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¿Dientes de nieve? Dientes comprados

 

A falta de conocimientos y técnicas modernos, una boca y dientes sanos eran siempre los mejores indicioa de salud en un cuerpo humano sin poder abrirlo para ver su interior[1]; ¿acaso no viene a la memoria de los lectores novelas o películas en las que, antes de la venta de un esclavo, el posible comprador examina sus dientes?

No existía, que sepamos, una profesión oficial de dentista, pero determinados especialistas englobados dentro del campo de la cirugía y la medicina emplearon medios rudimentarios que podían cumplir con esta labor, ya fuese solucionando un problema bucal o minimizando sus efectos. Fueron Hipócrates y Aristóteles los primeros en idear protocolos higiénicos y procedimientos de esterilización mediante el empleo de alambres calientes para tratar algunas enfermedades dentales y tejidos orales, e incluso describen cómo sustituir dientes perdidos, estabilizar los que se movían o la extracción como solución final.

Galeno fue el primero en reconocer que el dolor dental podría ser consecuencia de una pulpitis (inflamación de la pulpa) o pericementitis (inflamación de la raíz); también fijó una clasificación de los dientes en centrales, cúspides y molares, y en opinión de algunos autores se le atribuye una limpieza dental con piedras abrasivas tras las comidas. Por otro lado, Celso describió con precisión el instrumental quirúrgico de la época, y en ese compendio se menciona al tenaculum, usado para extraer las raíces de los dientes. También ofrecía recomendaciones, como intentar utilizar métodos alternativos en caso de un diente en mal estado y no apresurarse en su extracción; de hecho, si la pieza en cuestión estaba tan mal que incluso presentaba orificios, recomendaba rellenar los huecos para que ésta no se rompiese al extraerla, así como limar las coronas fracturadas y reposicionarlas. Pero no debemos olvidar que en muchas civilizaciones antiguas (y los romanos no fueron una excepción) la medicina también se combinaba ocasionalmente con la magia y la superstición, surgiendo remedios sin duda originales; a modo de ejemplo, Plinio el Viejo ofrece una cura contra el dolor de muelas basada en localizar una rana a la luz de la luna llena, mantener su boca abierta, escupirle dentro (pobre rana) y recitar una fórmula mágica (¿sana, sana, boquita de rana?).

 

Mosaico (ss. ?). Representación de una mujer anciana con aspecto grotesco y una dentadura "peculiar" (tal vez máscara de teatro). Conservado en el Museo Arqueológico de Cataluña, Barcelona (imagen de http://www.romanheritage.com/fr/contenido/?iddoc=14720)

¿Qué ideas ingeniaron los romanos para la limpieza bucal tras las comidas?

  • Dentiscalpium: es decir, el uso de un simple palillo de madera como mondadientes, o en otros casos una pluma o astilla de otro material que se pudiese obtener y utilizar con facilidad. Para Marcial (XIV, 22), el de lentisco “es lo mejor, pero si no tienes un trozo de madera puntiagudo, una pluma puede aliviar tus dientes”[2]. Curiosamente, el látex que contiene el lentisco servía para elaborar almáciga, una suerte de goma aromática precursora del chicle. 
 
Pistacia lentiscus, conocido como lentisco, un arbusto con fuerte olor a resina y cuyo ambiente natural son los matorrales secos y pedregosos de la Europa mediterránea, norte de África y Próximo Oriente. En la antigüedad también podía utilizarse para elaborar barnices y aromatizar licores (imagen de https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiKVirZOTpGMgJZBqPPlcBz-ejkaHobzXtZgBJwP3EvKl46lSH_Tqi30U7c8i3dbc1mAAPmYoBcxh5ENfzFl8HjbfdB1x1WzEzC_kTbDmFPRV6t-ausKbs7gCPAyJqZwzzytaG8t0RI_QE/s1600/P7231664.JPG)

  • Enjuagues para el dolor: es Plinio el Viejo (NH, XXVIII, 14, 56) quien recomendaba enjuagarse la boca con agua fría por las mañanas un número de veces impar para mitigar el dolor dental[3]. 
  • Pasta dentífrica: esta versión primitiva de pasta se elaboraba con una mezcla de polvo de piedra pómez, vinagre, miel y sal; su invención la atribuye Dioscórides Anazarbeo[4] al médico Escribonio Largo[5], y su principal cometido era “arrastrar” los restos de comida que quedasen entre los dientes[6]. 
  • Camuflaje para el mal aliento: dados los precarios cuidados bucales de la antigüedad (en comparación con los actuales), combinados con ocasionales digestiones pesadas, algunos autores ofrecen recomendaciones para disimular el mal aliento. Por ejemplo, Plinio el Viejo (NH, XXVIII, 14, 56) sugería enjuagues con vino por las noches antes de dormir[7], mientras que Marcial (V, 4) menciona a una mujer llamada Mírtale, quien recurría a hierbas aromáticas: “Mírtale suele oler fuertemente a vino y, para disimularlo, mastica hojas de laurel y, astuta, mezcla el vino con hierbas, no con agua”. Por otro lado está Cosmo, un famoso perfumista al que Marcial (I, 87) atribuye la invención de pastillas perfumadas, aunque desconocemos su composición y el autor solo las menciona como poco efectivas:

Para disimular, Fescennia, el vino que bebiste ayer, tragas sin moderación las pastillas de Cosmus. Estas drogas blanquean los dientes, pero quedan sin efecto cuando un regüeldo remonta desde el fondo de tu abismo interior. Pero ¿qué digo yo? ¿No es mucho peor mezclar esta infección con perfumes que la hacen más fétida y proyectan tu aliento más lejos? Renuncia, pues, a engaños conocidos y a subterfugios ya descubiertos: sé borracha francamente”.

  • Blanqueamiento dental: aquel que desease presumir de unos dientes más blancos que la media, pero no tuviese acceso a las pastillas de Cosmo, podía recurrir a un medio abundante y de fácil obtención, la orina. Siendo una técnica importada de lugares como el norte de África o la Península Ibérica, parece que su éxito se debía al amoníaco que contiene este líquido de desecho. Catulo (Carm., 39), refiriéndose a un individuo de nombre Egnacio, nos dice:

Celtíbero eres: en la tierra de Celtiberia, lo que cada uno mea, con esto se suele, por la mañana, el diente y el rojo espacio de la encía frotar, así que, cuanto este vuestro diente más pulido está, tanto que tú más cantidad has bebido, predica, de orina”.

Hasta aquí se conocen los remedios más básicos y “suaves”. Sin duda el dentiscalpium, el uso de hierbas aromáticas y hasta la orina (si no se tenían prejuicios ni pudor como Catulo) debieron ser los métodos más extendidos entre la población, especialmente los plebeyos en ámbito urbano o rústico, pero el resto y los que siguen, por su complejidad en la elaboración, obtención o coste, debieron de quedar reducidos a un campo social más limitado. Respecto a estos métodos más complejos e invasivos podemos mencionar:

  • Dentaduras postizas: como la que menciona un mordaz Marcial (XII, 23) a propósito de una tal Lelia: “Dientes y cabellos –y no te da vergüenza- llevas postizos”. 
 
Vista anterolateral del cráneo de un individuo galorromano de más de 30 años (fines s. I, principios s. II d.C.). Cuenta con una pieza de metal muy corroída (hierro o acero sin alear, según el microanálisis de rayos X y microscopía electrónica de barrido) donde habría estado el segundo premolar superior derecho. Según las pruebas realizadas, esta pieza metálica habría sido plegada y martillada en caliente, lo que indica un trabajo artesanal personalizado, hasta el punto de que la radiografía retroalveolar del maxilar derecho muestran que la pared alveolar y la pseudorraíz encajan perfectamente salvo por un espacio de separación de uno a dos milímetros entre el hueso y el implante (imagen de https://www.nature.com/articles/34067)

  • Puente o prótesis de oro: gracias a una de las leyes de las XII Tablas, sabemos que algunos romanos podían tener dicha prótesis encapsulando los dientes; esa ley prohibía expresamente depositar objetos de oro en las tumbas, con la única excepción de esas prótesis doradas[8], lo que da fe de su existencia.

 

Copia de un puente etrusco a base de oro. El original se encontró en Teano, municipio de la provincia de Caserta, Campania (imagen de https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Copy_of_Roman_dental_bridge,_Europe,_1901-1930_Wellcome_L0058742.jpg)

No obstante, y pese al ingenio de estas soluciones dentales, lo más probable es que su mantenimiento fuese terrible, con dolores derivados de la movilidad por desgaste, causando malos olores por una limpieza deficiente… además de resultar poco estéticas a la vista.

Debemos ser comedidos a la hora de afirmar con rotundidad nuestra superioridad en cuanto a salud dental en comparación con las culturas antiguas. Sin realizar afirmaciones categóricas y teniendo en cuenta posibles excepciones, la arqueología nos revela datos fascinantes, y no hay mejor lugar para estudiar la vida cotidiana de la antigua Roma que Pompeya y Herculano; los últimos estudios en estos yacimientos parecen revelar que sus habitantes gozaban de una salud dental mejor que la nuestra, y no por técnicas de higiene desarrolladas, sino porque en su dieta los dulces casi brillaban por su ausencia. Esta afirmación ha caído lentamente en el mito a la luz de nuevas investigaciones; en su estudio doctoral “Resurrecting Pompeii”, Estelle Lazer nos ofrece revelaciones muy interesantes, pues en muchas dentaduras apreció un desgaste considerable como consecuencia de los restos de arena presentes en el pan (por la fricción de las piedras de molino), mientras que en otras se apreciaban enfermedades de las encías y abscesos derivados de caries.

Semejantes datos arqueológicos concuerdan con nuestra afirmación inicial: la mayoría de la población, analfabeta, carecía de los conocimientos para la limpieza bucal descritos por las fuentes literarias, las cuales estaban dirigidas a una reducida élite que, en muchos casos, seguramente ni los practicase regularmente, como se desprende de las sátiras de Marcial.

 

Relieve (ss. III-IV d.C.). Detalle de tratamiento médico (ya sea dental u ocular según las interpretaciones) en el lateral de un sarcófago de la familia Sosia en Rávena. Los objetos a ambos lados de los personajes (cuyos nombres griegos están escritos con letras latinas) son ventosas, prueba de la profesión médica que se representa (imagen de https://images.immediate.co.uk/production/volatile/sites/7/2021/03/GettyImages-122315048-62bd1cd.jpg)

 

ANEXO I

La abundancia de citas de Marcial estriba en su satírico interés por tratar los malos olores en sus epigramas. Aquí ofrecemos algunas citas:

  1. ¿Te admiras de que le huela mal la oreja a Mario? La culpa es tuya: le cuchicheas, Néstor, al oído” (III, 28). 
  2. Una tarta llevada un rato en torno de los convidados a la hora de los postres quemaba cruelmente las manos por su excesivo calor; pero la glotonería de Sabidio ardía más aún. En seguida, pues, sopló sobre ella tres o cuatro veces con todas sus fuerzas. La tarta se templó un poco y dejó de abrasar los dedos; pero nadie pudo tocarla: ¡era pura mierda!” (III, 17). 
  3. Eso de no pasar tu copa a nadie, lo haces por humanidad, Hormo, no por soberbia” (II, 15)[9]. 
  4. A unos les das besos y a otros les das, Póstumo, la mano. Me dices: ‘¿Qué prefieres? Elige’. —Prefiero la mano” (II, 21). 
  5. Era un perfume lo que hasta hace un momento contenía este pequeño frasco de ónice; después de haberlo olido Pápilo, fijaos, es garum” (II, 94).

 

Fuentes:

Catulo: Poesías completas.

Celso: Sobre la medicina.

Galeno: Sobre el arte de la curación.

Marcial: Epigramas.

Plinio el Viejo: Historia Natural.

Bibliografía:

Becker, M. J. y Turfa, J. M. (2020): The Etruscans and the History of Dentistry. The Golden Smile through the Ages, London, Routledge.

Crubzy, E. et alii. (1998): "False Teeth of the Roman World", Nature, 391, 29. 

Ferneini, E. M. et alii. (2022): The History of Maxillofacial Surgery. An Evidence Based Journey, ?, Springer.

Guerini, V. (1909): A History of Dentistry from the Most Ancient Times until the End of the Eighteenth Century, Philadelphia, Lea and Febiger.

Lazer, E. (2009): Resurrecting Pompeii, London, Routledge.

Warinner, C. et alii. (2014): “Pathogens and Host Immunity in the Ancient Human Oral Cavity”, Nature Genetics, 46, 336-344.



[1] Además de una piel limpia y pelo abundante.

[2] Lentiscus melius sed si tibi frondea cupis defueris, dentes penna levare potest.

[3] Frigida matutinis inpari numero ad cavendos dentium dolores.

[4] Médico en tiempos de Nerón.

[5] Médico personal del emperador Claudio, al que también se le atribuyen otros tratamientos dentales, como fumigaciones de semillas de belladona, esparcidas sobre las brasas, para usarlas con agua caliente para enjuagues.

[6] Esta fórmula guarda cierto parecido con una sustancia utilizada por los egipcios, de nombre “clister”, y elaborada a base de piedra pómez pulverizada, sal, pimienta, agua, uñas de buey, cáscara de huevo y mirra.

[7] Ante somnos culluere ora propter halitus.

[8] Cui auro dentes juncti erunt.

[9] Se refiere a que su mal aliento envenenaba la bebida.

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