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Encuentros de infarto

17 de noviembre de 375. No es una fecha menor; si la ponemos en perspectiva, quedan veinte años para que fallezca el emperador Teodosio, y con él morirá la última ocasión en la que el Imperio permaneció unido. Pero ya tendremos ocasión de tratar esa cuestión en un futuro. De momento volvamos a la fecha señalada, y situémonos en la ciudad de Brigetio (provincia de Panonia), a las orillas del Danubio. Allí se aloja nuestro protagonista, Valentiniano I, emperador que ya carga sobre sus espaldas 54-55 años, o lo que es lo mismo, está hecho todo un “talludito” (si se nos permite la expresión), prácticamente un anciano en términos de esperanza de vida preindustrial. Eso sí, a priori no aparenta haber mostrado signos de debilidad, y eso que su vida ha sido particularmente dura desde que unos oficiales del regimiento de Nicea le proclamaron emperador hace once años, un 25 o 26 de febrero de 364.

 

Bronce, ss. IV-VI. El denominado "Coloso de Barletta", de 5,11 m. de altura, hallado  en Rávena durante las excavaciones de 1231-1232 ordenadas por el emperador Federico II. Identificado tradicionalmente con Valentiniano I, en realidad también podría representar a emperadores como Honorio, Teodosio II, Marciano, León I o hasta Justiniano (imagen de https://www.italianways.com/wp-content/uploads/2017/08/colosso-barletta-3.jpg)

 

El Imperio tenía enemigos por todas partes, y Valentiniano, consciente de que un solo soberano, por muy fuerte y obstinado que fuese, no bastaría para solucionarlos todos, encumbró a su hermano Valente como colega en el Dominado el 28 de marzo para que rigiese la parte oriental. De tal manera que a Valentiniano le correspondían todos los problemas de Hispania, Galia, Britania, África, Italia e Iliria, y se focalizó en ellos desde el primer momento:

  • Desplazándose a Mediolanum (Milán) para establecer la Corte, se ocupó de apaciguar el norte de Italia. 
  • Al año siguiente (365) se instaló en París y Durocortorum (Reims), desde donde dirigió operaciones militares contra los alamanes. ¿Por qué decidió esta tribu atacar la Galia? Argumentaban que Valentiniano, a diferencia de sus predecesores, no les pagaba la cantidad de tributos acordada. Uno de sus generales, Jovino, consiguió derrotarlos en Scarpona (Charpeigne) y Catelauni (Châlons-en-Champagne), expulsándolos al otro lado del Rin. 
  • 367 se convirtió en otro año crítico. En un momento determinado Valentiniano enfermó, y “a río revuelto, ganancia de pescadores”, como dicen. Severo (candidato del ejército) y Rústico Juliano (candidato de la nobleza gala) entraron en liza por la sucesión. Consciente de la fragilidad de la situación, y como un gesto que asegurase la estabilidad futura, el 24 de agosto nombró Augusto a su hijo Graciano en Samarobriva Ambianorum (Amiens), y trasladó la Corte a Augusta Treverorum (Trier); era evidente que la presencia imperial en las fronteras era de extrema necesidad, y así fue.
  • Entonces los alamanes volvieron a cruzar el Rin y atacaron por sorpresa Mogontiacum (Maguncia). Valentiniano, acompañado del pequeño Graciano, lideró el contraataque, y no sin muchos sacrificios, consiguió derrotarlos en Solicinium (Schwetzingen). Dadas las pérdidas, se vio obligado a desistir en continuar la guerra contra los alamanes, aunque sí empezó a fortificar con intensidad toda la frontera. 
  • En Britania, el padre del futuro emperador Teodosio, Teodosio el Viejo (para evitar confusión) se ocupaba de los ataques de pictos, escotos y atacotes, que habían sumido la provincia en estado de anarquía. 
  • Los sajones y francos atacaron el norte de la Galia en el año 370, cerca de Heidelberg, pero fueron totalmente derrotados por Severo, general de Valentiniano. 
  • De nuevo Teodosio tendría que ocuparse de otra revuelta, esta vez protagonizada por Firmo en África (373-375), y en la que los rebeldes protestaban contra la profunda corrupción del comes. 
  • Tras el problema sajón, Valentiniano quiso acabar con las tribus de alamanes lideradas por Macriano, intentando para ello una colaboración con los burgundios. La campaña se alargó cuatro años, y al emperador no le quedó más remedio que pactar con su rival, pues los problemas fronterizos continuaban en África y en el Danubio.

Todas las fuentes acuerdan en describir a Valentiniano como un gran soldado, con vasta experiencia militar y liderazgo fuerte, y estaba claro que, a pesar de la extremidad de las dificultades, parecía sacar adelante la política exterior del imperio. Pero nada le tenía preparado para lo ocurrido ese famoso 17 de noviembre. 

 

Mármol, 158 cm, tercer cuarto del s. IV d.C. Posible retrato de Valentiniano I o Valente. Tercer corredor (A24) de las Galerías Uffizi, Florencia (imagen de https://www.uffizi.it/en/artworks/portrait-valentinian%20)


Los cuados, una tribu que los estudios sitúan geográficamente (al menos en esas fechas) entre Moravia y Eslovaquia, manifestaron públicas quejas contra la construcción de numerosos fuertes de frontera romanos, quejas en apariencia justificadas, pues las obras pasaban por territorios que reclamaban como suyos. Se encargó al diplomático Marceliano resolver el problema; convocó a los jefes cuados (inclusive el rey Gabino) a un banquete para discutir los términos de la paz, una paz que asegurase la continuación de las obras romanas y la existencia de los propios cuados. Pura treta, dado que Marceliano aprovechó el banquete para ordenar el asesinato de estos jefes, y como respuesta a tan tremendo error de cálculo, los cuados concluyeron que la guerra era el mejor camino, aliándose con los sármatas y cruzando el Danubio para instalarse en Panonia en 374; precisamente, contra esa “invasión bárbara” estuvo combatiendo Teodosio el Joven. Las cosas no iban bien para Roma, pues las dos legiones enviadas para ocuparse de los bárbaros fueron derrotadas por un error de coordinación.

Cuando se enteró de la noticia, un Valentiniano enfurecido esperó a que pasase el invierno, y en la primavera del 375 marchó desde Trier para resolver el problema de una vez por todas. En cuanto los sármatas supieron que el emperador marchaba contra ellos, suplicaron su perdón en Carnuntum, y éste accedió, asegurando que también investigaría lo ocurrido y que se purgarían responsabilidades; las pesquisas de Valentiniano sin duda fueron pésimas, pues ignoró las acciones de Marceliano y culpó de todo a los cuados. En junio el dominus llegó a Aquincum con un numeroso ejército, se adentró en territorio cuado, el cual saqueó y arrasó, y por último se retiró a Brigetio para pasar el invierno. Su idea era esperar a primavera para rematar a los cuados, pero éstos se adelantaron y se disculparon; Valentiniano aceptó el perdón solo bajo la condición de que los cuados suministrasen tropas al ejército romano, aunque también aceptó reunirse cara a cara con los embajadores bárbaros. Y así llegamos al día de la audiencia. Veamos la descripción que nos hace Amiano Marcelino (RG, XXX, 6, 1-6):

“Después de esto, llegaron unos mensajeros de los cuados que le rogaron suplicantes perdón por lo sucedido e intentaban conseguir la paz. Además, para no obtener una negativa, prometieron entregar a cambio tropas y cuanto fuera útil para la causa romana. Cuando se decidió recibirles y permitirles que regresaran a su tierra con la tregua que habían venido a solicitar, ya que tanto la escasez de alimento como la estación nada propicia del año impedían atacarles durante más tiempo, según aconsejó Equicio, fueron introducidos en el consistorio. Ellos permanecieron allí tensos, encorvados por el temor y la debilidad. Se les ordenó entonces exponer sus razones, ante lo cual ofrecieron todas sus excusas y las ratificaron con un juramento. Aseguraban así que su pueblo no había cometido ningún acto premeditado contra los nuestros, y que esto solo era achacable a una banda de ladrones de otro pueblo que habitaba junto al río. Además, como excusa válida para defender su actuación, añadían que la construcción, nada justa ni oportuna, de una barrera había encendido y llenado de ira sus rudos espíritus. Entonces, el emperador, dominado por su temible cólera y muy excitado sobre todo en el inicio de su respuesta, insultó y criticó a todo el pueblo de los cuados, a quienes acusó de olvidadizos e ingratos después de los beneficios recibidos. Pero poco a poco se calmó y, cuando parecía ya más dispuesto al perdón, de repente, como si hubiera sido castigado desde el cielo, se quedó sin poder respirar ni hablar, y su rostro se sofocó enormemente. Al instante, su flujo sanguíneo se detuvo y su cuerpo se cubrió con un gélido sudor, ante lo cual, para evitar que cayera ante la numerosa plebe que le rodeaba, sus servidores le condujeron a un lugar reservado. Una vez que fue colocado en el lecho, con grandes esfuerzos por mantenerse con vida, sin perder aún sus facultades mentales, reconoció a todos los presentes, a los que sus asistentes personales habían hecho venir a toda prisa para evitar cualquier sospecha de que había sido asesinado. Como su cuerpo ardía de fiebre, había que abrirle una vena, pero no pudieron hallar ningún médico. Ya que el propio Valentiniano les había enviado por diversos territorios para que sanaran a los soldados enfermos de peste. Al fin, pudieron hallar a uno que le punzó una y otra vez una vena. Pero no pudo obtener ni una gota de sangre, ya que sus partes internas estaban abrasadas por la excesiva temperatura. Otros piensan que sus miembros estaban resecos debido a que ciertos canales de sangre, que en la actualidad conocemos como hemorroides, estaban cerrados y encorchados por la baja temperatura. Muy afectado ya por la virulencia de su enfermedad, se dio cuenta de que le llegaba el fin de su vida e intentó expresar algunas palabras y órdenes, según indicaban sus movimientos, el rechinar de sus dientes y la agitación de sus brazos, semejante a un luchador con cestos. Pero, vencido ya y lleno de manchas lívidas, murió tras de una larga agonía a los cincuenta y cinco años de edad, después de doce años menos cien días de mandato como emperador”.

En resumidas cuentas, la embajada de cuados solicitó la paz con Roma a cambio de que se destruyesen las líneas defensivas romanas de su territorio. Valentiniano encolerizó de tal modo que sufrió lo que a todas luces podemos considerar un ictus cerebral. Vamos, que por primera vez en la historia de Roma un emperador se quedó “pajarito” ante el “problema bárbaro”.

 

Caricatura del hilarante encuentro con los cuados (imagen de http://creekification.blogspot.com/2017/07/jovian-and-valentinian-i-and-valens-and.html)

 

¿Y por qué no? No existe una evidencia exacta de lo que ocurrió, pero tengamos en cuenta estos factores: un gobierno frenético sin apenas descanso, constantes problemas en casi todas las fronteras solucionados con victorias, sí, pero nunca definitivas, intentos frustrados por estabilizar el limes como solución a corto y medio plazo, conspiraciones y usurpaciones entre sus cortesanos, un hermano un tanto pusilánime en Oriente que estaba empeorando la situación con los godos… Y por si todo esto fuera poco, vienen los cuados, después de haberles arrasado sus tierras, y sin ni siquiera haber vencido a sus tropas le piden a él, al emperador, que desmantele las fortificaciones que tanto tiempo llevan construyendo. Imaginen el tamaño de esa vena palpitante en la frente del dominus. A fin de cuentas, estamos hablando de un soberano conocido por su temperamento violento y brutal, con acciones que entran hasta en la crueldad, ejecutando a sirvientes por cuestiones insignificantes; según el mismo Amiano (RG, XXIX, 3, 9), tenía dos osas, a los que nombró Pepita de Oro (Micca Aurea) e Inocencia, manteniéndolas en una jaula de hierro que llevaba siempre consigo, y que utilizaba para ejecutar sentencias de pena capital.

 

Reconstrucción de la parte inferior del retrato original en mármol del emperador Valentiniano I, datado ca. 370 d.C. Colección de retratos griegos y romanos del Ny Carlsberg Glyptotek, Copenhague (imagen de https://museum.classics.cam.ac.uk/collections/casts/valentinian-i)

 

Poco se podría haber hecho de pensar en un punto de vista optimista, pues dicha embajada ni siquiera representaba a la totalidad de los cuados, sino solo a una parte, por lo que el acuerdo obtenido habría sido más bien frágil. Al menos al espíritu de Valentiniano le quedó el consuelo de una divinización (CTh, 11, 28, 9, 3), pues a pesar de lo frenético de su gobierno, había conseguido mantener el Imperio Occidental a flote un poco más.

 

Fuentes:

Amiano Marcelino: Historia

Codex Theodosianus.

Libanio: Discursos.

Zósimo: Nueva Historia.

Bibliografía:

Curran, J. (1998): “From Jovian to Theodosius”, en Cameron, A. y Garnsey, P. (eds.), The Late Empire AD 337-425 (Cambridge Ancient History 13), Cambridge, Cambridge University Press, 78-110.

García Moreno, L. A. (1998): El Bajo Imperio romano, Madrid, Síntesis.

Kienast, D. (1996): Römische Kaisertabelle. Grünzuge einer römischen Kaiserchronologie, Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft.

Nagl, A. (1948; 1979): “Valentinianus”, Paulys Realenciclopädie der Classischen Altertums- wissenschaft (RE) VII, A2, München, Alfred Druchenmüller, col. 2158-2204, 1.

Soraci, R. (1971): L’imperatore Valentiniano I, Catania, Edigraf.

Teja, R. (1991): La época de los Valentinianos y de Teodosio, Madrid, Akal.

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