron una propaganda basada en la devolución de la libertad al pueblo romano, arrebatada por unos dirigentes que detentaban el poder por encima de los mecanismos institucionales; en la realidad, sus objetivos eran meramente personales, y para conseguirlos necesitaban alcanzar el poder político a cualquier precio. Es más, el apoyo popular de la conjura fue más bien escaso, si exceptuamos el levantamiento armado de campesinos en Etruria que aportaba cierto componente social. Por tanto, no se puede afirmar firmemente que Catilina y los suyos fuesen unos “terroristas”, aunque entre sus planes se incluyesen algunos actos de difusión del terror entre la población para causar inestabilidad.

¿Y qué hay del cónsul Cicerón? Desde septiembre del 63 a.C. intentó alentar en el Senado la peligrosidad de Catilina, aunque sin pruebas sólidas; éstas llegaron el 21 de octubre, en la forma de unas cartas anónimas, y gracias a las cuales los senadores decretaron el estado de emergencia (senatus consultum ultimum) con carácter preventivo, un hecho excepcional. El 27 de octubre estalló la ya mencionada revuelta de Etruria, pero como en Roma no hubo movimientos sospechosos, Catilina siguió en libertad; sin embargo, la noche del 6 de noviembre los conjurados se reunieron para planificar sus movimientos: Catilina abandonaría Roma para unirse a sus hombres en Etruria, mientras los demás liderarían la insurrección en Roma y tramarían el asesinato de Cicerón.

 

Óleo. "Fulvia denuncia a Cicerón la conjura de Catilina" (1827), Nicolas-André Monsiau. Palacio de Bellas Artes de Lille (imagen de https://historia.nationalgeographic.com.es/a/conjura-catilina-antigua-roma_16327)

El cónsul supo de todo lo planificado en esta reunión por Fulvia, su privilegiada informadora y amante de uno de los conspiradores. Por esa razón, el 7 de noviembre convocó al Senado en el templo de Júpiter Stator, a los pies del Palatino, y allí pronunció su primera Catilinaria, con su famosa e implacable invectiva (Cic., Catil., I, 1):

“¿Hasta cuándo, Catilina, continuarás poniendo a prueba nuestra paciencia? ¿Cuánto más esa locura tuya seguirá burlándose de nosotros? ¿A qué fin se arrojará tu irrefrenable osadía? ¿Acaso nada te ha inquietado el destacamento nocturno del Palatino, nada la guardia de la ciudad, nada el temor del pueblo, nada la concurrencia de todos los hombres de bien, nada esta fortificadísima plaza que es el Senado, nada los labios y los rostros de todos los presentes? ¿No comprendes que tus planes se derrumban, no ves que ya tu conjura ha sido sofocada por el hecho mismo de que todos la conocen? ¿Quién de entre nosotros piensas que no sabe lo que has puesto en práctica la noche pasada y la anterior, dónde has estado, a quiénes has reunido y qué suerte de planes has ideado?”[3]

 

Fresco (400 x 900 cm). "Cicerón denuncia a Catilina" (1889), Cesare Maccaci. Salón Maccari del senado italiano en Palazzo Madama, Roma (imagen de https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhGoumzez2llbKEWdJoWuQ3x79icRsmh_UahlkXhBrbEyZUWYk2FuKyKmTHsOJyEK3gwPLL9JS9YgZru3nstxRFJuNwkz-AwjCeJchMUxWMKW8AEGAbkZ7dSBQ4rOCuhtk3R1mhBlX8H8I/s1600/catilina.jpg)

Como se puede leer, Cicerón acusó directamente a Catilina, presente en la sesión, para mostrarle como un monstruo, verdadero enemigo de la sociedad romana, y (no de una forma tan sangrienta como Sila) pidiéndose su ejecución inmediata, supuestamente legitimada por el proclamado senatus consultum ultimum. A esa legitimación jurídica intentó sumar una legitimación moral infundiendo el terror entre los senadores y los ciudadanos mediante el empleo de un lenguaje muy dramático, para así obtener la unión sin fisuras del Estado contra sus enemigos internos. No obstante, en ese momento Cicerón todavía no se mostró como directo defensor de la pena de muerte, sino bastante ambiguo, aunque inclinado hacia la misma, porque sabía que todavía no había una mayoría senatorial favorable a la misma. Sin embargo, Catilina huyó de Roma inmediatamente, y ese gesto determinó su destino, pues daba muestras públicas de su culpabilidad aun cuando no había pruebas sólidas.

Respecto al resto de conjurados en Roma, sellaron su destino al contactar con los embajadores de los galos alóbroges[4] y buscar su apoyo para Catilina aportando caballería gala en Etruria; asustados, los galos informaron a su patrono, Fabio Sanga, y éste a su vez a Cicerón, quien utilizó a los embajadores como espías para obtener cartas de los catilinarios que probasen su culpabilidad. Con todas las pruebas listas, el cónsul convocó al Senado en el templo de Concordia el 3 de diciembre, lanzó la acusación, y los seguidores de Catilina solo pudieron reconocer la evidencia de su crimen; después, Cicerón convocó al pueblo y capitalizó el protagonismo de ser el salvador de la Patria. Pero llegamos al punto de inflexión de este artículo: la resolución del destino de los conspiradores, que quedaron bajo arresto domiciliario.

Dos días después, el 5 de diciembre del 63 a.C., Cicerón convocó al Senado. Según lo que nos informa Salustio y el mismo cónsul en su cuarta Catilinaria, primero habló Silano (el cónsul electo), defendiendo la pena de muerte. Después habló César (pretor electo), defendiendo la clemencia y rechazando la condena como ilegal, por haberse realizado sin juicio previo, lo que iba en contra de los derechos fundamentales de cualquier ciudadano romano, proponiendo en cambio exilio y confiscación de bienes. En tercer lugar habló Cicerón, quien, haciendo alarde de su ambigüedad, siguió sin defender ninguna de las dos posiciones, aunque sí se mostró sutilmente más crítico con la opción de César. Por último intervino Catón el Joven (tribuno de la plebe electo), quien inclinó la balanza a favor de la pena de muerte.

Cicerón lo sometió a votación, y ganó. Con mucha prisa, el cónsul procedió a cumplir ese mismo día la sentencia; condujo a cinco de los conspiradores más renombrados al Tullianum, los ejecutó y luego comunicó muy escuetamente sus muertes en el Foro; también ordenó que la cabeza de Catilina, tras la derrota de sus fuerzas en Pistoria a comienzos del 62 a.C., fuese enviada a Roma (Dio. XXXVII, 40, 2), todo un mensaje de miedo contra cualquiera que intentase seguir sus pasos. Para Pina Polo, muy probablemente Cicerón exageró la importancia de la conspiración, y se atribuyó para sí mismo su descubrimiento y represión para engrandecer su consulado, si bien es cierto que el peligro de la conjura fue real.

 

Óleo. "El descubrimiento del cuerpo de Catilina" (1871), Alcide Segoni. Galería de Arte Moderno, Florencia (imagen de https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/e/e9/The_Discovery_of_the_Body_of_Catiline.jpg/1280px-The_Discovery_of_the_Body_of_Catiline.jpg)

No obstante, hubo personas que no olvidaron lo sucedido. Sí, Cicerón utilizó un mecanismo legal para legitimar la violencia y represión del Estado, y en ese sentido no se le podría acusar de haber cometido un acto de terrorismo estatal; sin embargo, cuesta muchísimo aceptar que Cicerón, como hombre profusamente letrado y plenamente conocedor del derecho, obviase involuntariamente un detalle tan trascendental como el defendido por César en el Senado: las ejecuciones de ciudadanos romanos con una muy discutible legitimidad legal por no haberse producido una condena judicial en tribunales regulares[5] y sin el preceptivo derecho de apelación (provocatio). Incluso el mismo Cicerón señaló su culpabilidad, mostrándose como el autor único de la represión catilinaria en correspondencia personal (Att., I, 19, 6), al tiempo que se dibujaba como correa de transmisión de las decisiones senatoriales en discursos públicos (Red. Sen., 7). Pero resultaba obvio que Cicerón era el responsable último de las ejecuciones porque, como cónsul:

  • Sometió a votación en la curia la propuesta punitiva de Catón. 
  • Ordenó el ajusticiamiento de los catilinarios. 
  • Y se jactó públicamente de todo ello.

Los tribunos del 62 a.C., Lucio Calpurnio Bestia y Quinto Cecilio Metelo Nepote, atacaron públicamente a Cicerón nada más asumir el cargo el 10 de diciembre del 63, acusándole de haber actuado ilegalmente, llamándole tirano, y vetando su discurso al Senado en la acostumbrada despedida de los cónsules salientes el último día del año, con la justificación de que aquel que había ordenado la muerte de conciudadanos sin escucharles en juicio no merecía ser oído por la ciudadanía. La culminación de todo este proceso de caída en desgracia llegó el 10 de diciembre del 59 a.C., cuando el famoso Clodio se convirtió en tribuno de la plebe, y a finales de enero o comienzos de febrero del 58 lanzó dos proyectos de ley:

  1. En el primero se concedía a los cónsules vigentes el futuro gobierno de las lucrativas provincias de Macedonia (para Lucio Calpurnio Pisón) y Cilicia (para Aulo Gabinio) una vez finalizasen sus cargos, ganándose así su buena voluntad. 
  2. En el segundo (Lex de Capite Civis) se renovaba una ley aprobada por Cayo Graco en su tribunado del 123, que proponía el exilio como castigo para todo magistrado que ordenase la ejecución de un ciudadano romano sin someterlo a juicio previo.

Esta última propuesta se ajustaba totalmente a la tradición jurídica romana y reivindicaba el imperio de la ley por encima de la voluntad de un magistrado, remitiendo al derecho de apelación de todo ciudadano, símbolo contra la tiranía. Obviamente, Clodio estaba atacando a Cicerón, y a pesar de que el proyecto de ley no le mencionase en ningún momento, se dio por aludido desde el primer momento vistiendo de luto (toga pulla); gran error estratégico del Arpinate, pues con el luto se estaba autoseñalando como culpable[6].

El “tiro de gracia” llegó el 20 de febrero, cuando Clodio convocó una asamblea del pueblo en el Circo Flaminio, extramuros de Roma para que pudiese asistir César como procónsul en activo[7]. En esta asamblea, Gabinio atacó al Senado y a los caballeros, mientras que Pisón se mostró contrario a los actos de crueldad (referencia encubierta a los sucesos del 63); César, aunque dijo no aprobar leyes de aplicación retroactiva, se pronunció en contra de unas ejecuciones que ya había combatido cinco años atrás. Muy significativa fue la ausencia de Pompeyo, quien se retiró a su residencia de los montes Albanos para no pronunciarse públicamente; Cicerón le visitó pidiendo ayuda, pero Pompeyo se negó a recibirle, y cuando le llegó una delegación senatorial, se limitó a afirmar que, como ciudadano particular, debía obediencia a los tribunos y cónsules.

Ante este panorama de soledad y falta de apoyo, los antes devotos a Cicerón solo pudieron aconsejarle marchar al exilio. Sintiéndose traicionado por los “suyos” (los optimates), Cicerón abandonó Roma en marzo, arropado por la noche y rumbo a Macedonia[8], donde permaneció tan solo 16 meses, aunque al pobre ex cónsul se le hicieron eternos, siendo un periodo que siempre describe como de zozobra y desolación.

 

Fuentes:

Cicerón: Cartas a Ático / Catilinarias / En agradecimiento al Senado.

Digesto de Justiniano.

Dión Casio: Historia Romana.

Salustio: Conjuración de Catilina.

Bibliografía:

Arbizu, J. Mª. (2000): ‘Res publica oppressa’. Política popular en la crisis de la República (133-44 a.C.), Madrid, Universidad Complutense de Madrid.

Cantarella, E. (1996): Los suplicios capitales en Grecia y Roma. Orígenes y funciones de la pena de muerte en la antigüedad clásica, Madrid, Akal.

Ferrer Maestro, J. J. (2015): Catilina. Desigualdad y revolución, Madrid, Alianza.

Grilli, A (2006): “Drammaticità del terrore nelle Catilinarie”, en Urso, G. (ed.): Terror et Pavor. Violenza, intimidazione, clandestinità nel Mondo Antico: Atti del Convegno Internazionale, I Convengni della Fondazione Niccolò Canussio, 5, Pisa, ETS, pp. 223-230.

Narducci, E. (1995): Processi ai politici nella Roma antica, Roma, Laterza.

Pina Polo, F. (2006): “El tirano debe morir: El tiranicidio preventivo en el pensamiento político romano”, Actas y Comunicaciones del Instituto de Historia Antigua y Medieval, 2, pp. 1-24.

(2016): Marco Tulio Cicerón, Barcelona, Ariel.

Sánchez López, V. (2017): Terrorismo en el Alto Imperio Romano (43 a.C. – 197 d.C.). Semejanzas de un fenómeno moderno en tiempos antiguos, tesis doctoral, UCM.

Tempest, K. (2011): Cicero. Politics and Persuasion in Ancient Rome, London, Bloomsbury Academic.

Yavetz, Z. (1963): “The Failure of Catiline’s Conspiracy”, Historia, 4, 485-499.



[1] La primera vez que se aplicó el senatus consultum ultimum fue por iniciativa de Opinio contra Cayo Graco, y más adelante lo usaría Mario contra Saturnino.

[2] Casi o igual de destructivos que los explosivos.

[3] Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? quem ad finem sese effrenata iactabit audacia? Nihilne te nocturnum praesidium Palati, nihil urbis vigiliae, nihil timor populi, nihil concursus bonorum omnium, nihil hic munitissimus habendi senatus locus, nihil horum ora voltusque moverunt? Patere tua consilia non sentis, constrictam iam horum omnium scientia teneri coniurationem tuam non vides? Quid proxima, quid superiore nocte egeris, ubi fueris, quos convocaveris, quid consilii ceperis, quem nostrum ignorare arbitraris?

[4] Habían acudido a Roma para protestar contra la corrupción de los gobernadores romanos en la Galia Narbonense.

[5] El Senado no podía actuar como un tribunal de justicia alternativo.

[6] Más tarde se lamentaría de no haber ignorado la ley o haberla aplaudido respetuosamente.

[7] Para los desconocedores, los magistrados con mando militar no podían entrar armados o con sus ejércitos en la ciudad.

[8] Llegó a Tesalónica el 23 de mayo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

PRIMVS INTER PARES

In corpore sano

Artículo en proceso de redacción.    

POPVLARES